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Por más que se lo
suela poner en cuestión, todo acuerdo económico es a la vez un
compromiso político. El pensamiento neoliberal presenta sus opciones
políticas (por ejemplo, promover un modelo económico que enriquece a
los ricos y espolia a los pobres) como si fueran el resultado de un
cálculo técnico o de una racionalidad abstracta, cuando lo cierto es lo
contrario. Lo anterior vale tanto para los acuerdos sellados en el plano
doméstico como en el internacional. Por eso no puede causar sorpresa la
provocación en que incurrió el gobierno de Juan M. Santos –ahora dice
que todo fue un "malentendido"– al recibir al perdidoso candidato de la
derecha venezolana, Henrique Capriles. Al hacerlo, el presidente
colombiano le confirió legitimidad a sus escandalosas denuncias
–refutadas por sucesivas auditorías practicadas sobre los resultados
electorales del 14 de Abril- y se alineó irresponsablemente con el líder
del ala fascista y más radical y golpista de la derecha venezolana.
¿Sólo con ésta? No, porque la estrategia de desgaste del
antichavismo no es creación original venezolana sino expresión de las
directivas que emanan desde Washington para concretar su proyecto
destituyente y tratar de borrar al chavismo de la faz de la tierra. Por
eso la Casa Blanca continúa sin reconocer la legalidad y la
legitimidad del triunfo de Nicolás Maduro en las pasadas elecciones
presidenciales. El empecinamiento del insólito Premio Nobel de la Paz
no es inquina personal sino el meticuloso cumplimiento del proyecto de
reversión de la correlación internacional de fuerzas en el hemisferio
que en el 2005 provocara el naufragio del ALCA en Mar del Plata.
Componente fundamental de ese proyecto es el permanente acoso, la
deslegitimación y la desestabilización de los gobiernos bolivarianos y
progresistas de la región. El sueño imposible del imperio es
restablecer en Latinoamérica una situación anterior a la Revolución
Cubana, cuando las órdenes de la Casa Blanca eran obedecidas sin
chistar por los gobiernos de la región. Este es el sentido fundamental
de la tan publicitada y alentada Alianza del Pacífico conformada por
México, Colombia, Perú y Chile, que a instancias de Washington organizó
nada menos que siete Cumbres en poco más de un año. El objetivo de
este hiperactivismo diplomático es principalmente político y, en menor
medida, económico. Lo primero, porque pretende rehacer el mapa
sociopolítico regional acabando con los gobiernos de los países del
ALBA e inclusive con sus aliados, como los de Argentina y Brasil,
"cómplices" según Washington de la derrota del ALCA. Y en lo
económico, porque la AP es la más importante pieza de la contraofensiva
imperialista destinada ahora, ya mismo, a concretar un ALCA con otro
nombre y, a la vez, para potenciar el papel de "caballos de Troya" que
Washington les tiene asignados a los gobiernos de la AP para socavar
desde dentro a proyectos que suscitan el visceral rechazo de la Casa
Blanca como la UNASUR, la CELAC y, en menor medida, el Mercosur. No
sorprende que los gobiernos y políticos más reaccionarios del
continente, ¡y los de Europa! compitan entre sí para ver quién entra
primero a esa alianza concebida y orquestada por los Estados Unidos
para defender sus propios intereses utilizando a sus peones
latinoamericanos y europeos. ¿Qué sentido tiene que países como España,
Australia, Uruguay y Japón, que hoy día tienen el estatus de
observadores, hayan declarado que solicitarán su adhesión para
convertirse en miembros plenos de la AP durante el 2013." Australia y
Japón, ¿necesitan de este instrumento norteamericano para vincularse con
el nuevo centro de gravedad de la economía mundial que se halla,
precisamente, en su entorno inmediato, o es que se trata de dos países
sometidos militar, económica y diplomáticamente a la voluntad de la Casa
Blanca y que por lo tanto actúan según se les ordena?
Claro está que este engendro norteamericano, del cual Santos es el
principal articulador (recordar que la última y fundamental reunión se
hizo el 22/23 de Mayo en Cali) requiere de sus protagonistas una abyecta
sumisión a los edictos y las prioridades imperiales. Para la Casa
Blanca hoy nada es más importante que aprovechar el momentáneo
desconcierto provocado por la muerte de Hugo Chávez para reordenar lo
que el Secretario de Estado John Kerry denominara -en una expresión que
por su carácter despectivo había caído en desuso- al "patio trasero" de
Washington. Y Santos obedeció el mandato y recibió a un
desprestigiado político amparado por lo peor de la derecha
latinoamericana y europea -principalmente el corrupto Partido Popular
de España, cuyo jefe en las sombras es José M. Aznar- y culpable de
haber instigado actos criminales que culminaron con la muerte de once
chavistas y más de un centenar de heridos amén de la destrucción de
numerosos centros de salud y oficinas públicas. El objetivo de la gira
latinoamericana de Capriles es desprestigiar al gobierno de su país a
cualquier precio, inclusive deteriorando las ya de por sí difíciles
relaciones colombo-venezolanas. Pero Washington hace saber a sus
clientes que no hay límites éticos ni escrúpulos de ningún tipo a la
hora de aislar al gobierno de Venezuela, caracterizándolo como un
"estado canalla" y debilitarlo para facilitar su indefensión ante los
ataques de Washington. Para ello se combinarán estrategias de
hipócrita seducción –Joe Biden bendiciendo a Brasil como potencia ya
"emergida" pero sin hablar de que es el país al cual EEUU ha rodeado
con más bases militares en toda Latinoamérica- con otras más brutales,
como las que seguramente habrá comunicado Roger Noriega en su viaje a
Colombia al presidente Santos, y con iniciativas como las de la AP, que
dados sus objetivos y extraordinaria movilización de recursos sería
muy peligroso no tomar seriamente en cuenta. Todo indica que el pueblo
y el gobierno venezolanos son plenamente conscientes de esta amenaza, y
están preparados para resistir y no sólo eso, sino también prevalecer.
Saben que contarán con la solidaridad militante de la mayoría de los
pueblos y los gobiernos de Nuestra América que con sus luchas
derrotarán esta nueva tentativa de establecer un ALCA, ahora con otro
nombre. En el nauseabundo contexto internacional arriba señalado cabe
destacar el honroso gesto del presidente Rafael Correa que, por boca de
su Canciller, hizo saber que Ecuador jamás recibiría a Capriles.
*Publicado por AVN
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