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La
multitudinaria e inequívoca manifestación de respaldo popular al
gobierno nacional que significó la celebración de un nuevo aniversario
de la Revolución de Mayo le permitió al kirchnerismo –como protagonista
amplio más allá del concepto de "gobierno"– volver a hacer presente que
desde ya hace por lo menos tres años largos está en el centro de la
escena política y no piensa moverse de allí. Es decir, que el nuevo
sujeto político y social que se fue conformando a fines del 2009, tras
la pelea con el campo y la magra victoria electoral de junio de ese año,
y que estalló en el Bicentenario, está no sólo vivo sino que crece
cuantitativa y cualitativamente, en términos numéricos y organizativos.
El kirchnerismo –y esa es la nota que tomaron los opositores políticos y
mediáticos– es un movimiento que, a pesar de todos los embates
televisivos, judiciales, especulativos en términos económicos, está
solidificado.
Más de 700 mil personas en las calles para un acto que celebra diez
años en el poder de una misma fuerza política es algo jamás visto en la
historia argentina. Ni el yirigoyenismo –que no gustaba de las
aglomeraciones– ni el peronismo tradicional –que tenía gran capacidad de
movilización pero no pudo cumplir los diez años en el gobierno por
culpa del golpe de Estado de 1955– ni el menemismo –que cumplió diez
años envuelto en una fuerte ola de repudio– pudieron celebrar con tanta
legitimidad popular su propia existencia. Evidentemente, el dato no
puede ser soslayado y seguramente fue anotado por propios y ajenos.
Ese apoyo irrestricto, leal, contra viento y marea, merece ser
analizado con detenimiento. Primero por su emergencia y, segundo, por su
composición. Ese soporte popular se hace evidente no sólo después de
una considerable extensión temporal de gobierno –capaz de desgastar
cualquier otra gestión– sino que se produce en un momento de fuego de
artillería sostenida contra el propio gobierno. Denuncias televisivas
escandalosas, acusaciones de corrupción, presión sobre los precios, una
fuerte acción política por parte de Poder Judicial, una campaña
mediática gráfica inédita en la historia argentina se conjugaron para
crear un clima de desazón y de malestar en vastos sectores de la
población.
Y sin embargo en ese clima adverso –o por ese clima adverso– se
produjo la manifestación más masiva de los últimos tiempos y que, me
atrevo a decir, sorprendió incluso al propio gobierno que no esperaba
tal magnitud de apoyo. ¿Y dónde estuvo la sorpresa? No en la capacidad
de movilización del aparato territorial ni tampoco de las organizaciones
juveniles que colmaron la Plaza. La convocatoria mayor estuvo en lo que
se conoce como el "kirchnerismo invertebrado". El plus de convocatoria
lo aportó el sector inorgánico, lo no encuadrado, esos amplios sectores
de clase media –baja, media y alta– que forman parte incontable e
incontrolable del kirchnerismo.
Ese kirchnerismo invertebrado plantea una paradoja para la propia
cosmovisión del kirchnerismo. Generalmente, no son contabilizados por el
propio gobierno nacional e incluso en sus prácticas discursivas están
invisibilizados o son desautorizados. Las críticas a las clases medias
son una condición muy presente en las apelaciones populares de la
presidenta de la Nación. Incluso sectores del kirchnerismo de clase
media caen en una "tilinguería inversa" de autoproclamarse sectores
populares siendo claramente integrantes de la clase media. La emergencia
–o la visibilización– de este actor político obliga a la reflexión y a
la reelaboración del discurso público. La presencia de esos amplios
sectores de clase media demuestra que ha sido contenida económica y
políticamente por el kirchnerismo pero que todavía no ha sido
comprendida en lo discursivo.
Lo obvio en la sociedad actual es esa actitud histérica y paranoica
de quienes sospechan de todo y de todos, pero fundamentalmente del
Estado, del gobierno y de la política. El intelectual francés Pierre
Rosanvallon, autor de La nueva cuestión social, escribió hace pocos años
La Contrademocracia. La política en la era de la desconfianza. En ese
trabajo, explica que las sociedades democráticas modernas se
caracterizan por una desconfianza ciudadana ante lo político. La
ciudadanía se muestra apática, descree de los discursos y la acción de
las élites gobernantes, tiende a sobreestimar los casos de escándalo por
corrupción y a subestimar las políticas públicas, no construye
articulaciones ni mediaciones entre lo "civil" y lo "político", es decir
construye entidades donde el concepto de "pueblo" es antitético
respecto del de "políticos".
El kirchnerismo ha quebrado esta lógica de desconfianza en la que
están inmersas las democracias modernas. Y que incluso ha sido una de
las lógicas –desconfianza más furia– que desembocaron en el "voto
salame" y el "que se vayan todos" del 2001. Y si bien gran parte de los
sectores opositores ciudadanos todavía mantienen gran parte de esta
mecánica de pensamiento, lo curioso es que, a diez años de gobierno,
haya un alto porcentaje de la población que se identifique con el
gobierno nacional y esté dispuesto a defenderlo a capa y espada. Esa
ruptura de la lógica de la desconfianza es posiblemente el mayor capital
del kirchnerismo hoy.
Y a ese capital apela la presidenta de la Nación Cristina Fernández
de Kirchner cuando pide a la ciudadanía un mayor grado de compromiso en
la defensa del modelo económico a través del control de precios. El
Plan Mirar para Cuidar no es otra cosa que una mayor organicidad de la
militancia en función de una nueva capacidad de movilización ciudadana
en función de controlar uno de los flagelos históricos de la economía
argentina: la especulación de los empresarios y los comerciantes.
Uno de los párrafos más sorpresivos del discurso de la presidenta
fue la apelación final a las Fuerzas Armadas. Posiblemente, se trate de
una nueva etapa en la relación entre el gobierno nacional y los
militares, en una relación de mayor inclusividad en la vida democrática
de los hombres de uniformes. Una nueva participación que sólo puede ser
posible después de la política de "verdad, memoria y justicia" que lleva
adelante el kirchnerismo. El nombramiento de Agustín Rossi como titular
del Ministerio de Defensa –más allá de todas las especulaciones
políticas– también es una señal de que la presidenta necesita más
política en el área de Defensa. ¿Se vendrán mayores transformaciones en
el área?
Por último, hay un tema que queda en suspenso respecto de la marcha
del 25 pasado. ¿Qué ocurriría si el kirchnerismo decidiera dotar de
movilización política a la campaña electoral? No hay mayor participación
democrática que las elecciones. Recuerdo los cierres de campaña de 1983
con millones de personas en las calles de Buenos Aires haciendo
sustantivos los comicios del 30 de octubre. ¿Qué ocurriría con la
democracia actual si la presidenta decidiera hacer sustantiva la
política electoral realizando un gran cierre de campaña con miles y
miles de personas? ¿Cuál sería la potencia simbólica de la recuperación
definitiva de una democracia electoral con el pueblo en la calle?
*Publicado en Tiempo Argentino
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