Febo
asomaba en la que debió ser una jornada calurosa de aquel 1813. Ni
los menos de doscientos hombres que estaban esperando al enemigo
detrás del Convento de San Carlos, ni el coronel al mando, se
imaginaban la repercusión histórica de lo que iban a protagonizar
ese día. Pero la historia los alcanzó y los tocó con esa mágica
esencia emancipadora que, con el tiempo, sería antojadizamente
expuesta por los escribas de la oligarquía para terminar ganando
otra batalla, las de las ideas que decidieron el destino sumiso ante
los imperios y la consecuente paradoja de un País rico con la
mayoría de sus habitantes empobrecidos.
No
era, ni mucho menos, el propósito del San Martín real, ese que nos
ocultaron detrás de un bronce y un caballo blanco. Sus palabras y
sus hechos desmienten cada falso panegírico mitrista que pretendía
colocarlo en un pedestal inalcanzable para el Pueblo que fuera su
desvelo y la razón última de su difícil batalla libertaria. No
fue, ni por asomo, querido y sostenido por los enemigos internos que
ya despuntaban su vicioso porvenir de traiciones y venganzas.
San
Martín era una molestia para los miserables objetivos de esa raza de
pretenciosos herederos de “la corona” española, esos que
construirían una Nación atada a los imperativos de los poderosos
del Mundo en cada época que le siguió a ellos. Era un fastidio,
tanto como lo fueran Belgrano y Artigas, otros dos ejemplos de
patriotas con pocos herederos auténticos a lo largo de nuestra
historia, tan falsamente alabados por esa melosa prosa
historiográfica, que los amarró a simples representaciones
escolares sin contenido o referencia de pensamiento alguno, solo
estatuas manchadas de oprobios y mentiras fabricadas para someternos
al arbitrio de los mandamases de turno, aliados incondicionales del
Poder que supieron mantener incólume hasta nuestros días.
Ese
San Martín auténtico, negado, maltratado y tergiversado, es el que
debe ser rescatado por su Pueblo. Ese es el Padre de una Patria que
nos robaron desde el mismo instante que aquel se propuso liberarla.
Ese es el verdadero “capitán” de nuestras ilusiones soberanas,
el “general” de la independencia real que todavía nos debemos,
el origen más honesto de la esperanza en una justicia social que
nunca se pudo afianzar del todo.
Es
su esencia la que estamos obligados a revivir en nuestras entrañas,
si de verdad deseamos convertir aquellos sueños bicentenarios en
realidades populares de hoy en día. Es su alma de guardián de la
libertad, que nunca terminamos de comprender, la que nos tiene que
apurar el paso hacia una liberación real, que deje atrás la miseria
y la tristeza del sometimiento a cambio de moneditas de las limosnas
imperiales, tan alabadas por los “clarín” y las “nación”
que sirven de sostén ideológico con sus mendacidades.
Cada
3 de febrero tiene que ser el recomienzo de aquel combate todavía no
culminado del todo. Cada fecha recordatoria de nuestra historia
trastocada debe convertirse en la base para intentar dar vuelta el
destino programado por los enemigos eternos de aquel General que hizo
todo sin pedir nada. O tal vez una sola cosa: sentir que la Patria no
fuera más que reconocerse a uno mismo en los otros. Y a partir de
allí, construirla codo a codo con las y los iguales, para aplastar,
definitivamente, a los fabricantes de la mentira que nos apabulló
hasta ahora en nombre de lo que nunca fueron ni serán. Entonces sí,
febo habrá de asomar, orgulloso, sobre nuestra tierra liberada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario