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1 de diciembre, Manuel Dorrego vuelve a ser derrocado por Juan Galo de
Lavalle –y todos los 13 fusilado en los campos de Navarro–.Esta vez se cumplen 185 años pero, además, ese recuerdo está
atravesado por otras fechas de nuestra historia: la otra cita que
atraviesa este presente es, claro, el intento de regreso al orden
institucional que significó el acceso de Héctor Cámpora al gobierno y la
llegada al poder de Perón en 1973. En los próximos días los argentinos cumpliremos 30 años de
instauración democrática, es decir, que por primera vez en dos siglos
hemos podido vivir en Democracia "Real" –con sus limitaciones, sus
contradicciones, sus problemáticas– las últimas tres décadas.
Por último, también atraviesan estas fechas los diez años de
gobierno kirchnerista, por ejemplo, que marcan el período más largo en
la historia argentina –después de la administración de Juan Manuel de
Rosas– de liderazgo institucional de la tradición nacional y popular en
la Argentina.
Ni Hipólito Yrigoyen, ni Juan Domingo Perón pudieron lograr una
hegemonía tal que permitiera extender su influencia durante tanto
tiempo.
Todo entrelazamiento de fechas es claramente arbitrario. Unir el
primero golpe de Estado, en 1828, con el inicio de la Democracia Real,
en 1983, es una tarea conceptual ardua. Sólo comprendiendo qué quisieron
matar cuando derrocaron a Dorrego se entiende por qué el sistema
democrático tardó 150 años exactos en establecerse en la Argentina.
La clave está en comprender que los sectores dominantes –la gente
decente, los civilizados– nunca permitieron que los sectores
subalternos, el bajo pueblo, tuvieran derecho a decidir y a actuar
políticamente. Dorrego significaba exactamente eso: los "descamisados",
la "chusma", el "bajo pueblo", "los jornaleros" y "orilleros" que no
tuvieron derecho a votar hasta 1912.
Durante casi un siglo, la Argentina se paseó entre la "Democracia
en Combate" (1810-1862) y la "Democracia Falsa" (1862-1916). La
exclusión de las mayorías era el reaseguro válido que tuvieron los
sectores dominantes envueltos en el ropaje del liberalismo conservador
para poder gobernar este país durante 50 años.
Cuando la presión de los sectores mayoritarios, a través de la UCR,
logró forzar una salida democrática, ocurrió lo que debía ocurrir. Los
sectores dominantes fueron desalojados del gobierno por una multitud
popular que se volcó a las urnas a apoyar a los líderes del radicalismo
yrigoyenista. Los sectores dominantes no lo dudaron: el golpe de Estado
iba a ser la herramienta definitiva para marcar la hegemonía del
liberalismo conservador.
Se inicia así el terrible medio siglo de "Democracia Imposible",
marcada por las interrupciones militares de 1930, 1955, 1962, 1966 y
1976. Más de 50 años de muertes, torturas, vejaciones, violaciones,
represiones, guerras perdidas, costó la llegada de la "Democracia
Posible" a la Argentina.
"Democracia Posible" es sin dudas un juego de palabras con el
concepto de "República Posible" de Juan Bautista Alberdi, el intelectual
más importante del siglo XIX. Marca una diferencia entre lo ideal y lo
real, entre lo esperable y lo alcanzable, entre lo deseado y obtenido.
Pero también permite abrigar algunas esperanzas. Se trata de una
suma temporal de acumulación de voluntades colectivas mayoritarias que
guían los destinos de los gobiernos. Las mayorías pueden equivocarse
respecto de sus propios intereses algunas veces, pero no pueden
equivocarse siempre. Tarde o temprano, en un sistema democrático, los
intereses de las mayorías prevalecen.
Alberdi tenía un bello texto sobre las dos formas de democracia en
la Argentina y las formas de liderazgo: "¿Qué es el caudillo en
Sudamérica…? ¿a quiénes acaudilla? ¿de quiénes es caudillo? ¿quién lo
constituye, quién lo crea, quién le da poder y autoridad? La voluntad de
la multitud popular, la elección del pueblo, es el jefe de las masas,
elegido directamente por ella, sin injerencia del poder judicial, en
virtud de la soberanía, de que la revolución ha envestido al pueblo
todo, culto e inculto, es el órgano y brazo inmediato del pueblo, en una
palabra, el favorito de la democracia (…) Como órgano del pueblo y la
multitud popular, el caudillo es el tipo opuesto al militar, que es por
esencia órgano del gobierno, de quien siempre depende. El caudillo
supone la democracia, es decir que no hay caudillo popular, sino donde
el pueblo es soberano, mientras que el militar es de todos los
gobiernos, especialmente del despótico y el monárquico…
A esto responde que hay dos democracias en América: la democracia
bárbara, es decir, la popular, y la democracia inteligente, es decir
antipopular, la democracia militar, la democracia de línea, en una
palabra, el Ejército, antítesis del pueblo, expresión de la disciplina y
la insubordinación que es barbarie para (Bartolomé) Mitre. Llamar
democracia bárbara a la del pueblo de las campañas de América es
calificar de bárbaro al pueblo americano, peor para los que han dado la
soberanía a ese bárbaro, lo cual constituye la democracia, o la
soberanía del barbarismo. Los realistas no emplearon contra la
revolución peor lenguaje (…) Los caudillos son la democracia, como el
producto no es agradable, los demócratas, lo atribuyen a la democracia
bárbara, ¿cual es esta?, la democracia del pueblo más numeroso y menos
instruido y rico, antítesis de la democracia en línea, que es minoría en
América más que en Europa, luego los caudillos son los representantes
más naturales de la democracia de Sudamérica, como es ella es pobre,
atrasada, e indigente."
El lenguaje de Alberdi en este texto de Grandes y Pequeños hombres
del Plata es un tanto áspero, sin dudas. No deja de militar en el idioma
del desprecio atravesado por el sarmientino "civilización y barbarie".
Pero instala allí un grado de verdad fundamental. La democracia es de
los más numerosos, de los pobres, es decir, hay Democracia Real,
"auténtica y legítima" (la "bárbara") solamente en esos lugares donde
los sectores populares gobiernan.
Van a cumplirse 30 años de la mañana luminosa en que Raúl Alfonsín
se asomó al balcón del Cabildo. Tuvo un gran significado ese escenario.
No sólo por el 25 de Mayo de 1810. Sino también porque los cabildos
significaban la representación de los vecinos a lo largo y a lo ancho
del Virreinato del Río de la Plata y de las Provincias Unidas del Sur.
No en vano los cabildos fueron abolidos, 1821, por el gobernador Martín
Rodríguez bajo la inefable inspiración de Bernardino Rivadavia.
En términos metafóricos –ni reales ni históricos, obviamente–, la
supresión del Cabildo (la representación de los vecinos) y la
instauración del liberalismo conservador hegemónico corrieron una suerte
inversa. Sin dudas, Alfonsín no era un ignorante en el buen manejo de
las cuestiones simbólicas.
Por útlimo, no estaría mal, este 10 de diciembre, verla a la
presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, asomada por el
balcón del Cabildo, ¿no?
*Publicado en Tiempo Argentino
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