Por Carlos A. Solero*
En los últimos meses hemos sido testigos involuntarios de múltiples
hechos de violación, a veces seguidos de muertes, perpetrados contra
niñas o jóvenes mujeres, y cierta prensa gráfica o televisiva los
muestra como simples casos policiales. Esto encubre la trama de
prejuicios e intereses económicos, políticos y la persistencia del
fundamentalismo religioso revestido de moral.
El cuerpo de las mujeres, blanco favorito de la trata de personas de
modos diversos como el tráfico y sometimiento a la prostitución o la
exhibición para entretenimiento de masas, es un claro ejemplo de cómo el
sistema capitalista todo lo transforma en mercancía.
Además cabe señalar que no es posible naturalizar el maltrato y la
vejación de ningún ser humano, cualquiera sea su sexo o género. Por
detrás de las sórdidas historias hay un conjunto de valores y creencias
arraigados en buena parte de la sociedad que estigmatiza a las víctimas
de la violencia patriarcal y misógina.
En diversas provincias del país se dan casos como el de Entre Ríos o
La Rioja, donde el femicidio es un fenómeno social que se está
visibilizando ya que desde las organizaciones de mujeres hay desde
décadas un activismo que no se detiene y lucha por hacer respetar
derechos y libertades esenciales.
Es preciso romper con la indiferencia frente al sufrimiento de miles
de mujeres víctimas de violencia psicológica y física. No hacerlo es
ser cómplices objetivos de hechos que deben interpelar nuestra
sensibilidad e inteligencia, no cediendo terreno a los dogmáticos y
oscurantistas.
*Carta de lector publicada en Rosario12
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