lunes, 3 de febrero de 2020

FEBO ASOMA


Por Roberto Marra
Febo asomaba en la que debió ser una jornada calurosa de aquel 1813. Ni los menos de doscientos hombres que estaban esperando al enemigo detrás del Convento de San Carlos, ni el coronel al mando, se imaginaban la repercusión histórica de lo que iban a protagonizar ese día. Pero la historia los alcanzó y los tocó con esa mágica esencia emancipadora que, con el tiempo, sería antojadizamente expuesta por los escribas de la oligarquía para terminar ganando otra batalla, las de las ideas que decidieron el destino sumiso ante los imperios y la consecuente paradoja de un País rico con la mayoría de sus habitantes empobrecidos.
No era, ni mucho menos, el propósito del San Martín real, ese que nos ocultaron detrás de un bronce y un caballo blanco. Sus palabras y sus hechos desmienten cada falso panegírico mitrista que pretendía colocarlo en un pedestal inalcanzable para el Pueblo que fuera su desvelo y la razón última de su difícil batalla libertaria. No fue, ni por asomo, querido y sostenido por los enemigos internos que ya despuntaban su vicioso porvenir de traiciones y venganzas. 
 
San Martín era una molestia para los miserables objetivos de esa raza de pretenciosos herederos de “la corona” española, esos que construirían una Nación atada a los imperativos de los poderosos del Mundo en cada época que le siguió a ellos. Era un fastidio, tanto como lo fueran Belgrano y Artigas, otros dos ejemplos de patriotas con pocos herederos auténticos a lo largo de nuestra historia, tan falsamente alabados por esa melosa prosa historiográfica, que los amarró a simples representaciones escolares sin contenido o referencia de pensamiento alguno, solo estatuas manchadas de oprobios y mentiras fabricadas para someternos al arbitrio de los mandamases de turno, aliados incondicionales del Poder que supieron mantener incólume hasta nuestros días.
Ese San Martín auténtico, negado, maltratado y tergiversado, es el que debe ser rescatado por su Pueblo. Ese es el Padre de una Patria que nos robaron desde el mismo instante que aquel se propuso liberarla. Ese es el verdadero “capitán” de nuestras ilusiones soberanas, el “general” de la independencia real que todavía nos debemos, el origen más honesto de la esperanza en una justicia social que nunca se pudo afianzar del todo.
Es su esencia la que estamos obligados a revivir en nuestras entrañas, si de verdad deseamos convertir aquellos sueños bicentenarios en realidades populares de hoy en día. Es su alma de guardián de la libertad, que nunca terminamos de comprender, la que nos tiene que apurar el paso hacia una liberación real, que deje atrás la miseria y la tristeza del sometimiento a cambio de moneditas de las limosnas imperiales, tan alabadas por los “clarín” y las “nación” que sirven de sostén ideológico con sus mendacidades.
Cada 3 de febrero tiene que ser el recomienzo de aquel combate todavía no culminado del todo. Cada fecha recordatoria de nuestra historia trastocada debe convertirse en la base para intentar dar vuelta el destino programado por los enemigos eternos de aquel General que hizo todo sin pedir nada. O tal vez una sola cosa: sentir que la Patria no fuera más que reconocerse a uno mismo en los otros. Y a partir de allí, construirla codo a codo con las y los iguales, para aplastar, definitivamente, a los fabricantes de la mentira que nos apabulló hasta ahora en nombre de lo que nunca fueron ni serán. Entonces sí, febo habrá de asomar, orgulloso, sobre nuestra tierra liberada.

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