El
disciplinamiento laboral y social forma parte indisoluble del sistema
capitalista. Con mayor o menor énfasis, resulta indispensable para
quienes detentan el poder financiero, poseen los medios de producción
y manejan los resortes básicos del desarrollo económico, para
elevar sus beneficios y sostener el status quo alcanzado a fuerza
del sometimiento a sus reglas por millones de trabajadores y la
sociedad toda.
Las
formas que adquieren esas manifestaciones de poder sobre los
integrantes de los sectores sociales que subsisten en base a su
trabajo (manual o intelectual) son diversas, pero están siempre
sostenidas a través de sistemas mediatizados de “orientación”
de las conciencias de los sometidos, para que se formen y sientan
como parte de un colectivo preso de prejuicios, paradigmas y
estigmas, que conforman la base de la sumisión y la aceptación lisa
y llana de las órdenes encubiertas por una pátina de supuesta
“libertad de acción”, que tiene un problema fundamental: o se
somete al arbitrio de sus mandantes, o queda fuera del sistema.
Nada
es tan lineal ni corre por tan estrecho márgen de acción, porque
los pueblos logran, con sus despertares de conciencia y sus luchas,
establecer ciertas pautas laborales y sociales que disminuyen los
efectos derivados de la situación desventajosa de poder que
prevalece en el sistema. La sindicalización, aún con las eventuales
burocratizaciones dirigenciales, permite elevar la calidad de vida de
los trabajadores y mejorar la correlación de fuerzas frente al
empresariado y el Estado, cuando éste se manifiesta como parte más
de los sectores del Poder Real que de los ciudadanos que lo
conforman.
También
en el ámbito de la ciencia y la tecnología se dan estos procesos,
donde existe una disputa permanente por establecer pautas que generen
mayor o menor incidencia de los estudios y trabajos investigativos
nacionales, frente a la simple adopción de lo que se genere en los
países denominados “centrales”, poniendo blanco sobre negro la
relación a la que se pretende obligar a quienes no sean considerados
como tales. De allí a “ningunear” los esfuerzos de científicos
y tecnólogos nacionales, solo está el paso de la decisión de cada
gobierno sobre donde poner el acento para el desarrollo pretendido
(si es que se pretende).
Cuando
accede a la administración del Estado un sector político nacional y
popular (en Argentina, el peronismo y sus aliados), se mueven las
fichas claramente hacia la apuesta a la expansión de la ciencia y la
tecnología propia, hecho demostrado con claridad y ejemplos
palmarios a lo largo de nuestra atribulada historia, con los
lamentables vaivenes provocados por los retrógrados oligárquicos
que han logrado, cada tanto, trastocar estos virtuosos procesos en
arena que se escapa de las manos del esfuerzo de tantos científicos
y estudiosos.
Todo
se complica por la desgraciada manera en que se comportan los
energúmenos representantes de la clase dominante cuando acceden a
gobernarnos, destruyendo a su paso todos los avances en la materia,
haciendo añicos las experiencias y la acumulación de sabiduría que
demanda décadas en lograrse. Es así como cada vez se debe empezar
casi desde cero para poner el marcha el auténtico motor del
desarrollo independiente que, en la actualidad, significa poseer
capacidad científica y tecnológica propia.
El
desafío no involucra solo aportes financieros, ayudas económicas a
universidades o a los organismos de investigación públicos. También
genera la consideración de las personas involucradas en estos
procesos reproductivos de saberes imprescindibles para nuestra
soberanía, como seres humanos que necesitan ser sostenidos material
y espiritualmente, comprendiendo la íntegridad del sistema
científico y tecnológico, donde priman disputas con poderosos
actores internacionales que intentan frenar las alternativas que se
pretendan generar desde nuestros menospreciados países.
La
independencia económica, la soberanía política y, sobre todo, la
justicia social, son banderas que no pueden sostenerse en lo alto de
nuestras pretensiones de desarrollo sin la participación de la
ciencia y la tecnología nacionales. Son los cimientos de esa nueva
Patria que se busca elevar desde el subsuelo al que se la intentó
tantas veces hundir. Y es la esperanza de sentir que sople al fin ese
aire renovado del orgullo de ser quienes somos, por voluntad y
esfuerzo de nuestro Pueblo empoderado, con las manos y el intelecto
unidos para hacer realidad la felicidad que nos merecemos.
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