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Hay una palabra, una sola
palabra que resuena al mismo tiempo que presiona la impotencia como agua de
inundación acumulada contra el muro de una represa: revancha. Revancha contra
esa negra, esa india, esa mujer a la que tantas veces se nombró así en los
medios locales pero entre comillas como si no fuera digna de la categoría, la “ultrakirchnerista”,
esa persona diminuta pero tan aguerrida y con tanta determinación que fue capaz
de imaginar y crear universos propios para los suyos y las suyas.
Revancha, de clase, ideológica, revancha misógina, una retaliación
anunciada con la que seguramente Gerardo Morales ha soñado como se sueña con
una amante. Milagros Sala está detenida y el gobernador de Jujuy se jacta de
que la acusación no será sólo por “incitación a ilícito y tumulto” sino que
también se prepara para acusarla por robo “al Estado y los pobres”. ¿Cómo se
atreve esa mujer? ¿Cómo se le ocurre? ¿Cómo es que se animó no sólo a soñar
sino a hacer casas, fábricas, escuelas, becas para educación terciaria, plazas
junto con otros negros como ella, indígenas como ella, esos nadies que de pronto
organizados también querían clubes, piletas de natación y hasta su propia
marcha del orgullo lgbti con tantos colores y alegría que no son propios de
esas caras color tierra?
A una lustrabotas que pasó la adolescencia drogándose en la calle,
robando al menudeo, salvada de ese circuito por la protección de “las mujeres
de Azopardo”, ni más ni menos que las putas del barrio humilde donde creció
antes de conseguir un trabajo en el Estado y convertirse en dirigente de ATE,
de seguir al Perro Santillán en los cortes de ruta, de poner el cuerpo al calor
de las gomas quemadas a sabiendas que no había otra forma de reclamar, no había
otra herramienta cuando el país bajaba la cuesta de una de las peores crisis de
su historia al filo del tercer milenio. No, no le iban a perdonar el tamaño de
su atrevimiento, no es sólo el hartazgo por los cortes de ruta a los que la
organización que Sala lidera acostumbró a la provincia de Jujuy; es más que
eso, es relamerse porque al fin se acaba ese orgullo de clase que la animó
durante este tiempo, el tiempo en que encontró recursos para hacerse fuerte
entre los más vulnerables, ahí al pie de los cerros en Alto Comedero. Porque,
vamos, detener a alguien por acampar en una plaza pública para hacer un reclamo
cuando el mismo presidente se mostró en plena campaña antes del ballottage en
las carpas que durante meses se mantuvieron en plena 9 de Julio para hacer
visibles los reclamos del pueblo Qom es por lo menos un insulto a la
inteligencia de todos y de todas. O una acción ejemplificadora frente a la
movilización constante de quienes no piensan dejar pasar los decretazos de cada
día, el cierre de programas, los despidos masivos, la brutal transferencia de
recursos a los sectores más poderosos mientras el salario adelgaza y se acusa a
trabajadores y trabajadoras de ser la grasa que sobra en el cuerpo del Estado.
Algo de eso hay, sin duda, pero no se puede ocultar el tamaño de la violencia
de esta detención, el gusano de la revancha que se come rápidamente cualquier
otro argumento, el modo en que se la presenta como ese ser amenazante, por
negra, por mujer, por indígena y no solamente por eso. O mejor, por ser todo
eso y haberse atrevido no sólo a reclamar para sí y para los suyos los derechos
básicos sino también el derecho al goce, el derecho a una vida en la que se
pueda soñar más allá del destino de trabajo de sol y a sol y de la vivienda
como el techo para las aspiraciones.
La Tupac Amaru y Milagro Sala fueron más allá y pusieron animales de
fantasía en sus plazas, lugares de recreo, rosedales, piletas de natación con
rampas para rehabilitación de personas discapacitadas, crearon escuelas
secundarias y también becas para sostener la formación universitaria. Y hasta
su propio método para evitar la violencia patriarcal poniendo en jaque a los
agresores, yéndolos a buscar a sus propias casas sin esperar más que la
denuncia de las víctimas. La Tupac Amaru y Milagro Sala, con su pelo siempre
recogido, su nula elegancia, la parquedad de sus gestos, su pasado doliente y
su capacidad de recuperación reclamaron para sí todo lo que parecería, para las
autoridades que ahora tenemos, le corresponde a otros, a los blancos, a los que
se superan a sí mismos de uno en una, a los que no militan en organizaciones, a
los y las que van detrás del objetivo personal como burros detrás de la
zanahoria. Todos los demás, sean lo que sean, son un mal a extirpar, grasa que
cortar, no importa quien hayas sido ni cuál sea tu trayectoria laboral, si
perdiste el trabajo ya dijo el presidente que habrá rutas que construir, andá a
agarrar la pala. Milagro Sala la agarró en su momento, pero no lo hizo para
ella sola, y no lo hizo solamente para sobrevivir. Esa mujer, esa negra
indígena lo hizo para vivir, para vivir con otros, para asaltar el cielo de los
goces compartidos, para mostrar que las revoluciones son posibles aquí y ahora.
Por eso la revancha. Y por eso también esta impotencia que late, que presiona y
que también busca su cauce en la calle; la misma a la que con estos actos se
intenta disciplinar.
*Publicado en Página12
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