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Por Hernán Brienza*
El jueves por la noche, apenas unas horas después de la confirmación
del nombramiento de César Milani como jefe del Ejército, en una cena de fin de
año, un grupo nutrido de periodistas, militantes políticos, intelectuales,
debatió sobre la conveniencia o no del nombramiento del general a pesar de las
denuncias sobre violación de Derechos Humanos durante la última dictadura
militar. La importancia de la cuestión estaba presente en las dudas que, por
primera vez, generaba un acto de gobierno en aquellos que simpatizaban,
militaban, apoyaban la administración kirchnerista. Esa preocupación estaba
dada por la sencilla razón de que las críticas a la designación de Milani pegan
sin duda en el centro del discurso kirchnerista sobre los Derechos Humanos.
Más allá de la patética
argumentación de los senadores de la oposición, entre ellos, los hilarantes
discursos de Gerardo Morales y Gabriela Michetti –devenidos en paladines de los
Derechos Humanos en los últimos quince minutos–, lo cierto es que el caso
Milani abre un boquete en el discurso kirchnerista respecto del pasado reciente
de los argentinos.
En la mesa del jueves las
posturas diferenciadas eran las siguientes:
a) Los "irreductibles"
que no aceptaban el nombramiento de Milani por considerar que cualquier tipo de
participación en la dictadura militar imposibilita formar parte del staff de
funcionarios kirchneristas. Encontraban una contradicción flagrante entre la
política de Derechos Humanos de 2003 a la fecha y consideraban que no se estaba
siendo fiel a esa política.
b) Los "integrados" que
consideraban que si la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner,
había elegido a Milani como jefe del Ejército era porque no tenía otro cuadro
militar y político que pudiera colocar en ese lugar. La argumentación se basaba
en la confianza política a la mandataria: si a pesar de haber llevado adelante
la política de Derechos Humanos que realizó, ella insiste con Milani es porque
hay en esa designación mucha mayor importancia de la que la mayoría cree.
Desde la
"particularidad" y/o "excepcionalidad" de Milani como
cuadro del proyecto nacional y popular hasta la decisión basada en la importancia
estratégica que tiene Milani en las relaciones entre las Fuerzas Armadas de
distintos países del continente.
Incluso algunos de ellos
consideraban que la relevancia del ahora teniente general está basada en su
conocimiento del área de "Inteligencia". Obviamente, los defensores
de esta mirada sostienen que Milani es inocente y que no tuvo participación en
la represión ilegal en los años setenta.
No es fácil la cuestión: si
Milani cometió o fue cómplice de un delito de lesa humanidad contradice flagrantemente
los discursos sobre las políticas de Derechos Humanos del kirchnerismo.
Si Milani es inocente, entonces,
no hay conflicto posible. Pero ¿qué ocurriría si, por ejemplo, Milani hubiera
tenido un comportamiento "acorde a las circunstancias"? ¿Cómo
deberían replantearse los discursos de revisión sobre los años setenta? Y no se
trata de aplicar la concepción de la Banalidad del Mal, de Hanna Arendt, que
tan bien nos ayuda a comprender la mayoría de los casos, ni tampoco el de la
Obediencia Debida, que tan mal explica algunas particularidades y justifica
demasiado algunos atropellos.
Se trata de pensar al hombre en
sus circunstancias. En el año 2003, en el epílogo de mi libro Maldito tú eres.
El caso Von Wernich. Iglesia y represión ilegal, escribí unos párrafos que me
parece, vienen al caso: "Un concepto me llamó la atención tanto en boca de
Carlos Girard (un ex militante montonero protagonista del libro) como en la
pluma de Hannah Arendt: el de las circunstancias. El prolífico escritor francés
Honoré de Balzac sostiene que 'los principios no existen; lo único que existen
son los hechos. No hay ni bien ni mal, ya que éstos son sólo circunstancias'.
La frase es peligrosa, lo admito, pero sirve al menos para hacerme algunas
preguntas: ¿Mario Firmenich, Fernando Abal Medina y Norma Arrostito hubieran
secuestrado a Pedro Eugenio Aramburu, por ejemplo, el día 16 de abril de 1996?
¿Von Wernich habría dejado de ser el Queque si se hubiera quedado en Concordia?
Así formuladas las preguntas son tan estúpidas como creer que un hombre es un
asesino por naturaleza o que elige ser un verdugo porque su madre le daba la
sopa fría de chico o porque cualquier atrocidad que hubiera sufrido podría
haberle formateado su personalidad. Una sola cosa más sobre el tema de las circunstancias.
Jorge Luis Borges, en su artículo 'Nuestro pobre individualismo', sostiene
despreocupado que 'en general, el argentino descree de las circunstancias'.
Descreer de las circunstancias, pienso, es depositar toda la culpa y
responsabilidad en el individuo que actúa. Y, se sabe, cuando la culpa está en
un solo lado es más fácil señalar con el dedo y hacerse el distraído respecto
de las responsabilidades propias, es decir, de las circunstancias de las cuales
formamos parte todos los integrantes de una sociedad… Reglas físicas,
ideológicas, morales y la memoria experimental influyen fatalmente en las
decisiones que tome un individuo. De esta manera, el pensamiento estratégico
siempre sirve más para entender los hechos que la lógica binaria de malos contra
buenos. Una persona equis, entonces, realiza un mapa del lugar dónde está
parado y con la mochila que lleva a cuestas toma las decisiones que él
considera correctas en ese único e individual instante."
Seguramente, el caso Milani
podría comprenderse sin dudas desde la mirada puesta en las circunstancias que
hacen a un hombre. Firmar un documento que "dibuja" una deserción en
vez de un crimen por orden de un superior, a los 22 años de edad, no parece ser
un delito mayor al que cometió cualquier hijo de vecino que vio un secuestro
callejero y no lo denunció por miedo, por ejemplo.
De hecho, las circunstancias, por
ejemplo, también sirven para que muchos que hoy critican a Milani hayan
"comprendido" la actuación de Jorge Bergoglio como provincial de los jesuitas
durante la dictadura militar. Por eso produce un poco de gracia ver a los
escribas de La Nación rasgarse las vestiduras por el nombramiento de Milani y
emocionarse hasta las lágrimas como escribió un influyente periodista de pluma
truncada el día que lo nombraron Papa a Bergoglio.
El problema, entonces, no está en
qué haya hecho realmente Milani o Bergolglio o tantos otros durante la
dictadura militar. La cuestión se encuentra en qué tan alto se ponga el listón
del juicio, la exigencia moral, sobre las acciones, las conductas, y las
decisiones de quienes vivieron aquellos años. Y utilizar una vara correcta para
no andar cambiándola según las conveniencias políticas.
Esa vara, claro, es la comisión
comprobada de un delito de lesa humanidad. Nadie cree en su sano juicio que
Milani es absolutamente inocente. Y tampoco nadie puede afirmar que Milani es
absolutamente culpable. Seguramente, el juicio sobre su actuación habrá de ser
mucho más complejo y contradictorio.
Lo que sí es indiscutible es que
lo que lastima, lo que molesta a muchos fariseos del pasado no es lo que Milani
haya hecho en décadas anteriores. Milani es incómodo por su adscripción
indiscutible a un proyecto nacional y popular.
*Publicado en Tiempo Argentino
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