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Parte importante de las izquierdas sudamericanas,
especialmente en el Cono Sur, fue duramente afectada por la represión
impuesta por las dictaduras de la región en las décadas del ’60, ’70 y
parte de los ’80, en Brasil, Bolivia, Argentina, Uruguay, Chile y
Paraguay. La derrota sufrida por las organizaciones de izquierda en
aquel período fue política, organizacional y, en donde recurrieron a la
lucha armada, militar. En algunos países, como Argentina y Chile, la
represión asumió dimensiones gigantescas dejando miles de muertos,
desaparecidos, presos y exiliados.
En los países donde ese proceso fue acompañado por la aplicación de
políticas neoliberales se produjeron cambios importantes que afectaron
las bases sociales de los sindicatos, movimientos y partidos
identificados históricamente con las clases trabajadoras.
Esos cambios tuvieron un fuerte impacto en el papel que las
izquierdas desempeñaron en el período de transición a la democracia en
algunos países de la región. Las políticas económicas conservadoras
ampliaron la pobreza, debilitaron a la clase trabajadora tradicional y
sus organizaciones. Al minimizar el rol del Estado en la economía, el
recetario del Consenso de Washington debilitaba las nociones de
Estado-Nación y soberanía nacional y, en consecuencia, la propia
soberanía popular. El debilitamiento de la democracia económica y social
debilitó la democracia política.
En Brasil, los militares, aunque represores, autoritarios y
oscurantistas, llevaron adelante políticas de desarrollo económico que
expandieron la economía aunque profundizaron las desigualdades. Con eso
fueron creadas las bases materiales para el surgimiento de importantes
movimientos sociales, para un nuevo sindicalismo y para la creación del
Partido de los Trabajadores. Ese marco fue distinto en países con
economías basadas en el petróleo y la minería como Venezuela, Ecuador y
Perú, al igual que Colombia, por décadas escenario de una importante
insurgencia rural.
La hegemonía de las ideas neoliberales en el plano económico durante
el período de transición a la democracia proyectó personajes funestos
como Carlos Menem en Argentina, Collor de Mello en Brasil, Sánchez de
Lozada en Bolivia, figuras centrales de un movimiento del que también
formaban parte Salinas de Gortari en México y Vargas Llosa o Fujimori en
Perú.
La idea de la integración latinoamericana fue sustituida por el
proyecto de creación de un Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA)
impulsada por Estados Unidos. Las privatizaciones y la desregulación
productiva, financiera y del mundo del trabajo se transformaron en
palabras clave del pensamiento único que pasó a configurar una nueva
propuesta programática de amplia aceptación en sectores conservadores y,
sobre todo, en los medios de comunicación.
Es claro que esa ola conservadora fue estimulada por la crisis de los
proyectos nacionales-desarrollistas de América latina y, más allá del
colapso del modelo soviético, por la deriva de la socialdemocracia
europea y por los nuevos rumbos de la economía y la política de China.
Acosadas por la nueva derecha y privadas de los valores clásicos que
habían seguido durante décadas en el pasado, las izquierdas vivieron un
momento de perplejidad que incluso afectó a aquellos sectores que se
habían disociado de una herencia ortodoxa y adoptado una postura
crítica.
El renacimiento de las izquierdas en la región ocurrió esencialmente a
partir de los movimientos sociales, de sus luchas reivindicativas y
embates electorales que comenzaron a ser victorias en Venezuela, Brasil,
Argentina, Uruguay, Bolivia, Ecuador y Paraguay, y la evolución del
proceso político chileno.
La consecuencia de ese renacimiento a partir de las luchas sociales,
sin un proyecto político-ideológico común y consistente previo, fue una
comprensible (algunos dirán saludable) heterogeneidad y fragmentación
programática. Ese fenómeno refleja las particularidades de las
tradiciones culturales y políticas nacionales que las dictaduras y las
políticas neoliberales no habían logrado anular.
A pesar de esas diferencias, algunos elementos programáticos
estuvieron presentes, con distintos enfoques y perspectivas, en las
luchas y movimientos de los distintos países: 1) énfasis en las
cuestiones sociales (combate a la pobreza, la exclusión y las
desigualdades), 2) democratización del Estado y participación social, 3)
defensa de la soberanía nacional e 4) integración sudamericana y
latinoamericana capaz de garantizar a la región un lugar en un mundo que
vivía (y vive) una intensa y acelerada transformación.
En el gobierno, las izquierdas impulsaron el crecimiento, el combate a
la pobreza, la reducción de las desigualdades por medio de políticas
económicas y sociales. Estas últimas dejaron de tener un carácter
“compensatorio”, como en la agenda conservadora, y pasaron a ser el eje
estructurante de la nueva política económica. Con diferencias, ligadas a
los antecedentes económicos de cada país y las orientaciones adoptadas,
la región logró el equilibrio macroeconómico (reducción de las deudas
internas y externas, control de la inflación y el incremento de las
reservas internacionales). La articulación de esos factores provocó una
expansión significativa de la economía regional, mejoras sensibles en la
situación social y explican el nuevo rol que pasó a tener América del
Sur en la economía global, especialmente cuando estalló la crisis.
Los gobiernos de izquierda fueron sometidos a constantes procesos
electorales y estimularon la creciente participación popular. En la
región andina –Venezuela, Bolivia y Ecuador, sobre todo– la
inestabilidad política anterior, resultante en parte de la obsolescencia
de las instituciones, puso a la orden del día la convocatoria de
Asambleas Constituyentes para ampliar el espacio público y la base de
sustentación gubernamental. Se refundaron las instituciones. En otros
países los cambios se hicieron sin grandes rupturas institucionales. La
caída de Fernando Lugo en Paraguay fue, en parte, el resultado de la
falta de una movilización popular fuerte y del aislamiento del gobierno
en el interior de las instituciones heredades del antiguo régimen.
El éxito de los gobiernos democráticos populares de los últimos años
tuvo un efecto desintegrador sobre las oposiciones. En la mayoría de los
países las fuerzas tradicionales de derecha entraron en crisis.
Incapaces de comprender los nuevos fenómenos políticos y sociales de la
región, parte importante de las oposiciones asumió posiciones
profundamente conservadoras, cuando no golpistas. Descalificaron las
políticas económicas y sociales de las izquierdas, llamándolas
“populistas” o instrumentos de “cooptación” de amplios sectores sociales
que se estarían dejando comprar por “políticas asistencialistas”. A
partir de ahí pasaron a descalificar las elecciones como proceso de
constitución de los gobiernos democráticos. El pueblo se transformó en
la “masa de maniobra populista”. Las derechas reactivaron sus agendas
pro-mercado y desarrollaron una fuerte crítica a las políticas externas,
especialmente a los procesos de integración sudamericana.
El papel central de la oposición en la mayoría de los países fue
ocupado por los medios de comunicación, que sustituyeron a los partidos
conservadores. Los éxitos de las experiencias de gobierno de izquierda y
de centroizquierda en América del Sur no pueden ocultar, sin embargo,
sus límites cuyo examen crítico es fundamental para la continuidad de
esas experiencias y, sobre todo, para su profundización.
Si bien es necesario realizar un análisis detallado de cada una de
las trayectorias nacionales de la última década, no hay aquí espacio
para realizar ese inventario crítico. Confrontaciones exageradas o
conciliaciones innecesarias, voluntarismo o pasividad burocrática,
centralismo o basismo son algunas de las tendencias conflictivas que
pueden observarse en los discursos y la práctica de los gobiernos
progresistas sudamericanos.
Falta un relato coherente de los procesos políticos en curso en
nuestros países. En su ausencia, la izquierda corre el riesgo de
renunciar a cualquier discurso explicativo de su rica experiencia
actual, cayendo en un empirismo peligroso, vacío y, a menudo, ocupado
por las críticas de la derecha. Otro riesgo es el de otorgarle a ese
relato una retórica de izquierda anticuada o la invocación de supuestas
tradiciones históricas que remiten a los pueblos originarios o a las
luchas de independencia.
Muchas veces esa “invención de tradiciones”, para retomar una
expresión de Eric Hobsbawm, aunque justificable, oculta nuestra
incapacidad para comprender y explicar la novedad de la experiencia que
estamos desarrollando y los problemas que tenemos enfrente. El riesgo
implícito en esa postura es el de estar luchando en batallas de guerras
pasadas y, por lo tanto, equivocarnos de enemigos.
Esa advertencia sirve no sólo para tratar nuestras experiencias
nacionales sino también para definir el horizonte de nuestros proyectos
de integración. Esos procesos de integración son más complejos porque
involucran a grupos de países con diferentes afinidades
político-ideológicas. Baste recordar que en el marco de Unasur están los
gobiernos del ALBA, pero también aquellos del Arco del Pacífico, además
de aquellos que no siguen ninguna de estas opciones. La complejidad de
esas cuestiones y los problemas de relación de fuerza involucrados
muestran la necesidad de construir también un relato de la integración
sudamericana.
Es necesario superar los tiempos de las Internacionales. Eso no
significa abandonar un esfuerzo teórico político de análisis de las
experiencias exitosas de reconstrucción de las izquierdas en esta última
década. Es necesario establecer un debate calificado que, reconociendo
las particularidades de cada experiencia nacional, sea capaz de
establecer un ideario común a ser compartido.
Una de las paradojas de la situación actual de nuestro continente es
que la derrota política y electoral del conservadurismo no ha sido
acompañada por la derrota de muchas de sus ideas, de sus valores, y,
sobre todo, de sus medios de difusión. La construcción de una América
del Sur posneoliberal pasa por ese movimiento de reconstrucción de las
izquierdas en varios países. La crisis de los paradigmas pasados de las
izquierdas y los avances de los últimos años muestran que, contra las
ideas dominantes, debemos afirmar las políticas económicas de
crecimiento, sustentabilidad económica, social y ambiental. Una política
económica que apunte a la construcción de una economía poscapitalista.
Una reflexión que contribuya a la democratización radical del Estado,
para la ampliación del espacio público y la socialización de la
política. Tenemos que construir una democracia política fundada en la
más amplia participación de hombres y mujeres en la vida política, en
una sociedad plural, respetuosa de la ley, de los derechos humanos,
capaz de asegurar la libre organización y expresión. Una sociedad
solidaria, laica y de paz que socialice los bienes culturales y las
oportunidades, que valore su diversidad étnica.
* Asesor para Asuntos Internacionales de la Presidencia de Brasil.
Este texto es una reproducción de los pasajes salientes de la exposición
“Las izquierdas: la hora de la integración sudamericana”, realizada el
21 de enero de 2013, en el Encuentro con intelectuales sudamericanos
“Caminos progresistas para el desarrollo y la integración regional”,
organizado por el Instituto Lula de San Pablo.
Publicado en Telesurtv.net
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