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La situación del país es
insólita, pero en modo alguno desesperante: el campo popular superó momentos
mucho peores. Además, toda Latinoamérica sufre esta etapa avanzada del
colonialismo corporativo. Por suerte, frente a las horribles tragedias de
nuestros hermanos, hasta el presente no llevamos la peor parte ni mucho menos.
No obstante, no dramatizar no significa subestimar el panorama
argentino actual, que es de caos institucional (gobierno por decretos-leyes,
incluso en materia penal y tributaria; despidos masivos e indiscriminados de
funcionarios; distribución centralizante de la coparticipación federal;
designación de jueces supremos por decreto; clarísima usurpación de
competencias del Congreso; amenaza a la autonomía del Ministerio Público;
desbaratamiento del AFSCA; supresión de toda disidencia en los medios de
comunicación; endeudamiento e inflación; devaluación acelerada del salario
real; extorsión manifiesta al sindicalismo; y un largo etcétera).
El Poder Judicial complica más las cosas: los jueces cercanos al campo
popular son estigmatizados como militantes ; los que consienten y
legitiman el caos institucional, son los imparciales o políticamente
impolutos. En poco tiempo se acentuará el desprestigio del Poder Judicial,
cuyo grueso lo compone una masa silenciosa que, dentro de todo, hace bastante
bien las cosas. Es muy posible que en el futuro sea el chivo expiatorio, sobre
el que recaiga la totalidad de la responsabilidad de este caos institucional.
*Publicado por Agencia Paco Urondo
Si bien las cuestiones institucionales no provocan movilizaciones
masivas, las tropelías institucionales preanuncian siempre atropellos de otro
orden que, por otra parte, se advierten discursivamente sin tapujos.
A este caos institucional se suma la torpeza política, con una tónica
general que no puede menos que recordar la prepotencia de la revolución
fusiladora.
La prisión de Milagro Sala es ordenada por una justicia manipulada
impúdicamente con tal grado de descaro, que ni siquiera al recordado Menem se
le pudo achacar. No se trata sino de una clarísima muestra de grosería política
revanchista. Al escándalo de pretender que la protesta configura sedición,
se suma el injustificado requerimiento previo de fuerzas federales que ha
costado 43 vidas. (En perspectiva regional no es descabellado calcular 43 + 43
= 86, pues tanto a los normalistas de Ayotzinapa como a nuestros gendarmes los
podemos poner a la cuenta de los virreinatos del colonialismo avanzado). El
papelón internacional de la Argentina con este caso es considerable y nos
afecta a todos los ciudadanos.
La exigencia transnacional de intervención de Fuerzas Armadas con
pretexto de combate al narcotráfico, conforme a la experiencia regional, pone
en riesgo la Defensa Nacional, pero implica también una intimidación pública,
de la que forma parte el renacimiento de procedimientos policiales archivados
hace años.
Torpeza política, control de medios, movilización de fuerzas
federales, riesgo para las Fuerzas Armadas de la Nación, intimidación pública,
manipulación judicial y caos institucional generalizado, forman un cocktail
de alto y peligroso poder embriagante, debilitante de frenos inhibitorios.
Frente a esto, muchos ciudadanos –y en particular los más jóvenes-
preguntan: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué debemos hacer?
No soy la persona indicada para proporcionar esa respuesta, dado que
no es jurídica ni institucional, sino política y, por ende, esa
naturaleza indica que deben proporcionarla los políticos.
Pero los políticos del campo popular aún están shockeados. No
saben bien qué hicieron mal. Creo que no han hecho nada demasiado mal; quizá no
admitieron que algunas tazas molestas se podían reacomodar en el armario.
No contaron con la versión local de monopolio mediático propio de
nuestra región (no tolerado por ninguna de las democracias del mundo desarrollado)
y que, como parte de las corporaciones transnacionales, aprovecharía ese flanco
para estafar a alguna gente, haciéndole creer que el cambio se limitaría a
remover algunas tazas de una posición que les resultaba antipática. El error
táctico fue no moverse con la rapidez necesaria para mostrar que no venían a cambiar
de posición las tacitas, sino a romper el armario.
Pero nuestros políticos parece que comienzan a reaccionar, como
crecientemente se les reclama; la reunión de gobernadores es prometedora. En
breve volverán a ser protagónicos si dejan de pasarse facturas y postergan el
internismo, que es el cáncer de los partidos del campo popular, como lo
demuestra el espejo del radicalismo.
Sería suicida distraerse con el internismo y alejarse del Pueblo, pues
pelearían por un armazón vacío: toda estrategia y táctica popular debe
priorizar la respuesta al Pueblo. Pero en tanto terminen de salir del estupor y
asuman la función natural de conducción y orientación, debe primar la
prudencia.
Nuestro Pueblo no está indefenso. La pretensión de una construcción
mediática de realidad única, está condenada al fracaso. La tecnología
comunicacional actual no es la de 1955 ni la de 1976. Además, no faltará en el propio
campo mediático empresarial quien aproveche la demanda de al menos el 50% del
mercado: si medio mercado (con perspectivas de aumentar) demanda galletitas,
alguien las ofrece.
Las plazas no cesarán; en este caso no es verdad que la gente se
cansa. Las cesantías masivas en la administración de miles de funcionarios,
los convierte mecánicamente en militantes. Y dentro de escasos meses se sumarán
las otras víctimas de este descalabro de concentración de riqueza y de
crecimiento de lo único que harán crecer: el coeficiente de Gini, o sea la
desigualdad social.
Esa militancia necesita conducción, orientación y también contención
de los políticos, ante todo porque debemos cuidar la vida de nuestra gente.
Deben conducir porque debe contenerse a cualquiera que se descontrole y
detectar a los provocadores. Ni la menor violencia debe salir del campo
popular, porque la están esperando para reprimir, y para la represión son
todavía más torpes que en lo político, que es decir.
No debe olvidarse que la violencia nunca fue propia del campo
popular, sino de sus enemigos : los sucesivos virreinatos destrozaron
la modesta vivienda de Yrigoyen, anularon la elecciones de Pueyrredón-Guido,
fusilaron en las dictaduras de 1930 y 1955, derogaron una Constitución por bando
militar, convocaron a una Constituyente sin Congreso, bombardearon la Ciudad de
Buenos Aires y ametrallaron a los trabajadores, destituyeron jueces
masivamente, sancionaron el decreto 4161, proscribieron partidos mayoritarios,
impusieron penas validas del estado de sitio, anularon las elecciones de 1962,
encarcelaron a presidentes electos por voto popular, sometieron civiles a
juicios militares, asesinaron y desaparecieron a decenas de miles de personas,
robaron bebés, se autoamnistiaron, y hoy provocan el caos institucional.
A toda costa se debe impedir cualquier pretexto que permita legitimar
la represión. La protesta debe canalizarse orgánicamente, con conducción y
contención, agotando todas las medidas legales, ocupando todos los espacios de
libertad que tenemos por ley y Constitución.
La lucha no violenta es de valientes, no de timoratos ni medrosos,
porque no evita la violencia de los otros, sino que la deja en descubierto y
los deslegitima y debilita. Se trata de la vieja técnica oriental: la defensa
consiste en usar la fuerza del contrincante para debilitarlo.
Los defensores de la violencia suelen ironizar respecto de Gandhi,
recordando que los ingleses victimizaron a miles de personas en la India, que
luchaban pacíficamente. La idealización de la violencia, en la que se nos educa
desde niños, les impide calcular el tiempo que hubiese durado y los millones
que hubiesen perecido si la lucha por la independencia de la India hubiese sido
violenta. ¿O se olvidan que los colonialismos son impiedosos?
Pero la lucha contra el caos requiere orden y organización: La
organización vence al tiempo, decía Perón. Es menester conducción y
organización, para que todo ciudadano, dentro de sus posibilidades, se
convierta en creativo, en pensador, en jurista, en difusor, en síntesis, en
político. En breve serán pocos los que digan Yo no entiendo ni quiero saber
de política.
La política es el gobierno de la polis, y a poco andar -y por el
camino que adopta este virreinato- todo ciudadano se dará cuenta de que quienes
fomentan la antipolítica y se proclaman apolíticos, en realidad quieren ejercer
el monopolio de la política, o sea, del gobierno; más que nunca su torpeza va
mostrando una opción bien férrea : o nos gobernamos nosotros o nos gobiernan
otros.
Insisto en que no soy la persona indicada, pero de momento me permito
sugerir: (a) Nada de violencia. (b) Ocupación de todos los espacios legales y
constitucionales para reclamar, denunciar y protestar. (c) No asumir ningún
riesgo inútil. (d) Reclamar de los políticos que despierten de su schock. (e)
Contención de quien se descontrole y separación urgente de los provocadores.
(f) Utilización de todos los espacios de comunicación. (g) Postergación de todo
internismo. (h) Privilegio de la función de conducción y orientación popular.
(i) Generosidad con los errores ajenos y corrección de los propios. (j) La
fuerza se vence usando las neuronas, o sea, lo que a la fuerza le falta: la
razón.
Hace muchos años, había un busto de Evita en la columnata de entrada
al Cementerio de la Chacarita. La dictadura de 1955 lo retiró. El día de
difuntos, la gente pasaba y cada uno dejaba una flor en el lugar en que había
estado el busto, hasta que se formó una montaña de flores. Aprendamos la
lección popular: enterremos la prepotencia del caos institucional bajo una
montaña de flores.
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