Solitaria
en el empeño de preservar su ancestral vocación colonialista, mientras
su economía pierde terreno en el escenario global y se acentúa el
malestar social, Gran Bretaña se ha beneficiado con el sorprendente
respaldo de un grupo de intelectuales argentinos, compungidos por “la
enormidad de los actos” de reivindicación soberana sobre las islas
Malvinas.
Vía una suerte de transmutación del laissez faire, laissez passer al campo de la diplomacia, estos diecisiete intelectuales (17, la desgracia en el imaginario de quienes apuestan al azar) convocan a abandonar el “clima de agitación nacionalista”, a respetar el “modo de vida” de los isleños y a atribuirles un “derecho a la autodeterminación”, como si fuera una población originaria víctima de una amenaza inminente.
El documento, reproducido por Página/12 y La Nación –donde colaboran algunos de los firmantes–, le dice al Gobierno, con conmovedora ingenuidad, que la Argentina debe “abdicar de imponerles una soberanía, un gobierno y una ciudadanía que no desean”, a quienes habitan el archipiélago, a los que además se les atribuye una identidad nacional que difícilmente asuma alguno de ellos, la de “malvinenses”. Lo que viene a reiterar el manifiesto ya lo había adelantado el historiador Luis Alberto Romero, para quien debe diferirse todo planteo de los derechos nacionales hasta que los isleños “quieran ser argentinos”, es decir abandonen voluntariamente su carácter de súbditos británicos.
Esa concepción particular sobre la autodeterminación de los pueblos, que desconoce el episodio constitutivo de desplazamiento de la población local y su sustitución forzada aduciendo que “la historia no es reversible”, es la matriz que preside esta “visión alternativa sobre la causa Malvinas” que llama, por ejemplo, a terminar de una vez con “la afirmación obsesiva del principio Las Malvinas son argentinas”.
Contrariando los argumentos del documento que propicia “abandonar la agitación de la causa Malvinas”, es oportuno recordar que hubo otros intelectuales y políticos que llegaron a muy diferentes conclusiones. Baste la mención a la sonora defensa de la soberanía argentina que protagonizó hace casi 80 años en el recinto del Senado el legendario Alfredo L. Palacios.
Fue por su iniciativa, en 1934, que el Congreso nacional aprobó la traducción al castellano y edición popular del libro Les Isles Malouines, de Paul Groussac, ese sabio intelectual nacido en Francia, director de la Biblioteca Nacional durante medio siglo, que contribuyó a difundir los derechos argentinos.
Ni Paul Groussac, ni Alfredo Palacios, uno extranjero y liberal, el otro internacionalista y socialista, podrían ser acusados de ese “patrioterismo” que asusta a los firmantes del documento comentado. Claro que, en homenaje a su obra, Palacios calificó al intelectual francés como “hijo adoptivo de la República Argentina” y lo llamó “arquitecto perspicaz y laborioso de nuestro nacionalismo”. Un reconocimiento imposible de atribuir a estos portentosos cruzados del desaliento argentino, que hoy insisten en esterilizar los esfuerzos diplomáticos de su propio país.
* Dirigente del Socialismo para la Victoria. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.
Publicado en Página12
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