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Por Javier Trímboli*
Los 30 años de nuestra democracia están atados al 10 de diciembre de 1983. Sin embargo, un año antes, la Plaza rebalsó de una muchedumbre que clamaba por el final de la dictadura. Convocada por la Multipartidaria, esa movilización dejó en claro dos cosas: la decisión de enfrentar al Proceso y el peligro que ello representaba.
El 16 de diciembre de 1982, más de 100.000 manifestantes colmaron la
Plaza de Mayo. Ya no había lugar para nadie más, pero antes de que la
columna de la UCR ingresara por completo, y cuando la del Partido
Comunista esperaba su turno, los gases lacrimógenos obligaron la
desbandada. Sobre todo hubo un disparo del que se habló mucho, aunque
nunca lo necesario, el que terminó con la vida de Dalmiro Flores, un
obrero metalúrgico de 28 años, que había llegado a la plaza con la
Juventud Sindical Peronista. Desde el año 1975, cuando el Rodrigazo, que
no se veía una manifestación de esta magnitud en la Argentina. Se
escribe por esos días que, unida al paro del 6 de diciembre –convocado
por las dos CGT y con una amplísima adhesión- corresponde hablar de una
nueva escena política, también de la "reactivación de los sectores
populares" (Oscar Landi). Todo daba a entender que esta fecha iba a ser
atesorada por la memoria pública como un mojón insustituible en la lucha
contra la dictadura. Pero no fue así y quedó aplastada entre el 30 de
marzo de 1982 y el 10 de diciembre de 1983.
La Multipartidaria convoca a la movilización. Sus planes son módicos:
dejar una ofrenda floral en la Pirámide de Mayo a un año de la
presentación de su primer documento, "Antes que sea tarde" -¿cómo?,
¿quedaba tiempo? El reclamo es por la rápida normalización institucional
del país y porque se fije el calendario electoral. Después el himno y
tasa tasa cada uno a su casa. Los máximos referentes del "pentágono
político" –Bittel, Contín, Cerro, Alende y Frondizi- se reservan
encabezar la manifestación. Ese mismo día, el titular de la UCR, declara
que “la marcha no se hace contra nadie”. Por la Democracia y la
Constitución. En estos términos, hasta el Partido para la Democracia
Social, creado por Massera, adheriría a la concentración. Pero nada
salió como se planeaba. El cauce era muy angosto, insoportable. La
columna de la CGT Brasil no quiso saber nada con detenerse en la
Pirámide de Mayo, menos contentarse con la ofrenda. Sobrepasó las vallas
y, a puro forcejeo con la policía, avanzó lo más cerca posible de la
Rosada. La cantidad de gente que se suma por las suyas supera los
cálculos y las medidas de organización. Que otra vez el peronismo
movilice una multitud no llama la atención; sí la gruesa columna de
Renovación y Cambio que vibra por Alfonsín. También la disciplinada del
Partido Comunista. Las consignas contradicen a Contín y a la
Multipartidaria: "Paredón paredón, a todos los milicos que vendieron la
Nación" es de las más cantadas y las venas se hinchan. A Dalmiro Flores
le tira por la espalda un tipo que baja de un Falcón Verde, a metros del
Cabildo.
Ese verano estuvo tomado por este acontecimiento. Por un lado, la
impresión segura de que la dictadura había fracasado. Así lo dice
incluso Guillermo O´Donnell, ¿cómo no confiar en semejante politólogo? A
la vez, se huele que el derrumbe puede empujar a la dictadura a dar un
nuevo zarpazo. “Es muy peligrosa la existencia de esta derecha asustada y
políticamente derrotada”. Se habla de sectores militares que están
detrás de un nuevo golpe que entorpezca el camino electoral. También de
un pacto entre corporaciones con el mismo fin. El número 97 de Humor es
secuestrado; en el 98, Mona Moncalvillo entrevista a Ubaldini. “Recién,
fuera del reportaje, hablábamos del ´83 y de la sombría posibilidad de
que hubiese algunas víctimas importantes para frenar las elecciones y
crear más caos. Usted decía que podría ser una de esas víctimas…”
Ubaldini asiente. Incluso el fantasma de la guerra civil sobrevuela
algunas páginas. Aunque la promesa de Bignone indica elecciones en
octubre, se está muy lejos de ella. El horizonte se monta en el cruce
entre el fracaso de la dictadura y sus manotazos que se sospechan mucho
más potentes que los que da un ahogado. Alegría, peligro y bronceador.
Que el 16 de diciembre del 82 se haya eclipsado en la memoria mucho tuvo
que ver con que el futuro cobró otra forma, al poco tiempo y con el
transcurso de los años. No obstante, la clase política que emergía del
Proceso como si nada y, que en esa fecha fue rebalsada por la
movilización popular, nos recuerda otro diciembre. Vale que la
democracia se mire también en este espejo.
*Publicado por Telam
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