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Por
Roberto Marra
La
mentira es el factor más importante para la construcción de la
realidad virtual con la que los medios generan conciencias negativas.
Es la herramienta que le ha permitido al Poder introducir un virus
mortal para la justicia: la de los tribunales y la social. Es
también, por las dimensiones que fue adquiriendo en el entramado de
las relaciones humanas, el factótum de los odios que niegan hasta la
posibilidad de existencia del otro, anulando la imprescindible
capacidad de comprensión de las diferencias y del desarrollo de
alternativas a la ideología emanada desde las usinas de ese Poder
omnímodo que cubre, como una manta de olvido permanente de la
historia lejana y cercana, la perspectiva de edificación de una
sociedad sostenida en valores como la dignidad y la solidaridad.
Nada
importa, cuando de eliminar al enemigo ideológico se trata. Nada les
interesa de la honra de quienes atacan con la vehemencia de
energúmenos con la que se manejan. Los límites de la decencia se
borran, para poder entablar una batalla permanente hasta acabar con
sus adversarios, literalmente si les es necesario. Las barreras de la
ética hace rato que fueron levantadas por ellos mismos, haciendo de
la malversación y el desprecio por la realidad, un verdadero culto a
los procedimientos diabólicos con los que envenenan los cerebros de
sus espectadores.
Cuentan
con inacabables financiamientos de los dueños de ese Poder que nunca
ha perdido la guerra, aunque haya soportado varias derrotas en sendas
batallas con ese Pueblo al que odia con tanto empeño. Suman a sus
repugnantes transmisiones de engaños programados, a las redes
sociales, que manejan a sus antojos, retorciendo la verdad,
estrujando los sentidos de cada palabra y cada texto, malversando
imágenes, hasta que quienes intentan conocer los hechos cotidianos
ceden ante tanta cantidad de patrañas engarzadas.
No
existe otro arma contra semejante realidad virtual, consumada en la
profundidad de las neuronas de las mayorías por la fuerza de la
sinrazón, que construir una alternativa, que emerja de la
contundencia de los argumentos elaborados desde el conocimiento y la
razón, transmitida mediante la utilización de herramientas
comunicacionales que se multipliquen y actúen en bloque,
solidariamente, construyendo una red tan grande como la de los
poderosos, pero con la moral de un Pueblo ávido por conocer sus
propias visiones históricas.
La
subsistencia del Gobierno Popular emergente después del paso de la
“tormenta perfecta” del neoliberalismo apátrida y ladrón, no
podrá ser si no se consuma mediante la elevación de la cantidad y
calidad de los medios que sean capaces de divulgar la verdad generada
por el propio Pueblo, sin tamices de intérpretes falaces y vendidos
a los poderosos y el imperio que los acompaña siempre en sus
aventuras destructoras de nuestra historia y nuestra cultura.
Sembrar
de radios y televisoras el País, generando contenidos propios y
divulgando las verdades relativas de nuestras diversidades, hace a la
posibilidad de la existencia y el desarrollo positivo de esta nueva
esperanza popular que intenta abrirse camino. Brindar esos servicios,
acompañar los esfuerzos comunitarios por hacerlos, más la provisión
de una internet gratuita y de calidad en cada rincón de nuestro
territorio, tienen que convertirse en una de las principales
políticas del Estado, como método irremplazable para la lucha de
igual a igual con la avalancha mentimediática que continuará
envenenando el aire con sus ponzoñas. Ha llegado la hora, entonces,
de inyectarnos el único antídoto capaz de eliminar sus oscuras
influencias: la soberanía de la comunicación popular.
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