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Ilustración y Razón
La Ilustración, época histórica y movida cultural, se propuso
iluminar las tinieblas de la ignorancia para que la razón alumbrara la
humanidad o, al menos, a Europa. Desde entonces, educación y riqueza se convirtieron en pares
complementarios y se creyó, sobre bien fundadas razones, que una mejor
educación traería mejor distribución de la riqueza y la mejor
distribución de la riqueza permitiría educar ciudadanos cultos,
solidarios y responsables.
A pesar de avances trascendentes, los resultados distaron de
construir el mundo de justicia que soñaron aquellos maestros y sea
porque el pasaje de la teoría a la práctica exige incansables ajustes o
porque los grandes cambios confrontan principios y experiencias en el
poder; sea por costumbres de sumisión a normas injustas y sacrosantas
academias o por simples cuestiones de interés personal o de grupo,
demasiados “señores de traje y sombrero”, como diría María Elena Walsh, o
en camperas sólo simbólicamente transgresoras se apoderaron del control
del conocimiento con pretensión de reinstalar aristocracias o de
instaurar otras nuevas.
Apandillados en corporaciones y asociados en el Gran Hermano
Mediático, continúan procurando la domesticación de conciencias y
despliegan, especialmente en tiempos de urgencias, electorales por caso,
un gran abanico de recursos y estéticas de alienación para captura de
subjetividades.
Máxime en la actualidad, cuando no sólo se ven obligados a lidiar
con solitarios luchadores por la recuperación de derechos y
sensibilidades culturales sino, y cada vez más, contra Estados
nacionales.
La razón de las ilustraciones
Las campañas políticas suelen ocultar las intenciones de los
candidatos, pero los objetivos resultan muy evidentes si se contrata en
patota a los mismos profesionales y se aplican idénticas fórmulas de
propaganda a las que otorgan valor y adhesión activa a cualquier marca
que zumbe y retumbe, semiótica mediante, sobre los hábitos audiovisuales
de los consumidores devenidos en ciudadanos.
Reconocibles usinas expertas en producción y distribución de
significantes vacíos de significados reúnen a los mejores cientistas en
mercadeo con clientes de ideologías afines y usan herramientas de
comercialización como armas de seducción, válidas para cualquier
producto, sea golosina o representante del pueblo.
Tampoco pueden hacer milagros.
Se trata de atender a muchos clientes juntos con idénticos plazos de
entrega y el mismo propósito de reinstalar pasados injustos.
En el afán por proveer de cualidades inexistentes a los postulantes y
disimular sus proyectos opuestos a los intereses populares u omitir
prontuarios, podría suceder que la insistencia en suministrarle
cualidades efervescentes y espumosas acabe por exponer que un candidato
es una gaseosa. Más aún: las consignas desencantadas destinadas a
promover personajes dispuestos a ejercer como gerentes, también
exteriorizan el principal objetivo de los intereses que los promocionan.
En palabras de Jürgen Habermas, siempre se trata de apartarnos de la
función liberadora de la memoria y hoy más que nunca, el presente
convoca a la historia.
Razón objetiva histórica
En esta precisa coyuntura, la sustitución de proyectos por gráficas y
emoticones es posible, gracias a los privilegios que ha otorgado la
“injusticia” al control tecnológico propietario de los grupos
concentrados.
Desde cada pantalla y cada hogar, ellos se asumen como árbitros del
voto popular, con derecho a sentenciar criterios y juicios e implantar
ilusiones y protagonistas para apropiarse de la “Razón Objetiva
Histórica”, mérito que ni siquiera Kant o Hegel se hubieran atrevido a
reclamar, por cordura o simple honestidad intelectual.
Los dirigentes “+ o -” ya no golpean la puerta de los cuarteles,
pero registran, en palabras del general San Martín, cuando “la
biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que
nuestros ejércitos” y que el control que ejercen sobre el imaginario
social va cediendo al ritmo que se profundiza la redistribución de la
riqueza y la educación.
El rescate de la memoria colectiva ofrece, una y otra vez,
oportunidades al pensamiento crítico. Y lecciones, como las que aporta
la significativa similitud entre los acontecimientos padecidos en Europa
por un presidente democrático de América latina hace tan sólo unas
semanas, y la detención y requisa que sufriera don José de San Martín en
el puerto del Havre, desde el 23 al 29 de abril de 1824, por motivos
casi idénticos.
Apenas dos hechos separados por 200 años, cuya comparación ilumina
el presente y manifiesta que aún se sigue eligiendo entre los herederos
ideológicos de Rivadavia y los protagonistas de la Asamblea de 1813.
* Antropóloga UNR.
Publicado en Página12
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