Por Roberto Marra
Cuando se habla de “unidad” en la actividad política, mayormente vinculada a los procesos electorales, o a las luchas por liberarse de yugos dictatoriales, o para terminar con evoluciones pseudo-democráticas que arruinen a la Nación y a su Pueblo, se supone que se trata de la conjunción de sectores diversos de la sociedad, que comparten una serie de valores, objetivos y metodologías, para el logro posterior de desarrollos virtuosos en lo económico, lo productivo, lo laboral, lo científico, lo cultural, lo educativo, lo sanitario y, en definitiva, de todo aquello que permita elevar la calidad de vida del Pueblo con dignidad material y crecimiento espiritual.
Claro que esto es una idealización, una expresión “perfecta” de lo que se pretende alcanzar. En el transcurso del proceso que se intente generar para construir esa unidad, seguramente se podrán producir divergencias, cabildeos, debates o enfrentamientos temporales, que sólo tendrán un final provechoso si las partes son capaces de comprender lo que de verdad se juega en el fondo de toda esa búsqueda.
Para que esa comprensión se dé, hará falta algo más que buena voluntad. Será necesario mucho conocimiento de la realidad, mucho acercamiento a los padecimientos populares, mucho estudio crítico de la historia y su vinculación con la geopolítica regional y mundial. Se necesitará mayor desprendimiento personal, menor egocentrismo, mayor altruismo, menor interés por apurar los pasos sin establecer certezas conjuntas y, sobre todo, escuchar al soberano, al hombre y la mujer sencillos, los constructores reales de la sociedad, dejados siempre de lado por los poderosos y también, paradójicamente, por quienes dicen ser sus defensores.
Sin embargo, ejemplos de procederes de esta naturaleza no son fáciles de encontrar por estos tiempos. Más bien por el contrario, sobran los ejemplos de “unidades” de imposible consideración como tales, salvo por la voluntad semántica de sus integrantes, porfiados reproductores de fórmulas fracasadas, ambiciosos especuladores puestos a hilvanar futuros de pompas de jabón, profanadores de ideas que tergiversan y retuercen a sus necesidades personales o sectoriales.
Después vienen los discursos amañados por los intereses que enmascaran con palabras edulcoradas, los intercambios de elogios hacia sus “unitarios” socios de ocasión, y las infaltables vociferaciones contra quienes les adviertan de los errores cometidos en la conformación de esa entente degradante de los valores ideológicos que dicen representar.
Sin embargo, hay algo peor todavía. Y es que, a lo largo de la historia reciente, el empuje de los disvalores neoliberales ha ido penetrando incluso a los menos proclives a ser cooptados por ellos. Como resultado, en cada nueva oportunidad de generar un proceso unitario para desalojar a gobernantes ineptos o vendepatrias, se van dejando de lado ciertas premisas ideológicas o doctrinarias, todo por tratar de alcanzar a unir más voluntades para terminar con los males padecidos. Al hacerlo, se produce retroceso tras retroceso en la búsqueda de aquellos valores iniciáticos que dieron comienzo y sustento a la doctrina sostenida, provocando, luego de la eventual asunción de responsabilidades gubernamentales, la pérdida del camino hacia objetivos que la penetración neoliberal en la “unidad” en cuestión, hace imposible.
“Si no hacemos así, no podemos ganarles...”, nos dicen. Olvidan lo primordial, que es “el para qué” queremos ganar. Olvidan lo trascendente, que es la transformación de la sociedad en una mejor, no en un remedo de la existente, donde sólo se modifiquen apariencias y se continúen con las peores prácticas excluyentes, en nombre de “hacer lo que se puede”. Olvidan hasta lo que les otorgó el liderazgo que defienden con uñas y dientes frente a quienes sólo les marcan los errores. Olvidan la historia de sus propias vidas de luchas virtuosas, tiradas al tacho de un porvenir tergiversado por la maquinaria mediática que los asusta al punto de doblarse ante ella.
Claro que se pueden asumir unidades con los distintos. Claro que se lo debe hacer ante peligros supremos de disolución nacional y pérdida absoluta de soberanía. Pero jamás se debiera aceptar inmolar las ideas ante los lobunos enemigos disfrazados de corderos. Nunca se debiera intentar una unidad entre diversos, sin contar con la fuerza necesaria que impida la prevalencia de esos monstruos en la conformación de semejante fuerza que se pretenda liberadora de opresiones y sojuzgamientos.
Construir unidad es alterar ciertos devaneos con la historia, es modificar caminos para ampliar expectativas de quienes no integran el espacio que la promueve, es elaborar con palabras nuevas la manifestación de los mismos objetivos para que se amplíe la comprensión de las metas, es subyugar a quienes sueñan parecido, pero transitan otras sendas. Es hablar con claridad, trabajar con transparencia y mostrar el horizonte a compartir, cambiando lo que haya que cambiar en las formas, pero nunca el contenido.
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