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Es indudable que en una mirada
retrospectiva, el kirchnerismo constituyó su fuerza política en función de
distintas alianzas y que las mismas estaban atravesadas por distintas
posiciones heterogéneas: Duhalde, Cobos, Massa, gobernadores, etc. Este
trayecto, en principio, parecería indicar que el kirchnerismo -si pretende
volver a alcanzar su protagonismo dentro de cuatro años- debería estar muy
atento a esas posibles alianzas, volverlas a recomponer, incluso a seducirlas
una vez más con el proyecto transformador. Los que argumentan de este modo
sostienen, con razón, que el kirchnerismo como fuerza única sería una fuerza
aislada y cuasi periférica que, en el mejor de los casos, alcanzaría un
segmento más o menos amplio pero no triunfante.
A esta posición, sólo me permito añadirle una observación para
el debate y es que el kirchnerismo realizó ya un trayecto que constituyó una
nueva experiencia de lo político donde aquellas alianzas de entonces han
quedado desbordadas por dicho camino. En otras palabras, no se trata de hacer
del kirchnerismo una corriente elitista o marginal sino de tomar nota de hasta
donde llegó su transformación de la cultura política argentina. El kirchnerismo
es una versión del movimiento nacional y popular de origen peronista que ha
introducido rasgos diferenciales, articulando distintas tradiciones, legados y elaboración
de proyectos que ya no permite ninguna táctica de alianzas con la derecha, sea
peronista o radical. Por muy pertinente que sea la "autocrítica", en
estos momentos, sería un error autoinculparse y no asumir que estos 12 años han
trazado una nueva frontera. Ahora que un poder neoliberal se ha apoderado
del Estado es más necesario que nunca darle la forma adecuada al antagonismo.
Por supuesto que tiene que haber alianzas e incluso que tienen que surgir
nuevas sensibilidades políticas que en su heterogeneidad deben ser articuladas,
pero las mismas deben surgir por abajo: desde el malestar real y desde los
efectos inmediatos del poder neoliberal, desde el inevitable desgaste y erosión
de lo social que ya se está produciendo.
El kirchnerismo no es una interna, es el nuevo punto de partida de un
movimiento nacional y popular de una izquierda diferente a sus versiones
clásicas o posmodernas. Dicho de otro modo, es la pieza clave de un nuevo
bloque cultural contrahegemónico al neoliberalismo. Cuando desde supuestas
posiciones de izquierda se le imputa al kirchnerismo haber convivido con la
lógica del capitalismo, esto es, efectivamente, cierto. El kirchnerismo ni
siquiera tomó el Estado, estuvo apenas en el gobierno organizando, en la medida
de sus posibilidades, una fuerza contrahegemónica. Por eso, hablar desde un
exterior al capitalismo es un error "metafísico" de la izquierda que
en su caracterización de la experiencia kirchnerista no logra entonces explicar
por qué la derecha mundial organizó un ataque sistemático y planificado contra
la misma. Ademas debería tomar nota definitiva porque han sido los centuriones
de la derecha neoliberal los que hace tiempo estaban esperando su oportunidad.
Sería un grave error entonces que el kirchnerismo se reduzca a un mero
estado asambleario, como también lo sería que se sofoque en la mesa de
negociaciones políticas. Es verdad que, en esta perspectiva, nada es seguro,
pero como suele suceder siempre, ninguna apuesta seria e importante lo es.
*Publicado en Tiempo Argentino
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