El granjero Percy Schmeiser-Foto Página12 |
PERCY SCHMEISER Es un pequeño granjero canadiense que enfrentó a la
poderosa Monsanto, en un caso que llegó a la Corte Suprema de su país.
Aquella batalla lo convirtió en un referente de los derechos de los
agricultores independientes. Ahora recorre el mundo para advertir sobre
los riesgos económicos, sociales y ambientales que implican las
regulaciones de los organismos genéticamente modificados.
–Mi esposa y yo éramos desarrolladores de semillas de canola (o
colza, se cultiva para producir forraje, aceite vegetal para consumo
humano y biodiésel). Hicimos investigación en este cultivo por más de
cincuenta años. Y en 1998, dos años después de que introdujeran los
transgénicos en Canadá, la empresa Monsanto inició una demanda en contra
nuestro. Nos demandó por violación de patente, porque decían que
nuestra canola era producto de sus semillas transgénicas. Fue una
sorpresa para nosotros porque nunca compramos semillas genéticamente
modificadas ni sabíamos de Monsanto. Lo que hizo famoso nuestro caso en
todo el mundo fue el hecho de mostrar qué podía pasarle a un agricultor
si su campo era contaminado con las semillas transgénicas. En ese
momento el juez dictaminó que no importaba cómo se había producido la
contaminación con las transgénicas, puede ser polinización cruzada,
polinización por abejas, por semillas que ingresaron arrastradas por el
viento o por el propio transporte de otros granjeros. Si sucede eso,
entonces uno ya no es más dueño de sus semillas ni de sus plantas, por
la ley de patentes. También en ese momento se dictaminó que no íbamos a
poder usar nuestras semillas de nuevo por la contaminación que tenían y
que nuestras ganancias por ese cultivo debían ir a Monsanto. Otra
cuestión que dictaminó el juez es que el nivel de contaminación no era
importante, da lo mismo que se tenga el uno o el noventa por ciento del
campo contaminado, de todas formas, uno ya no es el dueño de sus
plantas. La base de nuestra lucha fue por los derechos de los
agricultores, para que cada uno tenga derecho a plantar sus semillas año
tras año.
–¿Qué hicieron ante la demanda de Monsanto?
–Lo que más nos dolió es que todo el trabajo nuestro de cincuenta
años con la semilla de canola ahora pertenecía completamente a Monsanto
por la ley de patentes. Por eso decidimos seguir peleando, así que
fuimos a la Corte de Apelación. Esta Corte federal mantuvo casi la misma
posición, incluso Monsanto trató de detenernos de otras maneras. Nos
demandaron nuevamente por un millón de dólares. Trataron de destruirnos
financiera y mentalmente. Nos observaban cuando estábamos trabajando en
el campo, venían a la salida del garaje de nuestra casa, a observar qué
hacía mi esposa, mi esposa recibía llamadas telefónicas con amenazas y
también les pasaba lo mismo a nuestros vecinos. Y aún hoy vivimos con
temor. Entonces decidimos ir a la Corte Suprema. La Corte Suprema dijo
que no teníamos que pagarle nada a Monsanto, pero que sí teníamos que
pagar nuestros costes legales. Monsanto aceptó que nosotros no habíamos
comprado semillas de ellos, pero sin embargo como nuestras plantas
fueron contaminadas con sus semillas, se suponía que nosotros teníamos
que pagarles la licencia por esas semillas. Si no-sotros hubiéramos
tenido que pagar a Monsanto todo lo que querían, hubiéramos tenido que
pagarlo con nuestra casa, nuestra tierra y todo nuestro equipamiento.
Así que fue una victoria para nosotros escuchar a la Corte dictaminar
que nosotros no teníamos que pagarle nada a Monsanto. Pero de todas
formas, es muy difícil para un granjero poder luchar en la Corte contra
una multinacional. Fue Monsanto el que nos demandó a nosotros y sin
embargo tuvimos que hacernos cargo de los costes legales de esta
demanda. Eso no fue justo para nosotros, porque Monsanto debería haber
pagado también nuestros costes.
–¿Cuánto tuvieron que pagar y cómo afrontaron esos gastos?
–Los gastos fueron un poco más de 500 mil dólares. Lo pagamos con
gran parte de nuestro fondo de jubilación, hipotecas sobre nuestras
tierras y también recibimos donaciones de muchas personas de todo el
mundo que están muy preocupadas por el tema de las patentes de semillas y
sobre todo lo que concierne a nuestra alimentación.
–¿Cómo se contaminó su cultivo con las semillas transgénicas?
–Porque mis vecinos estaban utilizando semillas de Monsanto y al
soplar el viento las traía a mi campo y lo contaminaban. Yo nunca
utilicé las semillas de Monsanto ni el Roundup (el herbicida de
Monsanto) en mi campo. Por eso presenté una contrademanda basada en la
contaminación ambiental, destrucción de semillas y calumnia. Desde ese
momento Monsanto nos espió y trató como a criminales. Detectives de
Monsanto se instalaron cerca del campo y controlaban cada paso que daba.
Lo primero que le dijimos a la Corte es que un agricultor tiene que
tener el derecho a utilizar sus semillas año tras año. Para mi esposa y
para mí lo más importante es que nadie, ningún individuo ni una
corporación tienen derecho a patentar formas superiores de vida, sea un
ave, una abeja o una planta.
–¿Qué sucedió luego de este episodio de la demanda de Monsanto?
–Nosotros pensamos en ese momento que habíamos acabado con Monsanto.
Decidimos cambiar de cultivo y hacer investigación con mostaza, pero un
tiempo después descubrimos que había plantas de canola en el campo en
el que estábamos investigando, que era de cincuenta acres. Nosotros le
avisamos a Monsanto que creíamos que había canola transgénica en nuestro
campo de mostaza. Entonces Monsanto vino a nuestro campo e hizo algunas
investigaciones. Después nos notificaron que sí había canola de
semillas de Monsanto en nuestro campo de mostaza. Nos preguntaron qué
queríamos que se hiciera. Les pedimos que toda esa canola fuera retirada
manualmente. Monsanto estuvo de acuerdo. Dos días antes de que tuvieran
que venir a quitar las plantas, nos enviaron una carta para que
firmemos. Y en esa carta Monsanto establecía que ni mi esposa ni yo
podíamos hablar sobre Monsanto nunca más con nadie. O sea que mi
libertad de expresión quedaba anulada, y si hubiera aceptado no podría
estar aquí hablando con usted.
–¿Qué le respondió?
–Les dijimos que muchas personas murieron en nuestro país por la
libertad de expresión y que nosotros no pensábamos entregársela a una
corporación. Así que le respondimos a Monsanto que con la ayuda de
nuestros vecinos íbamos a remover esas plantas. Con ayuda de nuestros
vecinos removimos todas las plantas por la contaminación y les pagamos
600 dólares. La verdad es que no fue mucho dinero por tres días de
trabajo. Pero le mandamos la cuenta a Monsanto y Monsanto se rehusó a
pagarla. Entonces mandamos a Monsanto a la Corte y, de esta manera,
tuvimos a una multinacional millonaria en la Corte por 600 dólares.
Puede imaginarse la vergüenza de Monsanto, una corporación
internacional, asistiendo a la Corte por 600 dólares. Entonces,
finalmente tuvieron que pagar los 600 dólares más los costes legales y
llegamos a un arreglo de que no habría mordaza legal. Lo importante no
fue el dinero que tuvieron que poner, obviamente, sino que es la
consecuencia legal lo que vale. Porque si ahora el campo de cualquiera
es contaminado, la empresa tiene que pagar por esa contaminación. Esta
fue una victoria, no solamente para nosotros sino para los agricultores
de todo el mundo, porque sienta un precedente en legal.
–Usted suele decir que en Canadá hay varios cultivos, entre
ellos la canola, que ya son completamente transgénicos. ¿Por qué los
granjeros canadienses optaron por este tipo de semillas patentadas?
–En 1996 fueron introducidas cuatro siembras transgénicas en Canadá:
el algodón, el maíz, la canola y la soja. Y los granjeros se
entusiasmaron porque Monsanto decía al principio que con las semillas de
ellos íbamos a tener más producción, más ganancias, más nutrientes, e
íbamos a tener que utilizar menos químicos para lograrlo. Pero sucedió
todo lo contrario, estamos utilizando más químicos que antes, y hacen
tanto daño a la salud humana como al medioambiente. También repitieron
una serie de lugares comunes como que a través de estas semillas íbamos a
alimentar a un mundo lleno de hambre. Pero creo que si hay algo que nos
va a llevar a tener más hambre en el mundo, eso son los transgénicos.
Nosotros en Canadá hemos tenido transgénicos por dieciséis años y
creemos que el daño ya se hizo. Ahora hay que hacer lo que sea posible
para no permitir que entren más transgénicos en nuestros países.
–¿Qué sucedió en los sembrados de canola transgénica que se extendieron en Canadá?
–Inmediatamente después de que se empezaron a utilizar estas
semillas las ganancias empezaron a bajar. Pero lo peor fue el aumento
masivo en el uso de los químicos, porque después de unos pocos años
tuvimos una supermaleza que se desarrolló en los sembrados de canola.
Para eliminar esta supermaleza, que es muy resistente, se requieren los
tóxicos más potentes que se hayan conocido. Monsanto salió con un
tóxico, el más tóxico que se conoce en la faz de la Tierra. Hay otro
químico que es el 2,4-D, que están tratando de usar para matar esta
supermaleza, y este nuevo tóxico contiene un 70 por ciento del agente
naranja, el que fue usado en la guerra de Vietnam, con el que miles de
personas murieron de cáncer. Estos son los químicos poderosos que
estamos usando hoy en Canadá, tóxicos masivos. Otra cosa que han tratado
de traer a Canadá es el gen terminator. Yo creo que ése es el peor
asalto a la vida que se ha visto en la historia de la civilización. El
gen terminator es puesto en un gen, la semilla se convierte en una
planta, pero la planta produce una semilla que es estéril, así que no se
puede usar para la nueva siembra, y eso hace que uno tenga que volver a
comprar las semillas de la compañía.
–¿Qué implicancias tiene el uso de semillas transgénicas?
–Tenemos un tema económico, de salud por el aumento de uso de
químicos y el veneno que traen desparramados los transgénicos, y un daño
en el medioambiente por el uso de los químicos. Los transgénicos nunca
fueron hechos para aumentar las ganancias. El patrón de los genes
introducidos a las semillas por Monsanto se hicieron para mantener el
control de la provisión de semillas y de alimentos en todo el mundo.
También se toma el control del derecho que tiene el granjero de usar sus
semillas, pierde su capacidad de elección y queda atado a tener que
comprar las semillas todos los años y pagar un costo alto, además de que
tienen que comprar más químicos.
–¿Cómo son las semillas que usted utiliza hoy, después de todo este proceso?
–Cambiamos de semillas, no trabajamos más con la canola, estamos
trabajando con trigo, avena y porotos. En Canadá la soja y la canola son
totalmente transgénicas, no se puede tener una granja orgánica de esos
cultivos. Monsanto es hoy la compañía que maneja totalmente el mercado
de las semillas para estos cultivos. Una vez que se introducen los
transgénicos, no existe la coexistencia, el gen transgénico es un gen
dominante, porque no se puede controlar el viento ni que el polen se
traslade. Entonces, una vez que las semillas transgénicas son
introducidas, no hay posibilidad de que un granjero continúe con un
desarrollo propio de semillas.
–¿Cómo ve el futuro de la agricultura?
–Los transgénicos están destruyendo el tejido social del país, nunca
vi algo así antes, los agricultores se enfrentan entre ellos. Antes nos
ayudábamos unos a otros, ahora esto está desapareciendo porque hay
desconfianza. Instalan el miedo haciendo demandas contra los
agricultores. Esta nueva tecnología es ciencia perversa y no es ciencia
comprobada. Las corporaciones quieren control total sobre las semillas,
lo que les dará control total sobre el abastecimiento de alimentos, de
esto se tratan los transgénicos y no de tener más alimentos para paliar
el hambre en el mundo. Si los agricultores pierden el derecho a cultivar
su propia semilla, se convierten en sirvientes de la tierra, regresando
a la época del sistema feudal. En cierta forma los agricultores ya son
sirvientes de la tierra, porque tienen que comprar las semillas de
determinada compañía, tienen que comprar la licencia del alimento,
tienen que comprar los químicos de la misma compañía, tienen que pagar
un derecho para cultivar en su propia tierra, así que pienso que ya
somos sirvientes en nuestra propia tierra por una corporación
multinacional como Monsanto. De continuar la propagación de organismos
modificados genéticamente, el control total del suministro de semillas y
de alimentos del mundo estará en manos de corporaciones como Monsanto, y
esto acarreará problemas para la salud, cuestiones ambientales y
pérdida de biodiversidad. Con los organismos genéticamente modificados
ya no habrá agricultura sino agronegocios.
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