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Entre religión y ecología
se da un estrecho vínculo. Los calendarios litúrgicos reflejan los
ciclos de la naturaleza. Toda religión expresa el contexto ambiental que
le dio origen. Los hebreos, y en general los pueblos semitas, vivían en
regiones inhóspitas, desérticas, lo que los llevó a desarrollar el
sentido de lo sagrado centrado en la trascendencia. Donde la naturaleza
es exuberante, como en los trópicos, se acentuó la inmanencia de lo
sagrado. Todo el entorno geográfico y climático influye en la relación
religiosa que se tiene con la naturaleza.
El cristianismo
tuvo su origen en áreas urbanas. Veía la naturaleza a distancia, como
algo extraño y adverso. La palabra ‘pagano’, que englobaba a todos los
no cristianos, significa etimológicamente ‘habitante del campo’. Todas
las tradiciones religiosas indígenas mantienen un vínculo muy estrecho
con la naturaleza. Son teocósmicas: lo divino se manifiesta en el cosmos
y en sus componentes, como la montaña (pachamama).
El hinduismo y el taoismo dan culto a la naturaleza; mientras que el
confucionismo y el budismo son tradiciones más antropocéntricas,
volcadas hacia la conciencia y a las virtudes humanas. El islamismo
mantiene una relación singular con la naturaleza. Es una religión
semítica, que da culto a la trascendencia de Alá, pero conserva, como el
judaísmo, un vínculo estrecho con el entorno ambiental, que se refleja
en la distinción entre alimentos puros e impuros, el ayuno, el cuidado
con la higiene personal, etc.
Las religiones aborígenes (ab-origen = que están en el origen de
todas las demás) no separan lo humano de la naturaleza. Hay un fuerte
sentido de equilibrio y reciprocidad entre el ser humano y la Tierra. Lo
que de ella se saca debe ser devuelto a ella.
Entre las grandes tradiciones religiosas es el hinduismo quien mejor
cultiva esa armonía. Toda la India respira veneración sagrada por ríos,
animales, árboles y montañas. La veneración por las vacas refleja ese
sentido de equilibrio, pues se trata de un animal del que se obtienen
muchos productos, desde leche y sus derivados hasta estiércol como
fertilizante, y eso es más importante que comerlas.
Tres grandes desafíos, según el místico catalán Javier Melloni, están
inter-relacionados: la interioridad, la solidaridad y la sobriedad. La
interioridad nos impele a la vía mística; la solidaridad a la ética, y
la sobriedad a la preservación ambiental.
Nuestra civilización estará condenada a la barbarie si las personas
perdieran la capacidad de interiorización, de hacer silencio, de
meditar, de modo que sepamos escuchar las necesidades del prójimo
(solidaridad) y el grito agónico de la Tierra (sobriedad). Urge someter
la ecología a la ecosofía, a la sabiduría de la Tierra, en expresión de
Raimon Panikkar. No se trata de imponer la razón humana sobre la
naturaleza (eco-logos), sino de poner oídos a la sabiduría de la Tierra,
para captar lo que ella tiene que decirnos con sus ciclos, sus cambios
climáticos e incluso con sus catástrofes.
A pesar de que ha habido avances en nuestro comportamiento, gracias
al crecimiento de la conciencia ecológica (reciclaje, uso del agua,
productos ecológicamente correctos, etc.), todavía estamos apegados a un
modelo civilizatorio altamente nocivo para la salud de Gaya y de los
seres humanos.
Continuamos consumiendo combustibles escasos y contaminantes y, a
contrapelo de todo el movimiento ecológico, nos sumergimos en la ola
consumista que produce cada día pérdidas significativas de la
biodiversidad y toneladas de basura derivada de nuestro lujo.
Tres grandes mentiras necesitan ser eliminadas de nuestra cultura
para que el futuro sea ecológicamente viable y económicamente
sustentable: 1ª) los recursos de la Tierra no son suficientes para
todos; 2ª) debo asegurar mis recursos, aunque otros carezcan de ellos;
3ª) el sistema económico que predomina en el mundo, centrado en la
lógica del mercado, y el actual modelo civilizatorio, de acumulación de
bienes, son inmutables.
Nuestro planeta produce hoy alimentos suficientes para 12 mil millones de personas, y está habitado por 7 mil millones. Por tanto no hay exceso de bocas sino falta de justicia. No habrá futuro digno para la humanidad sin una economía de compartimiento y sin una ética de la solidaridad.
Nuestro planeta produce hoy alimentos suficientes para 12 mil millones de personas, y está habitado por 7 mil millones. Por tanto no hay exceso de bocas sino falta de justicia. No habrá futuro digno para la humanidad sin una economía de compartimiento y sin una ética de la solidaridad.
Durante milenios los pueblos indígenas y las tribus desarrollaron
formas de convivencia basada en la sustentabilidad, en la armonía con la
naturaleza y con los semejantes. ¿Cómo se va a considerar ideal un
modelo civilizatorio que, de los 7 mil millones de habitantes del
planeta, condena a 4 mil millones a vivir en la pobreza o en función de
sus necesidades animales, como alimentarse, abrigarse de la intemperie o
educar a sus crías?
*Publicado en Telesurtv.net
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