Imagen de "ritmo-parana" |
Por
Roberto Marra
A
diario observamos en las pantallas la destrucción y la muerte de
decenas o centenares de personas en aquellos países que sufren la
presencia del imperio y sus aliados guerreristas. Siempre en
persecusión de maximizar sus beneficios en forma infinita a costa de
la expoliación de las materias primas ajenas, ostentando el poderío
armamentístico que, a su vez, es parte del aparato productivo
esencial para el mantenimiento de su economía, transitan los
territorios invadidos por decisión propia, ignorando convenios y
leyes internacionales, dejando a su paso las ruinas que reconstruirán
las mismas empresas que las demuelen.
Pero
no están lejos los asesinos planetarios. Decididos a insistir en la
vieja doctrina “monroeriana”, han ido retomando el control de
Nuestra América, mediante otro tipo de guerra, de múltiples
aristas, donde juega su papel fundamental el aparato mediático
previamente establecido y los estudios de las subjetividades a
quienes dirigirán sus alienantes mensajes. El virus del odio se
inocula en los sectores más proclives al desprecio de clase,
disolviendo las posibilidades de pensamientos autónomos, matando los
sueños libertarios, enajenando las conciencias solidarias.
La
perfidia de los gobiernos electos en base a mentiras programadas por
estos perversos manipuladores de la realidad, han atravesado las
sociedades de tal manera, que se naturaliza la pobreza, se aceptan
las desigualdades y se exaltan las “virtudes” de la meritocracia,
todo envuelto para regalo entre estrellitas de colores y fuegos
artificiales que alumbran el camino al infierno al que hemos sido
predestinados.
Por
allí transitamos también en nuestra “Patria chica”, la
provincia de Santa Fe. Como réplica implacable de las maldades
mundiales, nuestro territorio y nuestra sociedad está atravesada por
esos estigmas de horrores, aun en su versión de poco vuelo, donde la
muerte se regodea cada día entre los jóvenes atrapados en la
telaraña del narcotráfico, en las familias revolviendo la basura de
una sociedad con anteojeras, en la miseria urbanizada en las villas
alienantes, en el hambre consumado en los que vienen al mundo a
sufrir por imposición o ineptitud de gobiernos impúdicos.
Vestidos
con sus mejores trajes, adornados con sus sonrisas obscenas, salen al
ruedo de la repetición infinita de sus mandatos con la conocida
andanada de falsos compromisos, inútiles manifestaciones de sus
incapacidades que, sin embargo, alcanzan para reiterar sus
preferencias en su electorado, siempre dispuesto a hundirse un poco
más en el lodo de la injusticia, con tal de no ver asomar las
cabezas de los que nada tienen.
Ni
una línea de un programa de gobierno. Ni una palabra que permita
conocer sus próximas acciones. Solo parafernalia verbal de frases
hechas para la ocasión, verborragia elaborada por los especialistas
en comunicación que los asesoran, todo dispuesto en un armado
mediático cooptado a base de pautas millonarias, a costa de los
mismos votantes que sufrirán sus miserables gobernanzas.
Enfrente,
un Pueblo abandonado mira sin comprender demasiado, más que su
propia desgracia. Completa su desdicha la visión de un camino
retorcido para lograr aunar esfuerzos y luchas coherentes con tamaña
agresión social. Se asombra al notar la impericia y el egoismo de
quienes se pretenden representantes de sus dolores, pero no
concuerdan en el mínimo respeto a los sufrimientos que demandan
criterios de estadistas, no de simples contendores de internas
empobrecedoras de la fuerza popular.
Sabido
es que solo hay una salida en los laberintos, y es por arriba. La
superación de estas miserias politiqueras está en las manos de los
propios perjudicados, con los más esclarecidos líderes que surjan
de sus luchas y que terminen por imponerse, a fuerza de empujar la
realidad hacia otro destino, conformando esa unidad conceptual que
haga imposible el retroceso a hacia este presente que nos castiga con
sus promesas vanas y sus envoltorios de papel glacé. Y aunque solo
sea un sueño, cabe recordar que de los soñadores nacieron, siempre,
las revoluciones.
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