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martes, 7 de febrero de 2017

LA CULPA NO ES DE LA LLUVIA

Imagen de http://www.publico.es
Por Roberto Marra

Por estos días, se ha hecho pública una maniobra combinada entre el ejecutivo nacional y el de la provincia de Salta, para apoderarse de inmensas extensiones de tierras por parte de socios, familiares y amigos. Mediante un decreto reglamentario, el presidente ha modificado el sentido mismo de la Ley de Tierras, que había impuesto límites al apoderamiento de grandes extensiones de campos por un mismo individuo o por empresas.
Pero tras esta corrupta forma de adueñarse de tierras, se esconde otro proceso conectado indefectiblemente con el primero: el desmonte, la eliminación de la vegetación natural para la siembra de soja, primordialmente. Se perderá así el límite natural para el escurrimiento de las aguas de lluvias, sin la contención que le proporcionaban esos montes y bosques naturales, y las crecidas cubrirán campos y poblados, arrasando con bienes y vidas, los que no serán más que simples “daños colaterales” para esos perversos poderosos.
Lo mismo sucede en nuestra región, apropiada desde hace décadas por el destructivo sistema agrario contaminante impuesto desde el exterior, alabado hasta el hartazgo por sus beneficiarios y promovido sin límites por los gobiernos. La ganancia rápida llama a la expansión del negocio, sumando tierras  que ofician de esponjas para la contención de las aguas, condición perdida tras el paso de las topadoras y la siembra del poderoso agronegocio.
A partir de allí, solo cabe esperar las lluvias para conocer el verdadero resultado de tanta avaricia. Pero ya será tarde. Comenzará el desfile de funcionarios ineptos explicando lo evidente con el cinismo de quien se sabe partícipe del fatal delito contra la naturaleza. Los cómplices mediáticos ayudarán a la continuidad de la mentira, con falsas promociones de donaciones y movileros compungidos por las tragedias que contarán los que perdieron todo.
Se impone, entonces, cambiar urgentemente de paradigma agrario, acabando con los privilegios de quienes no reconocen otro derecho que el impuesto por ellos. De no hacerlo, el agua lo arrasará todo, como inevitable venganza de la naturaleza, en un final que sus causantes saben, pero sobre el que jamás reconocerán sus culpas. Entonces, cuando ya sea tarde, parafraseando a Gardel, vendrán caras extrañas, con sus limosnas de alivios a nuestros tormentos. Pero será mentira, todo ese lamento…

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