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miércoles, 13 de noviembre de 2019

LA HORA CONTINENTAL

Por Roberto Marra
Empapados de odio, los levantiscos bolivianos arremeten contra el gobierno que los hizo personas. Embisten como bestias recién desatadas sobre los lugares emblemáticos de las instituciones que le otorgaron el reconocimiento como ciudadanos, negado desde siempre por los mismos que ahora les proveyeron de la base brutal de ideologías basadas en el desprecio a sus iguales. Atropellan con fervor religioso el sitio que ¡un indio! les sustrajo democráticamente a las élites que hoy vuelven a apoderarse de la totalidad del poder fáctico.
Más al sur, rebalsado de desprecio y soberbia, otro gobernante, “empresario exitoso” de un país fabricado a medida por un chacal de la auténtica democracia, a la que aplastó con tanques y bombas sobre el simbólico sitio donde se asesinó a un héroe de dimensiones históricas, eleva la apuesta armada para tratar de hacer retroceder al Pueblo sublevado en busca de un nuevo comienzo hacia la dignidad, empeñado en reconstruir una democracia que les robaron hace más de cuarenta años.
A un lado, heredero de los incas que dominaran medio continente sobre el Pacífico, sumido en las corruptelas de ineptos gobernantes, ponderado por los poderosos que solo ven crecimiento cuando se elevan sus fortunas, a pesar de la miseria circundante, el país de la bandera rojiblanca creada por San Martín se retuerce en medio de las voces cansadas de un Pueblo abandonado a su suerte, que no encuentra todavía salida a sus impostergables necesidades aplastadas con mentiras y robadas con la sangría de sus inmensas riquezas mineras.
Hacia el norte, en aquel sitio donde el planeta se divide en dos mitades exactas, un incalificable personaje sobre ruedas, siniestro depositante de confianzas traicionadas, avanza con la entrega de todo lo recuperado por quien fuera el talentoso y patriótico presidente que revolucionó económica y socialmente esa porción pequeña, pero significativa, del continente, aplastando las rebeliones desesperadas de los marginados, siempre los de rasgos originarios, los de las pieles oscuras, los sometidos de cinco siglos.
Limitando con esa tierra ecuatorial, otra nación hermana se debate en un ambiente de muertes cotidianas de campesinos y dirigentes sociales, del robo sistemático de sus tierras, del martirio de la pobreza extrema y la acción denigrante de fuerzas armadas corruptas y prebendarias del crímen del narcotráfico, en medio de un “acuerdo de paz” que nunca comenzó a aplicarse, con un gobierno mucho más preocupado en derrocar al de su nación vecina, que en solucionar alguna de las inmensas deudas de justicia que dejan las décadas de infamias empobrecedoras y guerras fraticidas.
A un costado de esa fábrica de muertes con forma de polvo blanco, otro país, el del Bolivar que todo lo liberó, el del mestizo que lo trajo a aquel nuevamente del olvido programado de la historia, el constructor de una revolución protagonizada con pasión por sus compatriotas más humildes y sometidos, es abrumado por el imperio y sus cómplices continentales para derrocar su decisión de ser libre y soberana, mediante el feroz aislamiento económico y financiero, al que resisten con valor inconmensurable el pueblo heredero del gran Chávez.
En la hermana mayor de esta Patria Grande tan deseada por el enemigo de la humanidad, un ridículo psicópata arrastra a ese Pueblo al regreso a la miseria de la que un grande de la historia sudamericana la había sacado con su gestión justiciera. Con la vulgaridad de los necios engreídos de poderes que solo pueden tener con un arma en la mano, el negacionista de la realidad estalla en mil berrinches por ver a su archienemigo liberado y dispuesto a dar batalla y esperanza para el fin de su dictadura disfrazada con formas leguleyas.
En la patria de López y Francia, en esa tierra humedecida todavía con la sangre derramada por los gobiernos vecinos de entonces, aplastada y destinada al oscuro papel que le reservara el imperio de turno por haberse atrevido a ser soberana, atravesada todavía por la resaca de la dictadura de un personaje oscuro que se mantuvo cuarenta años en el poder, un mar de soja y corrupciones ocultan la miseria de los campesinos sometidos, mientras la mentira se renueva en cada período para acabar renovando mandatos que nunca responden a los intereses de sus votantes.
En la puerta del Plata, en la tierra de quien fuera el primer constructor de una Patria Grande que nunca fue, en esas costas donde resuenan las palabras de Benedetti y Galeano, donde se escuchan las voces encantadas de Viglietti, Zitarrosa y las murgas carnavalescas, se aproxima el desenlace de una contienda electoral que podría derivar en el regreso de los peores signos de retroceso, en la reaparición de los cómplices de la dictadura que participaron del “festín” del Plan Cóndor y sus horrores asesinos.
Pero aquí, en nuestra tierra, en esta Patria desvencijada y sometida al escarnio neoliberal por cuatro años, en esta porción enorme del continente tan deseado por el imperio desde siempre, la esperanza popular ha logrado vencer al enemigo y se prepara para retomar, por enésima vez, el camino de la reconstrucción de los sueños interrumpidos. Se acerca el momento donde todo quedará en nuestras manos, en las de un Pueblo que deberá protagonizar cada segundo del trayecto hacia la justicia perdida, regresando al punto de partida abandonado, pero mejores y más sabios. Se viene el tiempo de la revancha, pero de la buena, de la que construye con lo solidario, de la que no especula con los iguales, de la que no retrocede ante las zancadillas que nos intentarán poner a cada paso los eternos abonados al odio.
Este es el duro tiempo de nuestro Continente, envuelto en mil conflictos, acechado por siniestros personajes sostenidos por el imperio dueño de todas nuestras desgracias, atacado por propios y extraños, desvalijado mil veces y reconstruído otras tantas, asesinado y renacido, revoloteado por buitres carroñeros de riquezas que nos costaron demasiada sangre para ser entregadas sin luchar.
Pero esta es la hora de redoblar el paso, de apurar las unidades fraternales, de traspasar los límites nacionales y abonar el nacimiento de lo que fuera el sueño primigenio de nuestros libertadores, para acabar en un solo grito soberano, para arriar las banderas del sometimiento y levantar las que hagan sonar el escarmiento a los traidores y los hunda en el olvido de una historia que ahora deberá ser, toda nuestra.

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