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Como
insistente hit del verano, repetitivo y pegadizo vuelven en año
electoral a surgir nombres de famosos para ocupar espacios en las listas
de candidatos. Y también vuelven las preguntas: ¿por qué ocurre esto?,
¿es bueno para la democracia?, ¿es fruto de cierto oportunismo o tienen
un verdadero interés en aportar algo a la comunidad?
Sin dudas, todos los ciudadanos tienen derecho a participar, elegir y
ser elegidos. Sin embargo, no todo ciudadano que da sus primeros pasos
en política termina a los pocos meses encabezando la lista de diputados
de un partido político. Lógicamente, tan veloz carrera despierta dudas y
suspicacias.
Este hecho no es novedoso. Durante los años noventa en Argentina fue
una práctica común que el menemismo incentivó. Vienen a la mente los
nombres de Palito Ortega, Carlos Reutemann y Daniel Scioli, que fueron
hijos pródigos de la cantera de los famosos. Más cerca de estos años
también traspasaron las vallas de una actividad a otra el cómico Nito
Artaza, el árbitro Javier Castrilli y el basquetbolista Pichi Campana,
entre otros. Algunas noveles políticas tuvieron intentos fallidos como
Moria Casán y Zulma Faiad. Un caso emblemático es el del cómico de
Midachi, Miguel Del Sel, que con la débil estructura política que le
proveyó el PRO, quedó a menos de tres puntos de ganarle al más que
centenario Partido Socialista la gobernación de Santa Fe en 2011. Una
novedad de la pospolítica es la escisión de política y territorio. El
Gran Territorio son los medios de comunicación.
La lógica vernácula tiene su potencial de exportación de famosos,
como lo evidencian los carteles que en el tórrido verano porteño pedían
el voto de los ítaloargentinos para los artistas Iliana Calabró, Gino
Renni y el mediático médico Claudio Zinn para ocupar plazas en el
Parlamento italiano, que cuenta desde 2006 con representantes de los
italianos en el mundo. Se debe recordar que Calabró se candidateó, aun
sin hablar italiano, por el partido de uno de los famosocráticos
sobresalientes: Silvio Berlusconi.
¿Por qué los famosos? El primer activo de los famosos es su fama,
valga la redundancia. La “instalación” de un candidato es una operación
compleja y que muchas veces no sale bien, para no hablar de la inversión
necesaria para que un aspirante desconocido comience a “mover el
amperímetro” de las encuestas de opinión. Muchos funcionarios de primera
línea de diversos gobiernos son invisibles para el gran público.
Además, para ser político de carrera se necesita una trayectoria entre
las bambalinas de las estructuras partidarias, generar la confianza de
sus camaradas, poseer carisma, algunos conocimientos y capacidad de
comunicación. Todo esto el famoso ya lo ha descontado. Todos saben
quiénes son, invitados a los livings de millones de hogares por medio de
la televisión. Se conoce, no su currículum (que no suele ser extenso),
pero sí sus noviazgos, sus familias, sus peleas, sus logros y sus
fracasos. Por decirlo de una forma coloquial, ya está amortizado. Eso a
una parte del electorado lo tranquiliza, piensa que el famoso “no se va a
quemar por nada”, y que “por lo menos lo conozco”.
Pero no es sólo su fama instalada desde los televisores lo que
cuenta, en general tienen una estructura discursiva más simple que los
políticos profesionales, ya sea por desconocimiento o por falta de
gimnasia en el planteo de promesas de campaña ambiguas. En cambio,
suelen ser directos, actúan en forma animada y con estructuras
proposicionales sencillas. El público-votante-espectador-ciudadano los
comprende rápidamente, en forma directa, lo cual genera empatía e
identificación, como un tío divertido en una fiesta de fin de año. Aquí,
las decanas de esta generación discursiva son Mirtha Legrand y Susana
Giménez que, aunque no han sido candidatas, desde sus posturas
“despolitizadas” generan filosos comentarios que penetran en los hogares
con más facilidad que cualquier alocución en un acto solemne.
Por otro lado, los débiles compromisos partidarios o ideológicos de
los famosos en la arena política también les permiten abordar o
expresarse sobre determinadas cuestiones sin esperar avales o depender
de la “coherencia partidaria”. No hace falta decir que los famosos
suelen tener tanta facilidad para manejarse ante las cámaras como para
escaparse con gran habilidad de los temas controvertidos o que les
exigen consistencia o capacidad analítica. “No soy político”, responden.
También, para no evitar las controversias, se debe decir que frente a
la desaparición de las representaciones político-ideológicas con
plataformas, programas y propuestas, los famosos conforman otras
representaciones, la de un relato del triunfo individual sin historia, y
sin compromiso más que, claro está, con la gente.
* Sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA.
Publicado en Pagina12
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