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El
hambre no tiene rating. Ya lo demostró Kafka en su relato corto de
1922, “El artista del hambre”, donde el protagonista es
un “ayunador profesional” en un circo, donde permanece sin comer
dentro de una jaula para atraer la atención del público, que
ignoraba absolutamente su presencia. Paradójicamante, luego de que
hubiera muerto por inanición, colocaron en su lugar a una pantera,
que sí resultó masivamente atractiva para la concurrencia.
Tal
como en ese breve cuento del genial escritor, la sociedad muestra
esas características canallescas, con comportamientos que
manifiestan el desprecio hacia los que sufren por efecto de sus
miserias materiales, a las que fueron arrojados con mayor desdén aún
por los que lucran con la pobreza ajena.
Hipócritas
feligreses de religiones que no sienten, esos amplios sectores
sociales prefieren la ruindad de la dádiva antes que la
reivindicación de los sumergidos. Los derechos son solo míos, míos,
míos, parecen parafrasear al octogenario el-presidente al recibir su
famosa Ferrari, otorgando solo el beneficio de la limosna oprobiosa
para quienes fueron empujados a la deshumanización y, tal como en el
relato kafkiano, olvidado tras las rejas invisibles de esos
“modernos” campos de concentración que son las villas miserias.
Cada
tanto organizan campañas de colectas de alimentos o zapatillas, con
la parafernalia televisiva de una feria de alegrías que son solo de
ellos, los organizadores. Nos mostrarán las sonrisas de los niños
“felices” por recibir su pornográfica caridad de sabado por la
tarde, para después ignorar sus presencias en cada esquina con
semáforos o en cada mesa de bar.
Cuando
arrecien las campañas politiqueras, algunos de los más perversos
candidatos se sacarán fotos junto a esos enjaulados en la cárcel de
la miseria, para intentar mostrar una humanidad que no sienten. Ni
siquiera lástima se puede esperar de semejantes individuos, porque
son, en realidad, los generadores de ese hambre y los colonizadores
de las conciencias de sus votantes.
Un
hambre que prefieren no ver los exasperados odiadores de lo popular,
incluso cuando ya están cerca de caer en las mismas jaulas de la
indignidad que habitan los que tanto denostan. Aun tras las rejas de
esas mazmorras de la pobreza, intentarán seguir perteneciendo a
“categorías” superiores, hasta que el hambre de verdad, ese que
no habían conocido nunca, los empuje a comprender, muy tarde ya, que
pudieron haber hecho algo distinto, que siguieron a los peores, que
arruinaron sus vidas y mucho más las de otros, por no ver lo que
tenían frente a ellos.
Ahora
es el tiempo de ver. Este es el momento de mirar comprendiendo. Nunca
como hoy resulta tan palpable la coerción del hambre, la persecusión
implacable de los nutridos por el odio de clase y el abandono por los
que seguirán ese camino más pronto que inevitable. No basta poner
una carita inocente con ojos de hambre en la redes sociales. No es
suficiente alguna frase de algún célebre pensador para entender el
hambre ajeno. Porque no es ajeno. Porque es nuestro hambre en cuerpos
y rostros de otros, espejos rotos por destinos fabricados por
terceros, los mismos que navegan en fastuosos yates en mares plagados
de inmigrantes muertos por un hambre idéntico al de quienes vemos
todos los días detrás de las vidrieras irrespetuosas de los templos
del consumo, mirando lo que jamás tuvieron ni tendrán.
Es
hora de re-apropiarse de la palabra cambio, bastardeada por
personajes salidos de una historia de terror, hambreadores seriales
incapaces de sentir otra cosa que codicia. Es tiempo de alterar la
realidad y convertirla en proceso virtuoso nuevamente. Como hasta
hace tan poco, cuando la felicidad parecía estar a la vuelta de la
esquina y decidimos seguir de largo, solo para ver, como en el cuento
kafkiano, una pantera... que ni siquiera lo era.
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