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Por estos días, se ha hecho pública una maniobra combinada
entre el ejecutivo nacional y el de la provincia de Salta, para apoderarse de
inmensas extensiones de tierras por parte de socios, familiares y amigos.
Mediante un decreto reglamentario, el presidente ha modificado el sentido mismo
de la Ley de Tierras, que había impuesto límites al apoderamiento de grandes
extensiones de campos por un mismo individuo o por empresas.
Pero tras esta corrupta forma de adueñarse de tierras, se
esconde otro proceso conectado indefectiblemente con el primero: el desmonte,
la eliminación de la vegetación natural para la siembra de soja,
primordialmente. Se perderá así el límite natural para el escurrimiento de las
aguas de lluvias, sin la contención que le proporcionaban esos montes y bosques
naturales, y las crecidas cubrirán campos y poblados, arrasando con bienes y
vidas, los que no serán más que simples “daños colaterales” para esos perversos
poderosos.
Lo mismo sucede en nuestra región, apropiada desde hace
décadas por el destructivo sistema agrario contaminante impuesto desde el
exterior, alabado hasta el hartazgo por sus beneficiarios y promovido sin
límites por los gobiernos. La ganancia rápida llama a la expansión del negocio,
sumando tierras que ofician de esponjas
para la contención de las aguas, condición perdida tras el paso de las
topadoras y la siembra del poderoso agronegocio.
A partir de allí, solo cabe esperar las lluvias para conocer
el verdadero resultado de tanta avaricia. Pero ya será tarde. Comenzará el
desfile de funcionarios ineptos explicando lo evidente con el cinismo de quien
se sabe partícipe del fatal delito contra la naturaleza. Los cómplices
mediáticos ayudarán a la continuidad de la mentira, con falsas promociones de
donaciones y movileros compungidos por las tragedias que contarán los que perdieron
todo.
Se impone, entonces, cambiar urgentemente de paradigma agrario,
acabando con los privilegios de quienes no reconocen otro derecho que el impuesto
por ellos. De no hacerlo, el agua lo arrasará todo, como inevitable venganza de
la naturaleza, en un final que sus causantes saben, pero sobre el que jamás
reconocerán sus culpas. Entonces, cuando ya sea tarde, parafraseando a Gardel,
vendrán caras extrañas, con sus limosnas de alivios a nuestros tormentos. Pero
será mentira, todo ese lamento…
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