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No hay lugar insignificante para
comenzar una revolución. La liberación femenina comenzó en una peluquería, con
dos aguerridas amas de casa hablando mal de sus maridos entre receta y receta.
Al salir, peinadas como la Thatcher, cambiaron el mundo: se despeinaron, se
pusieron minifaldas, practicaron sexo mirando a los ojos de sus hombres, y
reclamaron y lograron el derecho a escalar socialmente, hasta ser presidentas y
cosas del estilo.
La operación "Pacificación Entre los Argentinos, Llame Ya, Che" comenzó en una cola para comprar dólares. Qué mejor lugar para hermanarse en la desgracia. Allí no había ricos ni pobres, sino hombres y mujeres en cuyos ojos se leía la herencia del Rodrigazo, de la mano de Dios y de la constipación por empacho de dulce de leche. Así fue como un grupete de hombres a los que les importa el país comenzaron preguntando a cuánto estaba el dólar y terminaron organizando un encuentro (que algunos llaman cóctel) en la isla de la revista Caras en Brasil. La lista de invitados debía incluir mitad intelectuales y políticos de la derecha, mitad progres. Si todo salía bien, de allí brotaría una nueva generación de hombres del centro, ni muy muy, ni tan tan, ideales para mostrar en televisión incluso en horario de protección al menor.
Yo recibí la invitación a
participar en forma de telegrama. Decía: "Se lo intima a participar del
encuentro o cóctel "Pacificación Entre los Argentinos, Llame Ya,
Che". Stop. De no asistir se le echará la culpa de todos los males,
refucilos y palometas por venir. Stop. Los organizadores no se responsabilizan
por accidentes de ascensor, gripes y contagio de ladillas. Stop y fuera".
Como pedían discreción, llegué a la isla de Caras disfrazado de vendedor de
vuvuzelas, previo paso por Mar del Plata y Punta del Este donde me hice unos
buenos mangos vendiendo vuvuzelas con la cara del Papa (bendecidas por él on
line), de Messi, y de Two Face, el malo de Batman. Pero acá Two Faces tenía
mitad cara de Kicillof y la de Capitanich. De las vuvuzelas con la cara de
Moreno no vendí ninguna; qué país exitista el nuestro.
Los muchachos progres me
recibieron cantando La Internacional (no se sabían ni la mitad de la letra). En
cambio, los muchachos de la derecha estaban sombríos, como si les hubieran
privatizado las sonrisas. Era por solidaridad con Redrado, que había ido con la
Luli pero a ella no la dejaron entrar por sufrir de ACTR (Aparición de
Celulitis Tardía y Rebelde), según decretó el escáner que nos pasaban al
llegar. Entendí todo al leer el cartel de bienvenida. Decía: "Se aceptan
visitantes vestido con ropa informal pero no mujeres que no entren en la
categoría de yeguas según lo reconoce la OMSY (Organización Mundial de la Salud
y el Yegüerío)". Pobre Redado, para colmo de males a Lousteau lo dejaron
entrar con la novia/actriz de esa semana, dicen que la número 125 desde que
dejó el poder.
Alguien sugirió que, así como el
guardapolvo blanco vuelve a todos los chicos iguales, tengan el color de piel
que tengan, había que quedarse en sungas para sentirnos iguales, hombres
comprometidos con el futuro del país. Lo hicimos con un poco de vergüenza, como
amantes que se van a ver en bolas por primera vez. Fue una liberación, pero la
verdad es que no nos sentimos iguales. Si vieran lo bien conservados que están
los muchachos de la derecha: tostados y musculosos, como si hubieran comido
buena comida, ido a buenos clubes y buenos peluqueros, toda la vida. Parecía
que no habían laburado nunca, excepto hablar por teléfono y confabular en La
Sociedad Rural. En cambio, los muchachos progres estábamos deteriorados. Y...
demasiada revolución. Debe haber sido aquella frase atribuida a Lenin:
"cuanto peor, mejor", que algunos siguieron al pie de la letra. Hasta
el Che, siempre tan lindo, se veía cascoteado en los tatuajes de nuestros
brazos.
Se dio inicio al protocolo
pasando lista a los invitados. Primer problema: faltaba uno. Repasamos la lista
varias veces y seguía faltando uno. Al fin se supo que por error de
programación habían puesto a Binner en el listado de los progres y de los de
derecha. Al corregir el error, una de las listas quedó desbalanceada, nunca se
supo cuál. Así que yo sacrifiqué y pedí que me pusieran en las dos listas, y
asunto resuelto. De paso pedí un comprobante. Nunca se sabe cuándo se
necesitará un salvoconducto para pedir un crédito o ser aceptado en la mesa de
Mirtha.
El encargado del cotillón era
Macri. Globos y bonetes amarillos. Con los globos no hubo problemas, porque los
animales de la isla están acostumbrados a ver tetas artificiales a cada rato,
similares en tamaño y redondez. Pero cuando nos pusimos los bonetes, los
pelícanos salieron a picotearnos las cabezas. Era una metáfora de la vacuidad
del pensamiento contemporáneo, como si la naturaleza quisiera meterse dentro de
nuestros cerebros para ver qué teníamos. Macri aportó la mascota del cóctel: un
oso de papel mache apodado Privatizadinho, en homenaje, según dijo, a un
jugador de fútbol de Brasil olvidado por los dirigentes. De pronto, el oso de
papel mache se abrió en dos como torta de cumpleaños de Al Capone, pero en
lugar de Marilyn apareció Miguel del Sel disfrazado de Carmen Miranda (eso sí,
las frutas del sombrero eran de plástico; al precio que están las frutas de
verdad en esta época...). Del Sel contó los mismos chistes de siempre, pero en
portuñol; entre que no se entendían bien y estábamos borrachos, daban algo de
gracia.
Así como habían escaneado a la
Luly, a todos nos escaneaban cada ocho horas, incluso en los testículos. Un
tanto inquieto pregunté por qué. Una mulatona mucama (que nunca había oído
hablar de celulitis ni de ningún otro invitado griego, y que no aceptó hacerme
un escaneo privado), a cambio de un beso, es decir yo le di cien dólares y ella
a cambio me dio un beso, me contó que a los progres nos escaneaban los
testículos y de paso nos mandaban una descarga eléctrica para aturdir a los
espermatozoides; así, en caso de intercambio carnal en la isla, no
procrearíamos, al menos en las inmediaciones. Ya bastante tenían con los zurdos
locales como para tener que bancarse revoluciones extranjeras; cubana, porque
es divertido y se baila, vaya y pase, (pero
argentina!
Las actividades eran variadas:
había mesas donde los muchachos de la derecha hablaban y nosotros escuchábamos,
y mesas donde nosotros escuchábamos y los muchachos de la derecha hablaban.
Moyano (entró disfrazado de rey momo de scola de samba), les enderezaba los
micrófonos y rellenaba los vasitos de agua. El blooper del cóctel fue que
Ricardito y Cleto hablaron como si fueran invitados de derecha hasta que los
asesores les avisaron que estaban ahí como representantes progres. Cambiaron de
discurso con una naturalidad que De Niro envidiaría. Ricardito llegó a
parafrasear a Fidel, diciendo: "la historia me absolverá", a lo que
Cleto agregó en su estilo que ya hizo historia "la historia no me
condenará".
Massa estuvo magnífico. Dijo:
"no soy kirchnerista ni antikirchnerista, ni de derecha ni de izquierda,
ni estatizador ni privatizador, ni de Boca ni de River, ni proamericano ni
antiamericano, ni existencialista ni rusoformalista, ni carnívoro ni vegano, ni
de Ford ni de Chevrolet, ni cola de león ni cabeza de ratón, ni de los Beatles
ni de los Rolling, ni de Soda ni ricotero, ni froidiano ni lacaniano". A
pesar de estar en bandos separados, no pude dejar de reconocer que esa es la
claridad que el país necesita. Más claro, agua, ni con gas ni sin gas, ni fría
ni helada, ni hervida ni congelada, ni insulsa ni saborizada.
Estaban los expresidentes, que
contaron la compleja trama que implica ser el máximo dirigente del país. De la
Rúa habló de las puertas de la casa de gobierno y de lo fácil que resulta
perderse y aparecer en un armario. El Turco que lo Reparió habló de cantidad de
camisas que entran en los placares. Rodríguez Saa dijo que si lo volvieran a
elegir haría aprobar una ley para que los presidentes no duren dos días sino
cuatro años. Duhalde se colgó un cartelito que decía: "único gobernador de
la provincia de Buenos Aires que logró ser presidente". En la espalda
alguien le había pegado otro papelito que decía: "Pero Banfield se fue al
descenso y Néstor te hizo oleeeee".
El cóctel duró tres días. No nos
pusimos de acuerdo en nada, excepto en que uno de los problemas de Argentina
era que no había mulatonas como las que atendían las mesas. Por algo se
empieza. Lástima que exista la ideología que nos separa, me dije en algún
momento, mientras me rascaba los testículos quemados de tantos escaneos. Creo
que a los progres nos daban ración extra de electricidad, y apostaban a que
nunca más nos reprodujéramos para que el mundo se poblara de niñitos bien
peinaditos y educaditos. No saben que los revolucionarios somos capaces de
reproducirnos sin sexualidad alguna, de puro cabezones, nomás. Y que si es
necesario, sabremos disfrazarnos, hablar y comportarnos como gente de derecha.
La actividad de cierre fue un
ejercicio: sentarse a escuchar a los presidenciables sin tirarles tomates.
Estuvo lindo, aunque por momentos era tan aburrido como una película iraní de
cinco horas. Macri estuvo simpático. Contrariamente a lo que dicen, se le
entendió muy bien, sobre todo "viva Boca" y "bububu", que
es la frase que usa para jugar con la hija. Binner nos sometió a lo que alguien
llamó política zen: media hora de puro silencio. Cerró el discurso con palabras
premonitorias: "(espero
que les haya quedado claro! (así, con signos de admiración)". Lilita
pronosticó un tsunami pero nadie le prestó atención porque total estábamos en
sunga. Pino aprobaba como si cabeceara medio dormido. Creo que es una
estrategia para sorprender en algún momento con ideas de la hostia.
Nos despedimos con abrazos, como
hermanos que se van a pelear por la herencia en breve, y nos fuimos cada uno
por su lado luego de revisar que nadie se hubiera quedado con la billetera del
otro. Eso sí, nos abrazamos luego de sacarnos las sungas y ponernos ropas de
hombres. A Redrado le regalé una vuvuzela de Moreno, y creo que le levanté el
ánimo. Yo, fiel a mi espíritu revolucionario, de los que buscan un cambio cada
media hora, antes de irme lancé al mar un pichón de palometa del Paraná que
había llevado camuflado en un frasco de mermelada bajas calorías. En veinte
años va a haber una invasión tal que a esa isla no van a poder entrar ni con un
rompehielos.
*Publicado en Rosario12
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