No es tan fácil entender la melancolía. Jon
Juaristi es un vasco arrepentido de su pasado en la izquierda abertzale,
concretamente en ETA. Juaristi estudió en una ikastola, lo que los
anti-K podrían llamar una escuela ideológica. Es decir, aquellos que no
ven ninguna ideología en universidades como la Austral del Opus Dei,
pero que sí ven ideología cuando viene de la mano de los bombos o las
banderas rojas. El gran problema es que los Opus argentinos deberían
tener presente que en la Universidad de Navarra –Opus– no era pecado ser
etarra. Pero Juaristi, un intelectual con obra destacada, pasó a
militar en el socialismo y luego fue un activo colaborador nada menos
que de José María Aznar, quien le confió la dirección de la Biblioteca
Nacional y luego del Instituto Cervantes.
Más allá de las
consideraciones éticas y políticas de alguien que cambia tanto en tan
poco tiempo, Juaristi hace una definición interesante de la melancolía
referida a los procesos históricos e ideológicos. Sostiene que el
nacionalismo vasco construyó su identidad sobre un pasado completamente
inexistente. Es inevitable entender que la melancolía de Juaristi tiene
mucho que ver con sus propios derrapes, pero muchas veces las
observaciones de personas perturbadas por sus propios conflictos
terminan siendo aportes trascendentes. Es interesante repasar algunos de
los conceptos que Sigmund Freud da sobre la melancolía. Cabe aclarar
que quien escribe esto se siente excedido para hacer consideraciones
sobre la relación entre psicología, historia y política, pero también es
bueno darse cuenta que entender las conductas sociales sin entender las
perturbaciones humanas es por lo menos ingenuo. En Duelo y melancolía,
Freud dice que la melancolía "se singulariza en lo anímico por una
cancelación del interés por el mundo exterior". Agrega, además, como
atributos para describir ese estado, "la pérdida de la capacidad de
amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento
de sí (autoestima, diría Néstor Kirchner) que se exterioriza en
autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta en una delirante
expectativa de castigo".
Esta breve introducción es para hacer referencias a las manifestaciones
de caceroleros. Pero con un agregado que parece imprescindible y que
este cronista lo formula en términos de interrogantes. La primera
pregunta que surge es si es posible escindir una expresión
político-cultural del resto de las expresiones. Esto es, cómo puede
entenderse que una porción –importante– de la sociedad pueda sentirse
fascinada por el discurso de las cacerolas, cuyo lenguaje articulado no
supera el ¡pam-pam-pam! muy por debajo del lenguaje articulado de los
rumiantes capaces de decir ¡muuuu-muuuu-muuu! Con una gran ventaja para
estos últimos, dado que sus congéneres pueden interpretar de modo
directo qué significa muuuu-muuuu-muuu, mientras que los humanos que
escuchan pam-pam-pam pueden asignarles a esos sonidos el sentido que
quieran. Esto no es malo en el sentido del valor poético o retórico del
discurso humano, pero es altamente preocupante desde el punto de vista
de poder descifrar qué mensajes hay detrás del batifondo.
Advertido de los peligros que encierra el sentimiento melancólico, este
cronista prefiere inquietarse preguntando algunas otras cosas ¿Está
disociado el discurso vacío de las cacerolas del resto de los discursos
que circulan, al menos a través de los medios y las llamadas redes
sociales? Dicho de otro modo: ¿Se puede estudiar y comprender el ruido
de las cacerolas sin preguntarse si el resto de los discursos
circulantes –incluyendo los de signo kirchnerista– no tendrán algún tipo
de ruido que los hagan difíciles de entender para quienes de antemano
no comparten sus códigos?
Para entrar en un tema de mucha actualidad, y que es inquietante, quien
escribe estas líneas desde hace muchos años viene publicando textos
sobre la inconveniencia de los monopolios en la propiedad de los medios;
sin embargo, no comparte la idea de que la multiplicidad de voces
necesaria para una sociedad plural se limite a la batalla contra los
monopolios. Es condición necesaria pero no suficiente. Es más, para la
diversidad de voces no es lo mejor emblocarse tras una postura única o
dividir las aguas planteando que se trata de una historia de propios y
ajenos. Justamente, los monopolios de la palabra abonan el discurso
único, aborrecible para quienes quieren soportar el duro oficio de
aceptar la diversidad.
¿Y qué es la diversidad de voces? Habilitarles canales de expresión a
sectores de la sociedad que jamás pudieron ser sujetos de comunicación.
La Ley de Servicios de Comunicación, imprescindible, llegó hace tres
años para redimir la capacidad de expresarse de miles de colectivos que
fueron excluidos del mapa mediático. Los monopolios impidieron e impiden
que eso se concrete. La pluralidad de voces sirve en un marco donde se
estimule la escucha. Es decir, vale la pena tener muchos emisores en un
ambiente donde a los receptores les interese escuchar al otro.
CACEROLAS Y VIEJOS SUEÑOS. Quien escribe esto, además de no saber lo
suficiente de psicología y comunicación, es menos ducho aun en lo que
ahora se llaman redes sociales y que permite a muchas personas estar
solísimas y creer que no lo están por el simple hecho de usar su
computadora y publicar en un muro virtual una serie de frases, y creer
que son escuchados por el mero hecho de dar "enter" después de escribir.
Tras recorrer varios de estos muros virtuales, hubo una foto, un nombre
y una frase que, a criterio de este cronista, podrían servir para una
telenovela sobre las caceroleras. Aclarado más arriba que el mal de las
cacerolas no se circunscribe al discurso de los caceroleros, la señora
en cuestión se llama Helena y sus dos apellidos no serán incluidos en
este relato porque sería muy injusto ponerla como una tonta arquetípica.
Helena pone una foto suya en la que tiene un sombrero que parece de la
Reina Isabel de Inglaterra, un collar de perlas propio de Amalita
Lacroze y unos anteojos negros que bien podrían proteger del sol a la
mismísima Sofía Loren. Helena sabe disimular sus muchos años y se lanza
al muro con un dejo de melancolía: "Quisiera volver a mi país de mis 15
años, sin odios ni rencores, cuando Argentina era París en América."
¡Simplemente maravilloso! Para más datos, el portal donde publica Helena
lleva como nombre: Yo no voté a la Kretina. La telenovela podría ser un
éxito, pero las canalladas a veces ahogan las ganas de reír.
Vale la pena detenerse en la cantidad de nombres de quienes se llaman a
sí mismos autoconvocados para el caceroleo del jueves 8 de noviembre:
500 para salvar Argentina, 678 Miente, Aguante Lanata, Anti K, Anti K
Hasta la Manija, Anti K Hasta las Muelas, Argentina Despierta, Argentina
Despierta Mar del Plata, Argentina en Democracia y Paz, Argentina
Reforzada, Argentina sin Corrupción, Argentinos del 13-S, Argentinos en
contra de Cristina Kirchner, Argentinos Indignados, Basta de Sindikatos
Korruptos y de la Kámpora, Boleta Única, Cacerolazo, Cacerolazos anti K,
Cansados de Corrupción, Ciudadanía Activa, Contra el Monopolio “K” de
Medios, Dictadura Kirchnerista, El Anti K, El Cipayo, El Grupo de los
11, Gorila antes que Planero, Indignados Argentina, Karancho Moreno, La
46% (46.com.ar), La democracia en peligro, digamos basta por favor, La
Irigoyen, Lanata sin Filtro, Lomas Alerta, Me da vergüenza que Cristina
sea mi Presidente, No a Cristina Kirchner 2011. NunKa más, No a Cristina
por siempre, No a Kirchner 2011, No a Kirchner 2011 (Reforzado), No a
Kirchner Nunca más, No a la Reforma, No a la renuncia de Julio Cobos, No
a Scioli 2011, No al cambio de la Calle Córdoba por Néstor Kirchner, No
más Frente para la Victoria, No más K. Unamos nuestros votos, ONG
Salvemos a la Argentina, Organización del Acto para decirle No a
Kirchner 2015, Por una República, por la Democracia, por una Argentina
sin KK, Refundar Argentina, Resilientes, Soy la mitad del país que
mantiene a la otra mitad, Twitter: Comunidad #LegiónAntiK, Yo no voté a
Kretina, ¿y Usted?, Yo también quiero duplicar mi sueldo. Quizá este
último sea el más ingenioso pero ni los propios caceroleros pueden
entenderlo.
No parece creíble que en la Argentina, un país con historia, con espesor
cultural, la oposición política al gobierno esté ahora tironeada por
estas ¿agrupaciones? que se presentan como la punta de lanza de ¿la
destitución? al gobierno. Hay momentos de confrontación, como fue el
caso de las luchas encabezadas por la Mesa de Enlace, en los que resulta
comprensible embanderarse con uno u otro sector. El embate al gobierno,
allá por 2008, tenía un reclamo por parte de las organizaciones
patronales del campo, que pretendía defender intereses minoritarios en
perjuicio del bien común. Había una cierta lógica entre la
identificación de sectores medios con la Sociedad Rural. Esa lógica
tiene raíces culturales profundas. Del mismo modo que otros sectores –lo
que genéricamente se llama bloque popular, que une a asalariados, con
sectores medios y empresarios pymes– dieron su apoyo al gobierno, porque
abrevaban en una identidad histórica. Se trató de una lucha en la cual,
pasado el tiempo, se constató la vitalidad del campo nacional. No desde
el punto de vista de que cada una de las banderas o de las consignas
haya sido mejor que la otra, sino en el sentido de que el intento de la
Mesa de Enlace era impedir que el Estado tuviera una porción de la renta
extraordinaria de la soja para invertirla en políticas sociales. Hoy
los resultados están a la vista, con Plan Conectar, con Asignación
Universal por Hijo y otras tantas políticas en marcha.
Por el contrario, de esta escena opositora, donde lo más evidente son
los caceroleros y los que atacan cada paso de la presidenta, no resulta
tan fácil comprender qué grandes intereses hay en juego. Tal vez estas
expresiones caceroleras sean efímeras y entonces no tenga sentido
analizarlas en su relación al resto de los discursos sociales,
incluyendo al discurso kirchnerista. Pero si mantienen vitalidad sería
muy interesante que haya suficientes voces, diversas voces, valientes
voces, que puedan contribuir a que los debates sirvan para poner en
primera línea los intereses de la Nación y del Pueblo, que son los que
trascienden. Porque no alcanza con quejarse de que hay unos
deshilachados amantes de la bronca y el buen vivir, también se trata de
no pelearse con gente que esté disgustada con lo que a uno le gusta,
sino de pelearse con gente que impida que se terminen las pobrezas;
entre otras, la pobreza intelectual del diálogo entre diferentes
discursos políticos y la pobreza de la multiplicidad de voces.
*Publicado en Tiempo Argentino
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