El
recorrido de la economía venezolana en los últimos 14 años de liderazgo
de Hugo Chávez exhibe resultados sólidos en varios frentes y débiles en
otros. La reducción de la pobreza y de la desocupación, con una mejor
distribución del ingreso y extensión de la cobertura de salud y
alfabetización total de la población, se coloca en el lado del haber. La
frágil estrategia de industrialización y de soberanía alimentaria de
una economía con predominio de la renta petrolera e incapacidad
administrativa de un Estado que no se termina de reconstruir son parte
del debe, en un balance esquemático.
Quienes rescatan los logros de la
Revolución Bolivariana destacan avances sustanciales en indicadores
socioeconómicos. Quienes se ubican en la oposición critican los elevados
índices de inflación y la fuga de capitales como síntoma de la falta de
confianza y el control de cambio, prediciendo en todo momento la
inminencia del colapso, deseo frustrado una y otra vez. Los procesos
económicos entendidos como parte de un proyecto político reúnen
diferentes facetas, puesto que, se sabe, el paraíso no existe en el
mundo terrenal de la economía. El elemento orientador para abordar una
evaluación primaria en ciclos tan vitales y controversiales es en qué
medida mejoraron las condiciones materiales y simbólicas de las grandes
mayorías como sujetos de derechos. En ese sentido, la casi década y
media de Chávez en el poder ofrece un saldo muy favorable en términos
históricos para Venezuela y en comparación con otros países de la
región.
La crítica conservadora más habitual señala que los avances en
materia social y el crecimiento de la economía venezolana se explican
por la fabulosa renta petrolera. Es así. La cuestión es observar qué se
hacía antes de Chávez y qué hizo él con esa renta. La petrolera Pdvsa
informa que de 1999 a 2012 el Estado tuvo un ingreso de 383.233 millones
de dólares provenientes del petróleo por la mejora de los precios
internacionales, el aumento de las regalías que pagan transnacionales,
otros cambios impositivos y por el incremento de la participación de
Pdvsa en áreas petroleras antes en manos de grandes compañías
extranjeras. Semejante masa de recursos fue utilizada para saldar la
inmensa deuda social. Esta es una de las claves para entender el
significado profundo de la economía política.
El argumento que busca minimizar los progresos en áreas de la salud,
cobertura social, educación y viviendas populares por haber sido
financiados por la renta petrolera brinda precisamente elementos
interpretativos sobre cómo circulan y se reparten los excedentes de una
economía. La renta petrolera en Venezuela no irrumpió con Chávez. Los
gobiernos anteriores también la tuvieron con mayor o menor intensidad
según la evolución de la cotización internacional del crudo. En los
momentos de bonanzas, ninguno de ellos aplicó esos recursos para
distribuirlos hacia los grupos más vulnerables, sino que fueron
apropiados por la elite empresaria y política local y por petroleras
multinacionales.
Entre 1980 y 1998, la economía de Venezuela tuvo una caída del PIB
por persona de 14 por ciento. “Esto representó uno de los peores
rendimientos económicos en una región que, en conjunto, experimentó el
peor fracaso en un siglo de su crecimiento económico a largo plazo”,
explican Mark Weisbrot y Jake Johnston en “¿Es sostenible la
recuperación económica de Venezuela?”. Desde 1998 la economía ha tenido
un crecimiento moderado del PIB por persona, y uno mucho más alto desde
la restauración de la estabilidad política y desde que el gobierno de
Chávez tomó el control sobre la industria del petróleo, en 2003. Esos
dos investigadores del Center for Economic and Policy Research, de
Washington, destacan que si se mide desde 2004, cuando la economía
alcanzó los niveles registrados antes de la recesión precipitada por el
paro petrolero de 2002, el PIB por persona ha crecido a un ritmo anual
promedio de 2,5 por ciento. “Este crecimiento impulsó una importante
reducción de los niveles de pobreza y pobreza extrema, así como varios
otros logros en los sectores de asistencia médica y educación como
resultado de aumentos en el gasto social”, afirman Weisbrot y Johnston.
De ese modo se va definiendo la base conceptual de la política
económica y la legitimidad social del liderazgo político. Precisar cuál
es el destino de excedentes extraordinarios sirve para caracterizar la
orientación de ciclos políticos. Esos recursos pueden ser la renta
petrolera, la renta sojera o los originados de la emisión de deuda
externa. Son fondos adicionales en la economía determinados por
diferentes circunstancias locales o externas. El aspecto central es
observar cómo circulan en el espacio económico y quiénes se los apropia.
En los noventa, los gobiernos de Carlos Menem tuvieron un importante
ingreso de fondos vía endeudamiento público, elevando el stock de deuda
de 65.300 millones de dólares del gobierno de Raúl Alfonsín hasta los
121.877 millones de dólares del final de su mandato. Los 56.577 millones
de dólares de esa deuda incremental fueron recursos que financiaron la
fuga de capitales y el consumo suntuario de sectores sociales acomodados
alentado por la apertura comercial y el atraso cambiario. En cambio,
sin contar con el acceso al financiamiento externo, desde la
megadevaluación de 2002 y el alza de las cotizaciones internacionales de
las materias primas, la renta agraria, en especial la sojera, entrega
fondos extraordinarias a la economía. Parte de esos recursos son
capturados con la aplicación de derechos de exportación al complejo
oleaginoso y a otros granos, ingresos fiscales direccionados a
desarrollar el gasto público en áreas de la obra pública y prestaciones
sociales.
El discurso ortodoxo cuestiona ese tipo de utilización de la renta
agropecuaria o de la petrolera. Dicen que es un despilfarro de gobiernos
que hacen un mal uso de esos fondos y que en lugar de consolidar las
cuentas fiscales los utilizan para financiar gastos “populistas”, como
denominan satisfacer necesidades básicas de la población (salud,
educación, vivienda e ingreso mínimo garantizado). Por ejemplo, en el
caso argentino, la Asignación Universal por Hijo; en el gobierno de
Chávez, la construcción de 347 mil viviendas populares en el bienio
2011-2012. Confunden problemas en el frente inflacionario o en el
mercado cambiario por la fuga de capitales con la política de
distribución de ingresos provenientes de rentas extraordinarias
(petrolera o agraria). Les molestan los avances sociales fruto de una
reasignación diferente de esos ingresos, que deja en evidencia, además,
que las grandes mayorías pueden vivir un poco mejor desestimando las
falsas promesas de bienestar futuro de las recetas conservadoras.
Las impresionantes muestras de dolor popular por la muerte de Chávez
tienen explicación en que mayorías marginadas históricamente fueron
reconocidas como sujetos de derechos sociales, económicos y políticos,
reparación cuyo origen nace en el cambio de paradigma sobre cómo se
reparte la renta petrolera. Aquí es donde aparece el punto clave del
debate sobre la orientación de la economía política, pues en las
críticas se refleja la incomodidad de las elites tradicionales por no
poder apropiarse de la totalidad de esos fondos, y el rechazo a que
hayan sido orientados en cambio a cubrir demandas sociales
insatisfechas. La contrariedad aumenta en forma sustancial porque los
progresos sociales financiados con rentas extraordinarias han provocado
la lógica reafirmación de fuertes liderazgos políticos, aquí como en la
Venezuela de Chávez.
*Publicado en Página12
No hay comentarios:
Publicar un comentario