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Un fantasma acecha en la observación de nuestra política: la rutina del
estupor. ¿Cómo es posible que no produzca asombro el hecho de que el
Presidente de Aerolíneas Argentinas tenga que dedicarse a dar
puntillosas explicaciones por ejercer la defensa del interés nacional?
Mueve a risa pensar que un funcionario público – especialmente si su
ámbito de competencia es una aerolínea de bandera – deba enfrentar una
discusión de cualquier orden desde una postura de imparcialidad como la
que reclaman algunos sedicentes líderes de opinión locales.
En el caso puntual de Mariano Recalde, el cuestionamiento es el más
reciente eslabón de una cadena envuelta a su gestión desde el mismísimo
comienzo. En aquel momento, carentes aún de un objeto pasible de
crítica, los dardos se centraron en dos caracteres de pueril fragilidad.
El primero era la “excesiva” juventud del flamante funcionario. El
segundo, su pertenencia a La Cámpora, una agrupación a la que se ha
intentado demonizar tratando de asimilarla a nucleamientos que van desde
Montoneros hasta las Juventudes Hitlerianas.
También en este caso el desatino de las pretendidas similitudes revela
el desembozado motivo del ataque, que no es otro que el disciplinado
respaldo de la agrupación a los lineamientos del Ejecutivo y su
recreación en virtud de renovados desafíos generacionales.
Desde este punto podemos rastrear la conexión con el comienzo de estas
líneas. Transcurridas varias décadas de extravío en lo que a la
recuperación plena del concepto de soberanía se refiere, el modelo
kirchnerista asumió la restauración del interés nacional ( y su
consecuente ampliación a la idea de “Patria Grande”) como un leit motiv
de sus políticas.
Frente al cipayismo mal disimulado de la dictadura, las relaciones
carnales del menemismo y una vindicación nacional puramente declamatoria
de otros momentos y núcleos partidarios, esta toma de posición –
elemental, fundante, insoslayable – no dejó de hacer cierto “ruido” en
algunos sectores de la opinión pública urbana y pseudo progresista.
Desde distintos ámbitos se intentó travestirla de chauvinismo u otras
perversiones del concepto aprovechadas históricamente por la derecha
para disfrazar sus posturas como imperativos categóricos. Pero pasados
diez años de políticas consecuentes, es cada vez más difícil que se
logre desnaturalizar la idea concreta de soberanía.
Para volver al tema de Aerolíneas Argentinas ha de decirse en primer
lugar que es incorrecto hablar de “conflicto” en el diferendo con la
empresa LAN o en la demanda de hangares y explotación de rutas internas
en países vecinos. La actitud de Recalde no ha sido otra que la de
ratificar su eficacia en la conducción del crecimiento de la empresa con
la afirmación del interés que define el carácter de una aerolínea de
bandera.
Pero en este punto corresponde también aclarar un perfil ampliado de lo
soberano. En el caso de Aerolíneas no se trata sólo de la recuperación
de rutas, destinos y frecuencias o de la modernización y ampliación de
la flota. La incorporación de miles de ciudadanos a los beneficios del
transporte aéreo, la progresiva federalización del servicio y la
vocación solidaria en aspectos como el acuerdo con el INCUCAI, expresan
la necesidad de entender la soberanía nacional en el perfil que la
completa y que es el de soberanía popular.
Por eso el cuestionamiento a ciertas decisiones oficiales no se limita a
la vocación entreguista de quienes cuestionaron la postura frente a
Malvinas o la Fragata Libertad. La condición de esas voces es idéntica
en su respaldo de los fondos buitre y las tutelares de Clarín o la condena de la política tributaria y las relaciones con el lobby agropecuario.
La cuestión es tan sencilla como la que emerge de parafrasear viejos
refranes. Es obvio que la soberanía bien entendida empieza por casa. Por
eso es necesario mantener la vigilia frente a los abanderados de las
hipotecas y otros okupas agazapados. Sólo la unidad frente a esos
intereses puede garantizar que la casa esté verdaderamente en orden.
*Publicado por Telam
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