miércoles, 18 de julio de 2018

GUERRILLEROS DE TV

Imagen de "lavoz.com.ar"
Por Roberto Marra

La guerra de guerrillas es una táctica aplicada innumerables veces a lo largo de la historia y en diversos lugares y situaciones en el Mundo. Es esa forma de generar daños permanentes al enemigo con ataques de dimensiones pequeñas pero que van minando la estructura y el poder de respuesta del mismo. En la historia nacional, siempre se menciona al General Güemes como el respaldo que tuvo San Martín para sostener la frontera norte del territorio mientras él preparaba su estrategia de los Andes. Mucho tiempo más acá, Fidel y el Che le dieron cuerpo a esta forma de lucha desde la ya famosa Sierra Maestra, logrando la victoria sobre un ejército muy superior en número y armamento.
Pero no solo en las guerras armadas se utiliza esta táctica de demolición del poder enemigo. También en la política en tiempos de paz se generan acciones “guerrilleras” para socavar al adversario en ámbitos formalmente democráticos. Apenas aparecen gobiernos populares (o populistas, en términos peyorativos), el Poder Real comienza a generar estrategias para derribar a ese enemigo que le va quitando prerrogativas y ventajas económicas, que nunca está dispuesto a ceder.
Entre esas estrategias, los medios de comunicación se constituyen en los “guerrilleros” de esa guerra impiadosa que se desata para derrumbar cada acción gubernamental hasta volcar a las mayorías hacia la “oposición”. Con la persistencia de la gota de agua que horada la piedra, ahí están, en cada periódico, en cada pantalla, en cada emisora de radio, en cada tweet, desmoralizando, socavando, esmerilando hasta penetrar en la conciencias de los receptores.
Así ha actuado esta particular “guerrilla” comunicacional del Poder durante los años de los gobiernos conducidos por líderes populares que generaron políticas de ampliación de derechos, de crecimiento económico y distribución más equitativa de la riqueza. Cada paso dado en ese sentido, era inmediatamente denostado con el armamento vociferante de quienes abarcaban (ahora, más aún) todos los espacios de comunicación, hasta convertir lo virtuoso en nefasto.
De tal dimensión fue su acción degradante de la realidad, que se lograron éxitos hasta ridículos por lo que expresaban (y todavía, increíblemente, lo siguen haciendo). Se llegó a convencer a un gran sector de la población con frases como “se robaron un presupuesto”. A continuación siguió la payasesca afirmación del enterramiento de semejante fortuna en tierras patagónicas, donde un personaje de clara incapacidad mental que oficia de fiscal de la Nación, fue con sus retroexcavadoras a montar un show felinesco para encontrar el famoso “tesoro” perdido.
Pero no se quedaron solo con esos actos delirantes. El convencimiento que más ansiaban era el de demostrar que nunca se estuvo peor en la historia, justo en esos momentos donde se estuvo... mejor. La actividad “guerrillera” ha dado sus frutos, por más increíble que le pueda parecer a cualquier turista extranjero que hubiera visitado antes y ahora nuestro País. Existe un porcentaje alto de la población que asevera lo contrario a lo vivido por ellos mismos. Hay una transpolación de realidades virtuales a la letra odiosa de una historia tan falsa como sus dicentes, pero arraigada en una idiosincracia preparada durante décadas para sostener la validez de lo que no ve y la certeza en lo que no siente.
Aún en muchos militantes de esos gobiernos populares se han logrado perforar las convicciones. Desde allí también surgen las dudas hacia sus otrora casi endiosados dirigentes. Nadie está a salvo de las balas mediáticas, que todo lo contaminan con sus prebendas mentales. El odio es la enfermedad transmitida por esos virus etéreos, capaces de demoler la verdad como un castillo de naipes. Y la realidad ha muerto lentamente, envuelta en la mortaja miserable de la estrategia de las mentiras del poder y la mugrosa táctica de los “guerrilleros” de TV.

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