Por
Roberto Marra
Comer
es una necesidad vital. Sin embargo, el sistema capitalista
imperante, de características exacerbadamente financiero en estos
últimos tiempos, ha transformado ese apremio natural de la
sobrevivencia en otro de sus negocios, paradójicamente, muy
suculentos. Peor todavia, el negocio alimenticio incluye (y requiere)
la inanición de millones de individuos como elemento colateral de
este monstruoso método de apropiación de las riquezas.
El
régimen establecido va mucho más allá del manejo de la
alimentación de la población mundial. Juegan sus acciones en las
bolsas de valores, lo que va afectando también los precios de sus
productos, lo cual, como puede colegirse, nada les puede importar a
estos “señores de las góndolas”.
Los
medios de comunicación hegemónicos, vinculados o pagados por esos
mismos poderosos conglomerados productivos, industriales y
financieros, son la punta de lanza del convencimiento mayoritario de
las supuestas ventajas de sus ofertas alimentarias, mostradas siempre
como métodos de pertenencia al “Primer Mundo”, esa fantasía que
nos venden en envoltorios que encierran algo más que comestibles.
La
“ruleta rusa” del acceso a los alimentos va matando de hambre,
literalmente, a millones de personas que ni siquiera sueñan con ver
un supermercado, expulsados de la más elemental de las urgencias
humanas, observadores impávidos de las obesidades ajenas,
consumidores obligados de los restos arrojados a los contenedores de
la miseria, donde abundan los desperdicios obscenos de quienes se
creen lejos del futuro que los acercará, tarde o temprano, a ese
mismo basural.
Obscenidad
entre obscenidades, Argentina ofrece un ejemplo paradigmático del
ultraje alimenticio al que se somete a la población. Con suelos y
agua capaces de asegurar la alimentación de muchas “argentinas”,
sin embargo se ha venido privilegiando lo dispuesto por estas grandes
transnacionales, con sus promesas de alimentar el Planeta mediante
sus transgénicos y sus venenos, para terminar convertidos en simples
abastecedores de alimentos para los cerdos de otros lares. Todo un
sistema conjugado para asegurar las bestiales ganancias de los
grandes productores, los exportadores y los conglomerados dueños de
las semillas y sus agrotóxicos.
Universidades
y laboratorios, agrónomos y veterinarios, instituciones
supuestamente dedicadas a la vigilancia de los alimentos,
organizaciones de productores agrarios de exclusivos intereses
corporativos; todos confluyen en un único objetivo depredador del
territorio y la soberanía. Todos proveyendo la “mano de obra”
nacional que elevan las ganancias de los dueños de la comida
mundial. Mientras los gobiernos dejan hacer, inaugurando puertos por
donde se trafica la salud y la vida de los millones de víctimas del
latrocinio del hambre programado.
Con
“la ñata contra el vidrio”, un pibe descalzo y desnutrido,
observa desde afuera de un restaurante, como es eso de comer
decentemente. Tal vez, con sus ruegos, logre encontrarse al final del
día con algunos billetes que le permita probar su única comida del
día. Con seguridad, irá corriendo a consumir una hamburguesa de la
“cajita feliz” y una gaseosa con la que “todo va mejor”.
Entonces, la rueda de la indignidad habrá dado otra vuelta, lista
para seguir matando en nombre de la alimentación mundial.
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