domingo, 23 de febrero de 2014

NO MATARÁS

Por Hernán Brienza*

“Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. (…) No matarás.”

Libro del Éxodo, 20: 1-2 y 13 
Muchas veces sucede que uno como lector siente una identificación personal con alguno de los escritores que ha leído a lo largo de su vida. No se trata exactamente de un gusto desmesurado por su obra ni de la admiración por la pericia o por la elaboración de un pensamiento. Ni siquiera de compartir un pensamiento o una idea. Me refiero más precisamente a una sospecha íntima: la de creer –con un dejo de misticismo– que uno podría haber escrito lo que lee, que uno podría ser ese escritor que hace públicas sus encrucijadas, sus cavilaciones y sus preocupaciones. Eso me ocurrió de pequeño con el español Miguel de Unamuno.
Desde que leí su Oración del Ateo, en el secundario, o me sumergí en sus meditaciones puras de La agonía del cristianismo y Del sentimiento trágico de la vida. En su concepto piadoso de comprender al hombre por su “hambre de inmortalidad” y comprender muchas de sus acciones y errores –la vanidad, el egoísmo– a través de ese terrible miedo a la muerte, siempre encontré una mirada humanista para tratar de mirar a los Otros –los ajenos– y otros –lo que se me asemejan– que no soy yo. “El hombre es un fin, no un medio –asevera Unamuno– ¿Y qué es el Derecho a la vida? Me dicen que he venido a realizar no sé qué fin social; pero yo siento que Yo, lo mismo que cada uno de mis hermanos, he venido a realizarme, a vivir.” Hay allí una defensa del sentido único de la vida que me resulta inapelable. Y bello.

En eso texto, Unamuno escribe también: “Todo lo que en mí conspire a romper la unidad y la continuidad de mi vida, conspira a destruirme, y, por lo tanto, a destruirse. Todo individuo que en un pueblo conspira a romper la unidad y la continuidad espirituales de ese pueblo, tiende a destruirlo y a destruirse como parte de ese pueblo. ¿Que tal otro pueblo es mejor? Perfectamente, aunque no entendamos bien qué es eso de mejor o peor. ¿Que es más rico? Concedido. ¿Que es más culto? Concedido también. ¿Que vive más feliz? Esto ya..., pero, en fin, ¡pase! ¿Que vence, eso que llaman vencer, mientras nosotros somos vencidos? Enhorabuena. Todo esto está bien, pero es otro. Y basta. Porque para mí, el hacerme otro, rompiendo la unidad y la continuidad de mi vida, es dejar de ser el que soy, es decir, es sencillamente dejar de ser. Y esto no: ¡todo antes que esto!” Y este párrafo siempre me hizo reflexionar sobre esa conducta típica de la clase media argentina respecto de siempre querer ser Otro. “Querer ser otro” no significa “admirar”, “respetar”, “amar” incluso a ese Otro –que a veces es diferente y a veces adversario-; “querer ser otro” es no “querer ser uno”, es buscar la propia aniquilación simbólica, es querer desaparecer el mundo, morirse. Es esa permanente tentación al suicidio existencial de la tilinguería urbana y de clase media la que me rebela. Porque es una pulsión de muerte. Y quien se mata a sí mismo, es capaz de matar y desaparecer, en términos simbólicos, a sus "otros" semejantes. Y yo no quiero morir, porque como muchos de mis argentinos semejantes siento que "he venido a realizarme, a vivir". 

Unamuno ha tenido oportunidad en su vida de demostrar con hechos lo que sostenía en su filosofía. Ocurrió en la Universidad de Salamanca. El autor de Niebla había enfrentado al rey de España, al dictador José Antonio Primo de Rivera, había sido diputado socialista de la República y había abjurado de ella cuando el gobierno avanzaba hacia la reforma agraria y otras de corte socializantes. En julio de 1936, levantó su voz en apoyo a los fascistas que se habían vuelto contra la República. Era uno de los pocos intelectuales españoles que apoyaba a los "nacionales". Y allí estaba ese 12 de octubre en el palacio de arquitectura plateresca –el relato es de Hugh Thomas– participando de un acto del Día de la Raza e indignándose mientras oía los discursos en contra del País Vasco y Cataluña, a quien José María Pemán acusaba de "cánceres en el cuerpo de la nación" y alentaba a que "el fascismo, que es el sanador de España, sabrá como exterminarlas, cortándolas en carne viva". En ese momento, alguien en la platea gritó el necrofílico lema de "¡Viva la muerte!", y el general Millán-Astray, que había perdido un ojo y un brazo en la guerra de Marruecos, comenzó con los "España…Una. España… Grande. España… Libre". La universidad se había convertido, entonces, en el templo de intolerancia y el fanatismo.

Unamuno se levantó y de manera quijotesca pronunció uno de los discursos más conmovedores –por su bizarría y belleza– del siglo XX: "Acabo de oír el necrófilo e insensato grito de ‘¡Viva la muerte!’, y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor".

Millán-Astray lo interrumpe exaltado y brama: "¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!", y la multitud lo aclama. Pemán, alza la voz y agrega: "¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!" Unamuno, entonces, imperturbable, con la parsimonia de un hombre que sabe que está pronunciando un "no" único, que protagoniza un momento irrevocable para el destino de toda la humanidad, un instante sublime de la Historia, que está construyendo con sus actos la verdad poética de que la razón vence a la fuerza, concluye: "Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir, y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho."

Esto recordaba estos días, cuando la violencia irracional y brutal arrecia contra Venezuela, mientras leía en las redes, la fenomenal violencia discursiva de periodistas y supuestos militantes del oficialismo y la oposición en los foros, en Twitter, en Facebook, mientras reflexionaba sobre los errores que otra vez va a cometer la soberbia estadounidense contra las democracias latinoamericanas. Y en este punto quiero detenerme. Las invasiones de la Casa Blanca en nuestro continente sólo han traído muerte y desolación. Por unos puntos más de ganancia para sus empresas, han generado decenas de héroes como Augusto Sandino, Farabundo Martí, Camilo Torres, las guerrillas sudamericanas de los años sesenta y setenta, la Revolución Cubana. Sin ir más lejos, Ernesto Che Guevara tomó conciencia de que la democracia era imposible para nuestro continente y que la única vía posible era la lucha armada en Guatemala, cuando asistió al golpe militar financiado por Estados Unidos contra Jacobo Arbenz. 

Ya ocurrió con Honduras hace unos años. Pero Venezuela puede convertirse en una nueva Guatemala para los que consideramos que América Latina debe ser democrática, soberana, con autonomía para resolver la pobreza con políticas públicas diferenciadas al neoliberalismo miserable y miserabilizador ¿Eso quiere la derecha latinoamericana y la estadounidense? ¿Guerras, resistencias, muertes? Seguramente, como ocurre siempre, la mayoría de los muertos lo ponga el pueblo pobre. Pero, también, les puede llegar a los poderosos, por lo tanto, no sólo es inmoral, sino también un mal negocio. Para todos.

En Del sentimiento trágico, Unamuno había sentado posición respecto de los políticos que juguetean con la vida y la muerte de los demás: “Por lo que a mí hace, jamás me entregaré de buen grado, y otorgándole mi confianza, a conductor alguno de pueblos que no esté penetrado de que, al conducir un pueblo, conduce hombres, hombres de carne y hueso, hombres que nacen, sufren, y aunque no quieran morir, mueren; hombres que son fines en sí mismos, no sólo medios; hombres que han de ser lo que son y no otros; hombres, en fin, que buscan eso que llamamos la felicidad. Es inhumano, por ejemplo, sacrificar una generación de hombres a la generación que le sigue, cuando no se tiene sentimiento del destino de los sacrificados. No de su memoria, no de sus nombres, sino de ellos mismos.”

Repasé este párrafo luego de escuchar el discurso del viernes de la presidenta de la Nación Cristina Fernández de Kirchner. En tono Unamuniano, ella dijo: "Extendemos nuestra mano solidaria a todo el pueblo venezolano, recordando que no hay nada más importante para todos, para los que piensan como piensan, hayan votado como hayan votado, que no hay nada más importante que el respeto a la democracia y a la paz. Porque respetar la democracia, respetar la voluntad popular y porque respetar la paz sumado al respeto a la democracia, es en definitiva respetar la vida. Queremos que se respete la vida respetando la democracia, y habrá oportunidad si ahora no les tocó ganar las elecciones, en un próximo turno electivo, presentarse nuevamente a elecciones. Las elecciones son así, se ganan o se pierden, pero no se puede por haber perdido una elección poner en vilo a un país y también poner en vilo a una región que ha sido declarada hace muy poco tiempo por la CELAC como una región de paz. Y eso es lo que queremos seguir siendo los miembros de la América del Sur, de la América Latina y del Caribe, una región de paz. Se lo pedimos encarecidamente a todos. Y también que las manifestaciones verbales o las manifestaciones políticas que cada uno tiene derecho a hacer, o las manifestaciones de caminar, de accionar, se pueden hacer sin violencia, sin agresión, que cada uno dé su opinión, pero por favor sin violencia y sin agresión, porque la violencia siempre engendra mayor violencia, aunque sea verbal. Tenemos todos que ser un poco más tolerantes con nuestra lengua, con nuestras acciones y no contribuir a avivar fuegos que no son de la región, sino que tal vez son agitados por vientos que vienen de otros lados. No seamos tontos por favor, seamos inteligentes y ayudemos a contribuir y a construir esa paz, porque la paz también se construye cotidianamente todos los días con nuestras palabras y nuestras acciones."

¿Por qué defender la vida? Porque cada uno tiene derecho a realizarse, a vivir. Porque cada uno de nosotros tenemos un rostro único. Y porque nuestra ausencia genera dolor. Detrás de cada muerto hay decenas de personas que sufren esa pérdida. Morir es la peor de las injusticias –ya sea de muerte natural, por un accidente de tren o en camilla de tortura–. La desaparición física de cualquiera –hasta del peor enemigo– causa dolor a alguien. Un dolor injustificable. Que la Humanidad es así y no se puede corregir, dirá usted, estimado lector. Es posible. La historia lo demuestra. Pero no rebelarse ante la muerte es no vivir. Es estar muerto de antemano. Es resignarse a "No Ser".

Carlos Girard, sobreviviente de la última dictadura militar argentina, protagonista de mi libro Maldito tú eres. El caso Von Wernich, Iglesia y represión ilegal, me dijo una vez: "Es muy fácil disparar el primer tiro, el problema es que no sabés cuál es el último." Aferrado a la vida, este ex militante montonero agregó: "No fuimos héroes, fuimos hombres." El golpe de Guatemala fue "el primer tiro" y abrió una etapa histórica y un proceso de violencia que concluyó en el Estadio Nacional de Chile y en la Escuela de Mecánica de la Armada, aquí en nuestro país. Todo golpista lleva en su mochila el bastón de mariscal de Jorge Rafael Videla o Augusto Pinochet. El escritor judío italiano Primo Levi, sobreviviente de un campo de exterminio nazi y autor de Si esto es un hombre, escribió: "Ha sucedido, y es, por consiguiente, que puede volver a suceder."

*Publicado en Tiempo Argentino

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