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viernes, 31 de enero de 2020

LA BATALLA MEDIÁTICA

Imagen de "www.minci.gob.ve"
Por Roberto Marra
La mentira es el factor más importante para la construcción de la realidad virtual con la que los medios generan conciencias negativas. Es la herramienta que le ha permitido al Poder introducir un virus mortal para la justicia: la de los tribunales y la social. Es también, por las dimensiones que fue adquiriendo en el entramado de las relaciones humanas, el factótum de los odios que niegan hasta la posibilidad de existencia del otro, anulando la imprescindible capacidad de comprensión de las diferencias y del desarrollo de alternativas a la ideología emanada desde las usinas de ese Poder omnímodo que cubre, como una manta de olvido permanente de la historia lejana y cercana, la perspectiva de edificación de una sociedad sostenida en valores como la dignidad y la solidaridad.
No tienen límites para la proyección de sus embustes, acostumbrados a ser la única voz o, al menos, la más grande y fuerte. Transmiten sus miserables mensajes sesgados hacia el lado contrario al del “periodismo independiente” que aseguran representar, si es que pudiera existir semejante cosa. Inventan hechos nunca acaecidos, crean fantasías sobre personajes que necesitan denostar, generan noticias basadas solo en la creatividad de publicistas de los poderosos con la que actúan siempre.
Nada importa, cuando de eliminar al enemigo ideológico se trata. Nada les interesa de la honra de quienes atacan con la vehemencia de energúmenos con la que se manejan. Los límites de la decencia se borran, para poder entablar una batalla permanente hasta acabar con sus adversarios, literalmente si les es necesario. Las barreras de la ética hace rato que fueron levantadas por ellos mismos, haciendo de la malversación y el desprecio por la realidad, un verdadero culto a los procedimientos diabólicos con los que envenenan los cerebros de sus espectadores.
Cuentan con inacabables financiamientos de los dueños de ese Poder que nunca ha perdido la guerra, aunque haya soportado varias derrotas en sendas batallas con ese Pueblo al que odia con tanto empeño. Suman a sus repugnantes transmisiones de engaños programados, a las redes sociales, que manejan a sus antojos, retorciendo la verdad, estrujando los sentidos de cada palabra y cada texto, malversando imágenes, hasta que quienes intentan conocer los hechos cotidianos ceden ante tanta cantidad de patrañas engarzadas.
No existe otro arma contra semejante realidad virtual, consumada en la profundidad de las neuronas de las mayorías por la fuerza de la sinrazón, que construir una alternativa, que emerja de la contundencia de los argumentos elaborados desde el conocimiento y la razón, transmitida mediante la utilización de herramientas comunicacionales que se multipliquen y actúen en bloque, solidariamente, construyendo una red tan grande como la de los poderosos, pero con la moral de un Pueblo ávido por conocer sus propias visiones históricas.
La subsistencia del Gobierno Popular emergente después del paso de la “tormenta perfecta” del neoliberalismo apátrida y ladrón, no podrá ser si no se consuma mediante la elevación de la cantidad y calidad de los medios que sean capaces de divulgar la verdad generada por el propio Pueblo, sin tamices de intérpretes falaces y vendidos a los poderosos y el imperio que los acompaña siempre en sus aventuras destructoras de nuestra historia y nuestra cultura.
Sembrar de radios y televisoras el País, generando contenidos propios y divulgando las verdades relativas de nuestras diversidades, hace a la posibilidad de la existencia y el desarrollo positivo de esta nueva esperanza popular que intenta abrirse camino. Brindar esos servicios, acompañar los esfuerzos comunitarios por hacerlos, más la provisión de una internet gratuita y de calidad en cada rincón de nuestro territorio, tienen que convertirse en una de las principales políticas del Estado, como método irremplazable para la lucha de igual a igual con la avalancha mentimediática que continuará envenenando el aire con sus ponzoñas. Ha llegado la hora, entonces, de inyectarnos el único antídoto capaz de eliminar sus oscuras influencias: la soberanía de la comunicación popular.

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