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En la época de Shakespeare se desarrollaron instrumentos financieros que
facilitaron el incipiente intercambio de mercancías, pero también
aparecían las primeras quejas sobre la usura. Cuando Shylock, ante la
bancarrota de su deudor, reclama la "sangre más cercana al corazón", en
vez de beneficiarse de una elevada tasa de interés, le hace decir al
economista Cohen (1982:773): "La crisis en la obra se produce no porque
insista en la usura sino porque renuncia a ella."
Algo más de cuatrocientos años después, una singular especie que se
alimenta de los ciclos de depresión de la economía, nació a la sombra
del capitalismo neoliberal, aunque es la negación del capitalismo
productivo ya que se limita a transacciones especulativas, sin
participación en la economía real: se los conoce como "fondos buitre",
porque sobrevuelan a sus presas, para lanzarse sobre sus restos
mortales, ya sean despojos de una empresa en extinción o de un país
deudor.
Son efectos indeseados de la globalización de los mercados. No
distinguen entre empresas irresponsables y naciones indigentes. El
método consiste en comprar en el mercado secundario las deudas de países
en desarrollo, cuando su valor es irrisorio por el riesgo de default, y
a continuación obligarlos por vía judicial a reembolsar el importe
inicial más intereses y gastos.
Para poder entender cómo surgen los fondos buitres nos tenemos que
remontar al nacimiento de la deuda moderna que condujo al economista
Hyman Minsky, en la década de los '80, a desarrollar su teoría de la
"fragilidad financiera", macro y micro, tanto de los países como de las
empresas, respectivamente. Lo esencial consistía que una estructura de
deuda con ingresos futuros insuficientes para pagar la totalidad de la
amortización, creaba condiciones especulativas, pero cuando tampoco
alcanzaba a cubrir parte de los intereses era usuraria, en realidad la
llamaba "tipo Ponzi" y la fragilidad financiera de los Estados era
extrema.
Luego de la crisis del petróleo de los '70 y la decisión de Nixon de
abandonar la convertibilidad del dólar, con consecuencias económicas y
financieras sobre las balanzas de pagos, el tipo de interés
prácticamente se triplicó, transformándose para los países del tercer
mundo su deuda en una "fragilidad tipo Ponzi".
El poder usurario no consiste en obtener el pago completo del deudor, de
hecho los altos intereses recuperan algo del capital inicial, sino en
su capacidad de imponer condiciones al mismo en los negocios que el
mismo encare. En este caso incidir sobre la capacidad de decisión de las
políticas económicas de los países, aunque esto implique destrucción de
riqueza y empleo.
Ese funcionamiento contraría todo lo que la literatura económica y moral
nos enseñaron –incluyendo al propio Adam Smith– sobre la función de la
intermediación financiera para favorecer la inversión reproductiva y no
para destruirla.
Los fondos buitre son, dentro de este esquema, la última instancia –la
gota de sangre más cerca del corazón– de aprovechamiento del deterioro
financiero ya que al comprar a valores irrisorios "bonos basura" con
sólo cobrar los intereses nominales recuperan el capital arriesgado y
con sólo ganar una instancia judicial en el conjunto de todas sus
especulaciones obtendrían ganancias más que extraordinarias. Ni siquiera
se podría caer en la ingenuidad de que son meritorios de recuperar su
especulación como compensación de riesgo asumido, porque no existe
riesgo cuando hay certeza de default. El riesgo que hay que premiar en
la economía –o su equivalente en la intermediación financiera– es el que
se corre en la producción, en la innovación y la exploración de nuevos
productos y mercados, siguiendo la lógica shumpenteriana.
Si los fondos buitre contrarían los fundamentos éticos y virtuosos del
sistema financiero y no aportan riesgo para incrementar los bienes y el
bienestar para la humanidad: ¿Por qué los tendríamos que poner en el
mismo nivel de derechos del resto de los actores económicos que sufren
su depredación? ¿No justifica esto solo una posición firme de los
Estados hacia los mismos, en defensa del resto de la economía y la
sociedad? Esta es la posición que ha asumido la República Argentina en
defensa de su propia supervivencia; se visibilizó con el canje de
títulos en default en 2005 y 2010. El país obtuvo la adhesión del 93% de
los titulares de bonos de esta deuda. Los bonos fueron emitidos
conforme al Fiscal Agency Agreement de 1994, bajo la legislación de
Nueva York, y tienen la siguiente cláusula: "Las obligaciones de pago de
los títulos valores de la República tendrán en todo momento como mínimo
igualdad con todo otro endeudamiento externo no garantizado y no
subordinado actual o futuro."
En la inauguración de las sesiones de 2013 en el Congreso de la Nación,
la presidenta afirmó que el país está dispuesto a pagar en las mismas
condiciones que aceptaron quienes su sumaron al canje. En forma casi
simultánea, la Cámara de Apelaciones del Segundo Circuito de Nueva York,
pidió a la Argentina una fórmula de pago para los holdouts, exigiendo
términos precisos (tasas, plazos, garantías, etcétera) y un cronograma
que esté dispuesta a cumplir, para resolver el diferendo con los
acreedores de bonos que rechazaron los canjes precedentes. La propuesta
deberá ser presentada antes del 29 de marzo. Eso se produjo dos días
después del la audiencia oral entre el caso NML Capital Ldt. vs.
Argentina.
La decisión final afectará, con su legitimación o su condena, por
primera vez en el mundo y con efectos globales, a una de las prácticas
más perversas de la globalización financiera. Argentina sigue luchando.
*Publicado en Tiempo Argentino
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