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Durante el siglo XX existió una
experiencia inédita que mostró y volvió definitivamente patente un aspecto que
anudaba la organización colectiva con el terror, el llamado Totalitarismo. Más
allá de los distintos análisis que intentaron interpretarlo en su verdadera
esencia, casi todos coinciden en que dicha formación histórica, admitiendo la
diferencia crucial entre el estalinismo y el nacionalsocialismo, intenta
asegurar su cohesión, su plenitud como identidad, su clausura como sociedad
consistente y realizada desencandenando una lógica de terror y eliminación de
toda existencia que se perciba como amenaza de la totalidad alcanzada.
Después de Aristóteles la gran invención política moderna ha sido el
totalitarismo como un estado de terror capaz de llegar a capturar en sus redes
al lenguaje mismo. De esta experiencia siniestra de la política, surgieron
distintos pensadores que intentaron pensar la democracia, como el auténtico
reverso y cura del totalitarismo, como la auténtica prevención y “cura” de la
vocación totalitaria. Para estos autores, la democracia como tal, debía
presentarse como una estructura parcial, siempre mejorable, inacabada y
constituida a partir de un vacío que no fuese posible colmar ni clausurar por
un líder o una ley racial o una ley “científica de la Historia”. Así las
democracias occidentales hablaron a través de sus representantes el idioma
dilecto, tanto a izquierda como a derecha, del antitotalitarismo.
Pero en esta nueva mutación del capitalismo, que denominamos
neoliberalismo, la disyunción totalitarismo o democracia se ha vuelto opaca y
enmascara una nueva cuestión, que las verdaderas decisiones que toman los
mercados no son nunca votadas, y que es el neoliberalismo el que funciona como
un dispositivo con pretensiones totalizantes, tanto intentando cerrar toda
brecha social que muestre la heterogeneidad inevitable de lo social, como el de
negar cualquier antagonismo con el nombre de “grieta”, “crispación” y finalmente
denunciando como “totalitaria” a las experiencias populares que por desear no
seguir los pasos del Amo corporativo necesitan sostenerse en un discurso
ideológico que exige una militancia social que va mas allá de la vida
institucional, vida, que hasta el momento de las experiencias contrahegemónicas
populares, desfallecía en un inmovilismo inerte.
Un ejemplo claro de todo esto es el actual gobierno argentino, el que
se anunció como un gobierno “liberal”, “republicano” y democráticamente
inspirado por los tonos de la autoayuda y el coach. Han bastado apenas unos
días para observar la verdad de lo que estaba en juego. Primero, sus
mercenarios mediáticos de las grandes cadenas se encargaron de mostrar al
gobierno popular como totalitario, preparando de este modo la deslegitimación
pertinente que les permitiera hacer cualquier cosa, reprimir como hacia años a
los trabajadores en la calle, atentar contra los centros de derechos humanos
con amenazas de bombas, presentar a los intelectuales y artistas que apoyaron
el proyecto popular anterior como abducidos (utilizando la adhesión a Hitler
cómo fenómeno explicativo) o en todo caso contratados por el Estado. Por ello,
como están desmontando un estado totalitario, que además había construido un
relato sobre su aventura la intención ilimitada de destruirlo se manifiesta en
toda su potencia, incluso sin calcular en la propias condiciones de
gobernabilidad, que aún el proyecto neoliberal tiene que demostrar.
En cualquier caso se ha producido, por las exigencias de seguridad y
los protocolos de control que la gobernanza neoliberal exige, una
transformación perversa de la oposición entre el totalitarismo y la democracia.
Ahora es el neoliberalismo, cuyo verdadero funcionamiento es el de un nuevo
“estado de excepción”, el que tendencialmente no podrá ser regulado
democráticamente, el que despliega su vocación totalitaria al modo de un
festival, mientras acusa de totalitaria a cualquier experiencia, que desee, ya
no atentar contra la propiedad privada o alentar la propiedad colectiva, sino
incluso a aquellos proyectos populares que sólo deseaban la existencia de la
inclusión social.
Que los ricos nunca atentan contra ellos y votan por quienes los saben
custodiar y en cambio un gran segmento de la población se entrega al proyecto
neoliberal no es ajeno a lo que venimos invocando aquí. El neoliberalismo
seduce y atrapa con lo ilimitado, con el comienzo absoluto, con el presente
permanente de la tv, con la inmediatez sin rodeos de los medios técnicos y con
un nuevo tipo de identificación propio de la pulsión de muerte en su expansión
democrática, ser capaz de hacerme un gran daño, incluso perder todo con tal de
destruir al otro. Hacerse la victima para poder matar, así el nuevo gobierno
neoliberal argentino, llama al “amor” que el supuesto totalitarismo anterior no
entendía porque asumía confrontaciones, mientras prepara la devastación
general.
* Psicoanalista y escritor. Publicado en Página12
Y la izquierda, en nuestra Capital Federal, ciudad construida, subvencionada, mantenida y elegidda después de luchas sangrientas, y propiedad de TODOS los argentinos y argentinas, y en la 2ª vuelta presidencial, llamó a votar en BLANCO...
ResponderEliminarNuestros políticos tienen un poco las manos atadas xq si embaten ahora, los pro-votantes, que todavía festejan, incluso los despidos, creerán haber sido víctimas de un golpe.
ResponderEliminarLo imperdonable es el acompañamiento que los concejales citadinos del FPV, hicieron de muchas iniciativas prroo, cosa que era evidente que no iba a ser retribuido de ninguna manera. Incluso el posicionamiento de PPT-678 de MM como 1º a deconstruir contribuyó a posicionarlo, mas que a clarificar a la gente, un poco ... no diré qué, pero diré aquello con lo quese fabrican canastos, pesebres y techos de algunos quinchos... la actitud cuando lo bueno de aquél querido programa era el debate de ideas entre los panelistas.