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Primero
el dato: en la Ciudad de Buenos Aires, sobre un universo de 170 homicidios,
sólo dos son cometidos por menores de 18 años. Después la valoración del dato:
“No es un problema grave”. También la realidad completa: “Si hablamos de
muerte, ojo al cruzar la calle, cuidado con la familia y con los amigos y
recién en tercer lugar, muy lejanamente, atención al que te asalta”. Por eso la
conclusión es una advertencia: “Mejor que un chico ni roce el sistema penal.
Sólo con que alguien sea rozado por el sistema penal, el efecto será
estigmatizante”.
Estigma, según la Real Academia
Española, tiene diferentes acepciones: “marca o señal en el cuerpo”, “desdoro,
afrenta, mala fama”, “huella impresa sobrenaturalmente en el cuerpo de algunos
santos extáticos, como símbolo de la participación de sus almas en la Pasión de
Cristo” y “marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien
como signo de esclavitud”.
Alcanza con que se produzca un
operativo en una casa ante una denuncia sin fundamento contra un chico. “Los
demás ya lo mirarán de otra manera, sin que importe lo que haya hecho o si hizo
algo”. El riesgo mayor es que la estigmatización “vaya condicionando una
carrera criminal, como si fuera un túnel”. Preocuparse por esto “no es negocio
político, porque parece que en lugar de ganar votos se corre el peligro de
perderlos”, pero “si uno cree que el blanco del poder punitivo
sobredimensionado son sólo los presos, se equivoca: es para vigilarnos a
todos”.
El Poder Judicial “no es padre de
nadie sino un juez” y la internación en institutos, que en la jerga se conoce
como institucionalización, “siempre es deteriorante”. El deterioro “se puede
atenuar, pero las características estructurales deteriorantes no se pueden
eliminar”. Conclusión: “Tratemos de internar lo menos posible porque en la
historia a todos los tutelados les fue mal mientras eran tutelados. Pasó con
los indios, los africanos y las mujeres”.
Los números
En 2012, el Programa de
Articulación Institucional realizó el seguimiento y trabajó con 127 chicos con
experiencia de vida en calle. El 78 por ciento varones y el 22 por ciento
mujeres. Del total, 93 tenían entre 12 y 17 años. En 48 casos alegaron maltrato
físico como causa determinante para ir a la calle o permanecer en ella. En 44
casos refirieron abuso emocional. En 42 casos la razón fue abandono físico. El
42 por ciento de esos 127 comenzó su experiencia de vida en calle entre los 6 y
los 11 años. En 55 casos, 42 de ellos varones, hay referencia a consumo de
sustancias tóxicas. El 74 por ciento de esos 127 chicos estuvo en alguna
institución de puertas abiertas y el 14 por ciento alguna vez fue alojado en
alguna institución para adolescentes que supuestamente fueron infractores de la
ley penal. “Al terminar el 2012, el 49 por ciento de los casos, o sea 62, se
había reencontrado con su familia o grupo de pertenencia”. “Otro grupo, de 26
casos, salió de la calle, pero como no tenían familia que los acogiera mantuvo
su permanencia en una institución de puertas abiertas, o sea que 89 sobre 127
no volvieron a la calle.”
“Cuando tratamos con personas
vulnerables, lo fundamental es que cambien su autopercepción porque de otro
modo el estereotipo se introyecta como resultado de la demanda de roles”. La
sociedad debe actuar como si dijera: “Te ofrezco la posibilidad de que te veas
de otra manera”. Eso “no es fácil ni hay que ser omnipotentes, pero hagamos el
esfuerzo porque de lo contrario no alcanzará con nada, ni siquiera con la ayuda
material”. Y ello porque “el estereotipo se va elaborando como una síntesis de
los prejuicios más negativos de cada sociedad”. Lo cual es grave: “Detrás de
cada prejuicio hay una semilla de masacre, no lo olvidemos. La fabricación
planetaria de prejuicios es sumamente riesgosa. A medida que le vamos quitando
límites al poder punitivo, vamos liberando un poder que cuando se descontrola
termina en masacre”.
“Un Estado autoritario no es más
que un Estado con las agencias punitivas sin control”.
Gobernar a través del crimen
“En la Argentina operan
prejuicios y estereotipos”. “Muchas veces pensamos que lo que nos pasa a
nosotros nos sucede a nosotros solos, pero hay cosas que hoy se están
produciendo en el mundo y debemos estar alertas. Le podemos agregar algún dato
folklórico local, pero hay movimientos planetarios peligrosos. Estamos pasando
por un momento del mundo con un tremendo avance del poder represivo. Van
cayendo barreras y barreras y barreras...”
“No podría asegurar que se esté
conformando un Estado autoritario en el sentido de los totalitarismos de las
entreguerras. Eran perversos, y creativos en su perversidad: eran coloridos,
tenían discurso, paradas, monumentos, arquitectura como la fascista...”
En cuanto a la situación actual, “la
publicidad intenta golpear a lo sentimental, sin argumento”. ¿Cuál sería el
marco? “Nos guste o no nos guste vivimos un momento de globalización. Es un
fenómeno, producto de una revolución, la tecnológica, que es fundamentalmente
comunicacional. Cada vez tenemos que tener más conciencia de que nuestro campo
de lucha es el de la comunicación. Fenómenos de los países centrales repercuten
sobre la órbita en la que estamos comprendidos.”
La historia del fenómeno, la de
la población carcelaria en los Estados Unidos, que los técnicos llaman “índice
de prisionización”, tiene un momento cronológico: los comienzos de la década
del ’80. Ronald Reagan asumió como presidente en enero de 1981. Sucedió al
demócrata James Carter, que a su vez había sucedido al núcleo republicano más
duro de Richard Nixon y Gerald Ford.
“El índice de prisionización
terminó superando al de Rusia, donde se mandaba al preso a Siberia como un
sujeto sin derechos”. “Hoy en los Estados Unidos hay entre dos y dos millones y
medio de presos. Esto implica un significado macroeconómico. Hay dos millones y
medio de personas fuera del sistema productivo. Y hay diez millones de personas
viviendo del aparato punitivo. Por otra parte, la realidad es funcional a una
economía que deja de ser de producción para serlo de servicios. Y estamos
hablando de una inversión anual del orden de los 200 mil millones de dólares.”
Sobre la composición de los
encarcelados, a fines de la década del ’80 “más del 50 por ciento de la
población penal pasó a estar constituida por afronorteamericanos”.
Este “aparato punitivo
sobredimensionado tiene su publicidad”, que consiste en “gobernar a través del
crimen”. Incluso, se pasó de un modelo de Estado a otro. Del Welfare State de
Franklin Delano Roosevelt (presidente entre 1933 y 1945) y su modelo de
incorporación, a un modelo de exclusión: el de Ronald Reagan y George Bush. “El
ciudadano medio buscado es distinto. El trabajador, en el primer modelo. El
ciudadano-víctima, en el segundo. La víctima tiene que tener ciertas
condiciones personales de histrionismo y la capacidad de generar empatía.
Cuando empieza a decir cosas intolerables, lo tiran y buscan otra víctima.”
En ese proceso “al lado de la
víctima se ponen el comunicador y los políticos que buscan aprovechar los
sentimientos de venganza generados por la víctima”. Así surge la imitación del
“populacherismo indicativo” y el uso del entretenimiento como forma de
comunicación. “No le damos importancia pero tiene una enorme trascendencia. En
un rato, en la televisión podemos ver más homicidios ficcionales que otra cosa.
Esas series garantizan que desde temprana edad se pueda introyectar la idea de
que todo conflicto se puede resolver violentamente y terminar con el villano
muerto.” Otra clave es el héroe: “Siempre es un psicópata que viola una norma
–la que por ejemplo le subraya un fiscal sensato– y violando la norma salva a
la muchachita, que por supuesto, es estúpida.”
Ese mundo ficcional pesa aún más
que el noticioso. En su conferencia, sin embargo, no ignoró el ámbito de las
noticias, “porque el homicidio del día se repite y se repite y entonces como
mínimo tendremos cinco o diez homicidios de gran impacto”.
Ciudad y villas
“En la Ciudad de Buenos Aires la
tasa de homicidios es de 3,5 por 100 mil habitantes. En Canadá es 2 por 100
mil. En Brasil, 20 por 100 mil. Pero si aquí tenemos en cuenta específicamente
a las villas, o por lo menos las villas cuyas cifras ya hemos estudiado, la
cifra es de 17,5 por 100 mil. Con el agravante de que la mitad de los
homicidios quedan sin esclarecer. Hay muertos de primera y muertos de segunda.
Pasa en todo el mundo. En México es preocupante. En El Salvador y Guatemala
están las maras. En Venezuela el índice es importante. En Colombia la situación
está cambiando pero el pasado reciente es grave.”
“No se puede comparar la realidad
de un país con otro, pero el discurso y la publicidad son los mismos”.
Según él, “el contexto trata de
centrar en un único objeto temible todos los miedos y generar un miedo social
paranoico, lo cual neutraliza otros temores: no me interesa lo que pasa con el
planeta porque me preocupa que me maten en la esquina”.
El objeto a temer, el chivo
expiatorio donde se concentran todas las culpas, el estereotipo en construcción,
sintoniza con “una violencia difusa que causa angustia y malestar porque nadie
sabe a qué se debe”. No hay un origen determinado. “La angustia, como sabemos,
no tiene un objeto. El miedo sí lo tiene: quizás el temor a la muerte.
Entonces, para pasar de la angustia al miedo aparece el chivo expiatorio.”
No cualquiera puede convertirse
en chivo expiatorio. “Es más viable cuando responde a una idea conspirativa. El
terrorista es el chivo expiatorio ideal. Que a nadie se le ocurra lavarse la
cabeza con shampoo, ponerse la toalla y salir a atender al carnicero... Pero
cuando no hay una conspiración a mano, hay candidatos residuales al chivo
expiatorio: el adolescente de barrio precario, llámese favela, pueblo joven o
villa miseria.”
“Quiero que entiendan qué pasa
con el comportamiento de alguien a quien convierten en chivo expiatorio. Si yo,
que fui invitado para hablar de un tema, ahora me pusiera a cantar un tango,
ustedes se enojarían. Si fuera un grupo de ustedes el que cantara, el resto
pensaría que se trata de un conjunto de borrachos y se enojaría. O sea: si uno
se sale de la demanda de rol se produce una reacción agresiva. Es el momento en
que nos quedamos sin libreto y no sabemos cómo seguir. En la vida social pasa
lo mismo. Si todos los días tomo el subte a la misma hora y veo un tipo vestido
de pintor de paredes y lo miro, no pasa nada. Pero si un día me acerco y le
digo que tengo algo que pintar en casa y él me contesta que es un profesor de
filosofía presocrática, yo me pregunto: ‘Este estúpido, ¿por qué se viste
así?’. Pongo el acento en este punto. Ojo, porque el portador del estereotipo
también lo siente cuando es estereotipado. ¿Por qué hay índice de reincidencia?
Porque hay una fábrica de estereotipos y para sobrevivir en las cárceles, los
presos quedan fijados en roles desviados.”
A tal extremo, la figura del
chivo expiatorio es fuerte (“el ladrón es joven”) que la persona se jubila
cuando se cae del estereotipo. “El descenso se produce poco después de los 30
años. La persona no se resocializó sino que se cayó del estereotipo. Se supone
que un tipo de 40 años ya no puede arrebatar algo en la calle y correr con un
arma.”
*Extracto de nota de Página12
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