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Por
Roberto Marra
“Doble
vara” se le suele llamar a esa postura de observar un mismo tipo de
hechos o de ideas con miradas opuestas, según se trate quienes los
realizen o las sostengan. Atravesada por la ideología de quien haga
la observación, pero sobre todo incluyendo un profundo prejuicio
hacia cualquier manifestación que pueda emitir alguien, por el solo
hecho de ser quien es o de pensar como piense, este tipo de actitudes
suele formar parte de procedimientos tendientes a poner en tela de
juicio, denostar y denigrar a la persona que se pretende alejar de la
buena consideración que pueda poseer en el ámbito público.
Por
increíble que pueda parecer a las almas honestas, esos seres menos
que humanos, alzaron la voz intentando señalar al líder boliviano
como autor de un terrible llamado a la violencia, siendo ellos mismos
los autores materiales de una feroz represalia hacia los pueblos
indígenas que intentaban sostener con sus cuerpos la democracia
torcida hacia una nueva dictadura.
Pero
no solo eso sucedió con esa simple manifestación verbal de Evo.
También representantes de la ONU pusieron sus gritos en el cielo por
ello, mientras dejan pasar durante décadas los genocidios del
imperio en cada rincón del Planeta que desean someter a sus
arbitrios. Con sus caras de piedra y sus manos ensangrentadas, esos
payasescos “defensores de las instituciones democráticas” solo
se ocupan de facilitar el camino hacia la destrucción de la Bolivia
emergida del oscuro sometimiento de siglos, apañando a los vulgares
y corruptos ladrones que se apoderaron del gobierno con la muerte
como cómplice.
No
faltó nadie a la cita con la desvergüenza. Cada uno de los
repugnantes odiadores seriales del Continente y del Mundo, salieron
con sus “tapones de punta” contra el estadista expulsado de su
cargo por la fuerza antidemocrática, para señalarlo con sus dedos
solo acostumbrados a apretar el gatillo criminal del hambre y el
desprecio racial. Tampoco se privaron de opinar en Argentina, los
propios hacedores de las peores obscenidades antisociales de la
historia, generadores de la muerte por inanición de niños, del
abandono programado de millones de personas a su suerte, del desfalco
de la riquezas nacionales y el apoderamiento de los beneficios del
manejo del Estado en sus propios beneficios.
La
inmoralidad en su máxima expresión, la confabulación de los peores
en busca de la eliminación del obstáculo del “indio rebelde”
del Altiplano. Cualquier palabra será excusa para sus vituperios.
Todo acto de defensa de la verdad del Pueblo sometido, será
presentado por la “prensa libre” como una declaración de guerra
de quien necesitan destruir para siempre, para aleccionarnos y
aplastarnos a su antojo, impidiendo la reaparición de algo similar
en otro rincón de Nuestra América.
El
bello título de la obra de Andrés Rivera, “La revolución es un
sueño eterno”, nos pone por delante la tarea compleja pero vital
de construir ese sueño, de hacerlo realidad a partir de las
experiencias populares acumuladas a lo largo de los siglos (y de las
derrotas). Este horrendo tropiezo del destino sufrido por el Pueblo
boliviano y las mentiras utilizadas para la denostación de su líder,
marcan también necesidades incumplidas, fallas en la construcción
de poder popular, errores en su comunicación, inercias en actitudes
derivadas de un sistema degradado y fértil para el desarrollo de las
reacciones más antipopulares, que los poderosos enemigos saben
aprovechar apenas encuentran un resquicio en los cimientos que se
intenten levantar para establecer una sociedad más justa, esa
pequeña e imprescindible utopía que nos empujará (siempre) hacia
el horizonte de la auténtica libertad.
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