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martes, 2 de octubre de 2012

MELANCOLÍA, CACEROLAS Y DIÁLOGOS

Por Eduardo Anguita*

No es tan fácil entender la melancolía. Jon Juaristi es un vasco arrepentido de su pasado en la izquierda abertzale, concretamente en ETA. Juaristi estudió en una ikastola, lo que los anti-K podrían llamar una escuela ideológica. Es decir, aquellos que no ven ninguna ideología en universidades como la Austral del Opus Dei, pero que sí ven ideología cuando viene de la mano de los bombos o las banderas rojas. El gran problema es que los Opus argentinos deberían tener presente que en la Universidad de Navarra –Opus– no era pecado ser etarra. Pero Juaristi, un intelectual con obra destacada, pasó  a militar en el socialismo y luego fue un activo colaborador nada menos que de José María Aznar, quien le confió la dirección de la Biblioteca Nacional y luego del Instituto Cervantes.
Más allá de las consideraciones éticas y políticas de alguien que cambia tanto en tan poco tiempo, Juaristi hace una definición interesante de la melancolía referida a los procesos históricos e ideológicos. Sostiene que el nacionalismo vasco construyó su identidad sobre un pasado completamente inexistente. Es inevitable entender que la melancolía de Juaristi tiene mucho que ver con sus propios derrapes, pero muchas veces las observaciones de personas perturbadas por sus propios conflictos terminan siendo aportes trascendentes. Es interesante repasar algunos de los conceptos que Sigmund Freud da sobre la melancolía. Cabe aclarar que quien escribe esto se siente excedido para hacer consideraciones sobre la relación entre psicología, historia y política, pero también es bueno darse cuenta que entender las conductas sociales sin entender las perturbaciones humanas es por lo menos ingenuo. En Duelo y melancolía, Freud dice que la melancolía "se singulariza en lo anímico por una cancelación del interés por el mundo exterior". Agrega, además, como atributos para describir ese estado, "la pérdida de la capacidad de amar, la inhibición de toda productividad y una rebaja en el sentimiento de sí (autoestima, diría Néstor Kirchner) que se exterioriza en autorreproches y autodenigraciones y se extrema hasta en una delirante expectativa de castigo".
Esta breve introducción es para hacer referencias a las manifestaciones de caceroleros. Pero con un agregado que parece imprescindible y que este cronista lo formula en términos de interrogantes. La primera pregunta que surge es si es posible escindir una expresión político-cultural del resto de las expresiones. Esto es, cómo puede entenderse que una porción –importante– de la sociedad pueda sentirse fascinada por el discurso de las cacerolas, cuyo lenguaje articulado no supera el ¡pam-pam-pam! muy por debajo del lenguaje articulado de los rumiantes capaces de decir ¡muuuu-muuuu-muuu! Con una gran ventaja para estos últimos, dado que sus congéneres pueden interpretar de modo directo qué significa muuuu-muuuu-muuu, mientras que los humanos que escuchan pam-pam-pam pueden asignarles a esos sonidos el sentido que quieran. Esto no es malo en el sentido del valor poético o retórico del discurso humano, pero es altamente preocupante desde el punto de vista de poder descifrar qué mensajes hay detrás del batifondo.
Advertido de los peligros que encierra el sentimiento melancólico, este cronista prefiere inquietarse preguntando algunas otras cosas ¿Está disociado el discurso vacío de las cacerolas del resto de los discursos que circulan, al menos a través de los medios y las llamadas redes sociales? Dicho de otro modo: ¿Se puede estudiar y comprender el ruido de las cacerolas sin preguntarse si el resto de los discursos circulantes –incluyendo los de signo kirchnerista– no tendrán algún tipo de ruido que los hagan difíciles de entender para quienes de antemano no comparten sus códigos?
Para entrar en un tema de mucha actualidad, y que es inquietante, quien escribe estas líneas desde hace muchos años viene publicando textos sobre la inconveniencia de los monopolios en la propiedad de los medios; sin embargo, no comparte la idea de que la multiplicidad de voces necesaria para una sociedad plural se limite a la batalla contra los monopolios. Es condición necesaria pero no suficiente. Es más, para la diversidad de voces no es lo mejor emblocarse tras una postura única o dividir las aguas planteando que se trata de una historia de propios y ajenos. Justamente, los monopolios de la palabra abonan el discurso único, aborrecible para quienes quieren soportar el duro oficio de aceptar la diversidad.
¿Y qué es la diversidad de voces? Habilitarles canales de expresión a sectores de la sociedad que jamás pudieron ser sujetos de comunicación. La Ley de Servicios de Comunicación, imprescindible, llegó hace tres años para redimir la capacidad de expresarse de miles de colectivos que fueron excluidos del mapa mediático. Los monopolios impidieron e impiden que eso se concrete. La pluralidad de voces sirve en un marco donde se estimule la escucha. Es decir, vale la pena tener muchos emisores en un ambiente donde a los receptores les interese escuchar al otro.

CACEROLAS Y VIEJOS SUEÑOS. Quien escribe esto, además de no saber lo suficiente de psicología y comunicación, es menos ducho aun en lo que ahora se llaman redes sociales y que permite a muchas personas estar solísimas y creer que no lo están por el simple hecho de usar su computadora y publicar en un muro virtual una serie de frases, y creer que son escuchados por el mero hecho de dar "enter" después de escribir. Tras recorrer varios de estos muros virtuales, hubo una foto, un nombre y una frase que, a criterio de este cronista, podrían servir para una telenovela sobre las caceroleras. Aclarado más arriba que el mal de las cacerolas no se circunscribe al discurso de los caceroleros, la señora en cuestión se llama Helena y sus dos apellidos no serán incluidos en este relato porque sería muy injusto ponerla como una tonta arquetípica. Helena pone una foto suya en la que tiene un sombrero que parece de la Reina Isabel de Inglaterra, un collar de perlas propio de Amalita Lacroze y unos anteojos negros que bien podrían proteger del sol a la mismísima Sofía Loren. Helena sabe disimular sus muchos años y se lanza al muro con un dejo de melancolía: "Quisiera volver a mi país de mis 15 años, sin odios ni rencores, cuando Argentina era París en América." ¡Simplemente maravilloso! Para más datos, el portal donde publica Helena lleva como nombre: Yo no voté a la Kretina. La telenovela podría ser un éxito, pero las canalladas a veces ahogan las ganas de reír.
Vale la pena detenerse en la cantidad de nombres de quienes se llaman a sí mismos autoconvocados para el caceroleo del jueves 8 de noviembre: 500 para salvar Argentina, 678 Miente, Aguante Lanata, Anti K, Anti K Hasta la Manija, Anti K Hasta las Muelas, Argentina Despierta, Argentina Despierta Mar del Plata, Argentina en Democracia y Paz, Argentina Reforzada, Argentina sin Corrupción, Argentinos del 13-S, Argentinos en contra de Cristina Kirchner, Argentinos Indignados, Basta de Sindikatos Korruptos y de la Kámpora, Boleta Única, Cacerolazo, Cacerolazos anti K, Cansados de Corrupción, Ciudadanía Activa, Contra el Monopolio “K” de Medios, Dictadura Kirchnerista, El Anti K, El Cipayo, El Grupo de los 11, Gorila antes que Planero, Indignados Argentina, Karancho Moreno, La 46% (46.com.ar), La democracia en peligro, digamos basta por favor, La Irigoyen, Lanata sin Filtro, Lomas Alerta, Me da vergüenza que Cristina sea mi Presidente, No a Cristina Kirchner 2011. NunKa más, No a Cristina por siempre, No a Kirchner 2011, No a Kirchner 2011 (Reforzado), No a Kirchner Nunca más, No a la Reforma, No a la renuncia de Julio Cobos, No a Scioli 2011, No al cambio de la Calle Córdoba por Néstor Kirchner, No más Frente para la Victoria, No más K. Unamos nuestros votos, ONG Salvemos a la Argentina, Organización del Acto para decirle No a Kirchner 2015, Por una República, por la Democracia, por una Argentina sin KK, Refundar Argentina, Resilientes, Soy la mitad del país que mantiene a la otra mitad, Twitter: Comunidad #LegiónAntiK, Yo no voté a Kretina, ¿y Usted?, Yo también quiero duplicar mi sueldo. Quizá este último sea el más ingenioso pero ni los propios caceroleros pueden entenderlo.
No parece creíble que en la Argentina, un país con historia, con espesor cultural, la oposición política al gobierno esté ahora tironeada por estas ¿agrupaciones? que se presentan como la punta de lanza de ¿la destitución? al gobierno. Hay momentos de confrontación, como fue el caso de las luchas encabezadas por la Mesa de Enlace, en los que resulta comprensible embanderarse con uno u otro sector. El embate al gobierno, allá por 2008, tenía un reclamo por parte de las organizaciones patronales del campo, que pretendía defender intereses minoritarios en perjuicio del bien común. Había una cierta lógica entre la identificación de sectores medios con la Sociedad Rural. Esa lógica tiene raíces culturales profundas. Del mismo modo que otros sectores –lo que genéricamente se llama bloque popular, que une a asalariados, con sectores medios y empresarios pymes– dieron su apoyo al gobierno, porque abrevaban en una identidad histórica. Se trató de una lucha en la cual, pasado el tiempo, se constató la vitalidad del campo nacional. No desde el punto de vista de que cada una de las banderas o de las consignas haya sido mejor que la otra, sino en el sentido de que el intento de la Mesa de Enlace era impedir que el Estado tuviera una porción de la renta extraordinaria de la soja para invertirla en políticas sociales. Hoy los resultados están a la vista, con Plan Conectar, con Asignación Universal por Hijo y otras tantas políticas en marcha.
Por el contrario, de esta escena opositora, donde lo más evidente son los caceroleros y los que atacan cada paso de la presidenta, no resulta tan fácil comprender qué grandes intereses hay en juego. Tal vez estas expresiones caceroleras sean efímeras y entonces no tenga sentido analizarlas en su relación al resto de los discursos sociales, incluyendo al discurso kirchnerista. Pero si mantienen vitalidad sería muy interesante que haya suficientes voces, diversas voces, valientes voces, que puedan contribuir a que los debates sirvan para poner en primera línea los intereses de la Nación y del Pueblo, que son los que trascienden. Porque no alcanza con quejarse de que hay unos deshilachados amantes de la bronca y el buen vivir, también se trata de no pelearse con gente que esté disgustada con lo que a uno le gusta, sino de pelearse con gente que impida que se terminen las pobrezas; entre otras, la pobreza intelectual del diálogo entre diferentes discursos políticos y la pobreza de la multiplicidad de voces.

*Publicado en Tiempo Argentino

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