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Las inundaciones
no sólo tapan. También destapan. Y lo que está siempre en juego, nos demos
cuenta de ello o no, es la capacidad -incluyendo la fuerza- que tenemos para
enfrentar y resolver los problemas. Esa capacidad se incrementa o se debilita,
según lo que hagamos y según lo que dejemos de hacer. En estos días se
ha notado una exacerbación de opiniones en contra de la Política y de los
políticos que en la superficie recuerdan al “Que se vayan todos” de la crisis
del 2001. O ataques contra cierta militancia juvenil por identificarse
políticamente.
Nadie puede
cuestionar lo válido que son los reclamos de inundados y no inundados a quienes
tienen la responsabilidad de tomar decisiones, ahora y antes (en las distintas
órbitas, Nacional, Provincial, Municipal). Tampoco puede ignorarse que la mal
llamada “clase política” ha hecho méritos suficientes para concitar repudios,
descreimientos, enojos y frustraciones. Justamente el 2001 no es simple
consecuencia de una crisis económica y social, sino también una crisis
democrática, donde más allá de negarle a los referentes políticos su carácter
de ser representantes de alguien, fue puesto en dudas el propio sistema de
representación.
Pero el “que se
vayan todos”, sin una alternativa de reemplazo, (con otros representantes o con
otro tipo de sistema de representación), implicaba arrimarse a un precipicio
que paradójicamente tendría como consecuencias el que se queden todos los
verdaderos causantes de los problemas, que rara vez quedan expuestos y rara vez
su poder se sustenta con una elección.
A más de diez
años de aquellos momentos, es un llamado de atención la cantidad de gente que
expresó en estos días su reclamo o su indignación con un cuestionamiento
directamente “a la política” y a todos los que de alguna manera se reivindican
abiertamente como sujetos políticos.
Es cierto que
esas opiniones fueron magnificadas y reproducidas hasta el hartazgo -y por ende
realimentadas- por ciertos medios de comunicación empeñados en defender sus
privilegios y su manera de concebir a la sociedad y su orden. Pero no podemos
ignorar que amplificaron lo que hay, no lo inventaron.
Frente a esta
situación de poco ayuda calificar el fenómeno como “la vuelta de la
antipolítica”.
Tampoco nos
sirve remitirnos a Aristóteles, cuando ya hace más de 2300 años definió al ser
humano como “un animal político”,
tratando de distinguirnos de los animales, pues tanto los seres humanos como
los animales tienen la capacidad de ser sociales, es decir, relacionarse con
otros. Pero sólo los seres humanos tenemos la capacidad de relacionarnos
políticamente, es decir, crear sociedades, organizar ciudades (polis es ciudad
en griego). Por lo que renegar a lo político es renegarse como seres humanos.
Si la palabra
política nace para expresar lo relativo al ordenamiento de la ciudad o de los
asuntos del ciudadano, y luego adquiere diversos significados, como un
ejercicio de poder en relación a un conflicto de intereses, o a una relación
entre gobernantes y gobernados, o como un juego dialéctico entre amigo-enemigo
o como una lucha por conquistar el poder (o el gobierno), lo común a todas las
definiciones, incluso contrapuestas, es
que se refiere a lo que da la posibilidad de introducir o impedir cambios en la
sociedad, entre otras.
Y en lo que hace
a los gobiernos, en el mundo actual, no hay mucha posibilidad de elección: si
excluimos el gobierno que se sustenta en la monarquía o el subordinado a una
religión, nos quedan el surgido por un Golpe de Estado; o el gobierno que esté
en manos de personas que se definen como gestores, técnicos y especialistas; o
el gobierno que esté en manos de personas que se definen como políticos.
En todos los
casos todos los gobiernos actúan políticamente, aunque se definan por encima de
la política (reyes, emperadores), ajenos a la política (religiosos), apolíticos
(técnicos o gestores).
Cuando
se prohíbe la política y los partidos políticos
Cuando el
General Onganía se levanta en armas estableciendo la “Revolución
Argentina”(1966), él se define como apolítico y profesional, y establece para
su “revolución” tres tiempos. Primero vendría el Tiempo Económico, luego cuando
se concluyeran los objetivos de ese “tiempo” se pasaría al “Tiempo Social” y
finalmente cuando este se terminara vendría el “Tiempo Político” y nos dejaría
tener partidos políticos (suprimidos y prohibidos entonces) y elecciones,
Por supuesto
puso al frente del Ministerio de Economía a un “técnico”, Adalbert Krieger
Varsena, que lo primero que hizo fue anular medidas proteccionistas y de
nacionalización tomadas por Arturo Illia (el presidente depuesto, un radical
que ganó en elecciones con proscripciones pero que luego hizo cosas “terribles”
como oponerse a las patentes de los medicamentos y plantear la necesidad de elecciones
sin proscripciones). Y ese técnico, para
contener la inflación devalúa la moneda un 40% congelando al mismo tiempo los
salarios. Medidas que obviamente debieron ser acompañadas por una represión
de la protesta social y política.
También sabemos
lo ocurrido con la última dictadura cívico-militar. Seguramente hay gente que
añora aquellas épocas. Pero son los menos. No obstante todos deberían considerar que oponerse a la política y a los
políticos en general restablece la
posibilidad de un gobierno militar o de un Golpe de Estado, sea de facto,
sea de jure.
El
gobierno de los técnicos y gestores
Otra forma de
gobierno es la de los autoreferenciados como no políticos, sino como
administradores, técnicos y gestionadores eficientes.
A diferencia de
los “técnicos” puestos por los militares, estos son puestos por elecciones o
son puestos por quienes han ganado una elección. De esa manera se presentan
como una propuesta de rescatar lo bueno que tiene la política (elegir) y de no
tener lo malo que tiene la política (los políticos). Con ellos, dicen, no
domina la política, sino el saber, el profesionalismo, la aplicación de lo
técnico. Si una empresa es exitosa, ¿por qué no aplicar al gobierno del Estado sus
mismos principios y reglas? Y aparecen entonces las palabras típicas de la
empresa aplicada al gobierno (y a la educación): eficiencia, eficacia, gestión,
productividad, racionalización, competencia y otras, con los resultados
consabidos.
¿Consabidos?: me
temo que no. Existen numerosos ejemplos de personas sin historia de militancia
política, y presentándose como no políticos y hasta como apolíticos, ganando o
haciendo muy buenas elecciones. Y seguirán existiendo, pues es un recurso
importante de políticas, partidos y políticos impresentables en alguna coyuntura.
Todo esto indica
que una parte importante de la población no le resulta evidente que en este
dominio de los “especialistas”, “los administradores eficientes” o “no
políticos” lo que domina realmente es el “mercado”, o sea las grandes
corporaciones, que prefieren un Estado poco interventor y a la población sin
mayor participación política, mejor aún despolitizada.
El
gobierno de los políticos
Respecto al
gobierno esté en manos de políticos, no hay garantía de que sea mejor que los
anteriores. Es más, tenemos una larga historia de gobiernos de estas
características que fueron un desastre, gobernantes políticos que defraudaron
enormemente a sus propios votantes, tal el caso de De La Rúa por ejemplo. Tan
grande fue el fracaso del gobierno de la Alianza conducido por la UCR, que la
UCR aún está pagando y penando por ello a pesar de que ya han pasado más de
diez años y ni siquiera fue ella sola la responsable.
Pero un gobierno
asentado en lo político tiene un conjunto de ventajas por sobre los demás.
Si partimos de
la base que queremos resolver un problema y que frente a ese problema hay
varias alternativas o posiciones, ¿cuál forma de gobierno posibilita una
mayor participación, un mayor control, o una posibilidad de rectificación y
cambio de las medidas?
El gobierno
“apolítico” y “eficientista” de los gestores y tecnócratas se apoya en un
supuesto saber. Reducen los problemas a cuestiones técnicas, administrativas o
de gestión. En este tipo de gobierno, tecnócrata, sólo pueden tener algo de
incidencia los iguales a ellos, es decir, otros "técnicos", otros
"especialistas". La mayoría de la población no tiene influencia
porque no sabe. Y más que nada porque no tiene el capital y la influencia
suficiente para poner un funcionario, ganar una licitación, conseguir aprobar o
frenar una ley o beneficiarse dejando “que la que regule sea la ley de la
oferta y la demanda”. Un gobierno así no
se mete con el poder real: lo presupone, lo respeta y generalmente le
obedece y defiende. No hay posibilidades de alterar las relaciones de poder
porque no están en sus objetivos. Y en todo caso sí reforzar las existentes.
En cambio el
gobierno definido como político parte de la base que es la propia política la
fuente de su poder (no el mandato divino, la herencia de sangre, la fuerza
militar o el saber del especialista: depende de la voluntad política de la
población). Y en la política todos somos iguales, más allá de que existen
intentos y medios de evadir esto mediante control de aparato,
profesionalización y comercialización de la política, etc, pero eso ya es
propio de ciertas políticas, no de la política en general. (De hecho quien
controla el aparato no necesariamente puede controlar la política. Demasiados
casos lo atestiguan).
Además
la política presupone la problemática del poder y por ende la posibilidad de
modificar las relaciones de poder establecidas.
La arbitrariedad
de ciertos políticos está en relación inversa con la participación política
real de la gente. Cuanto mayor participación, menor posibilidad de manipulación
o de apartamiento de los programas y principios formulados anteriormente.
Así, en cada
orden de la vida, desde impedir la construcción de un terraplén o un centro
comercial que provocará problemas con el circular del agua de lluvia hasta
hacer las obras necesarias, está en relación directa con la participación de la
gente en la política para defender propuestas, rechazar o reclamar medidas,
consolidar cambios.
Lo
que la gente no se da cuenta es que todo cuestionamiento a la política es en
realidad un recorte a su propio poder, es automutilarse como ciudadano, como
ciudadana. Distinto
es el caso del cuestionamiento a políticas determinadas, que sí implica la
posibilidad de tener algún poder. Lo mismo que involucrarse positivamente con
otras.
Por muchos años
se logró establecer que Política =
corrupción = mentira = “Problema fundamental de la Argentina”
El discurso
formó parte del ataque del neoliberalismo al papel del Estado, sea para
privatizar sus empresas, sea para que no intervenga y deje que todo lo regule
“el libre mercado”.
Pero también
surge de la propia gente, como rechazo a las iniquidades, mentiras y traiciones
de sus propios candidatos y partidos. Por supuesto que podría haberse
canalizado en una “contra-política” o en la construcción de una alternativa
distinta a la expresada por el sistema de representación democrático liberal.
Pero ante la impotencia, debilidad o complicidad de quienes se postulan como
algo distinto, en política no hay tierra de nadie, por lo tanto esas broncas y
rechazos se terminan canalizando hacia las políticas hegemónicas, que en las
últimas décadas tienen nombres y apellidos, en la Argentina y el mundo, que
trascienden los propios nombres partidarios: neoliberalismo y
socialdemocratismo liberal.
Respecto a la campaña
contra el actual gobierno de ciertas usinas, resignadas a no poder tumbarlo ni
militarmente ni con un golpe civil, su alternativa pasa por ahogar su recambio
o cambiarle el rumbo. Y para ahogar su recambio lo que se necesita es que menos
gente crea en la necesidad de construir política, pues es sabido que una mayor
participación de la gente en unirse y organizarse politizadamente, en pos de un
mundo mejor, da mayores posibilidades no sólo de continuidad a los cambios
conseguidos, sino de ir más lejos que el actual gobierno.
El ataque a
cierta militancia juvenil que se está dando en estos días, respecto a su
participación en el actual drama de las inundaciones usando distintivos
identificadores de lo político, en vez de dar la solidaridad y ayuda desde una
posición aséptica y apartidista, es ciertamente parte del nuevo macartismo, pero
fundamentalmente forma parte de la política que se caracteriza por promover el
cercenamiento de las posibilidades de poder de la gente común.
(El
término macartista o macarthista o maccarthista, poco usado hoy, expresa una
conducta persecutoria y calumniosa, generalmente basada en mentiras y medias
verdades contra militantes políticos, artistas, etc que se hizo famosa en EEUU
y luego el mundo gracias a su principal exponente, el senador Joseph MacCarthy
que realizó luego de la segunda guerra mundial y hasta 1956 una violenta e
importante campaña de acusaciones falsas, denuncias, interrogatorios, reclamo
de delaciones, listas negras, etc, del tipo “caza de brujas”. Entre los acusados estuvo Charles Chaplín. Y entre
los soplones, Ronald Regan: nada es casual en la vida)
Incluso la
reacción de ciertos políticos en contra de esta militancia juvenil, no se debe
simplemente a que a sus agrupaciones les es difícil conseguir tal nivel de
compromiso y participación de esa militancia, sino porque ciertos fenómenos
alteran el esquema ordenado y controlable del sistema democrático liberal:
partidos muy estructurados+parlamento+voto de vez en cuando. Estos
agrupamientos juveniles, La Cámpora y otros, empiezan a llenar huecos
abandonados o imposibles de llenar por el democratismo y progresismo liberal en
las relaciones Estado-gobierno-sociedad. De allí el macartismo de agitar fantasmas
sobre La Cámpora de adueñarse de sectores del gobierno o que tales otros se
están armando, como se ha dicho más de una vez.
Eso no quiere
decir que no pueda o no deba criticarse a esta o diversas agrupaciones por sus
políticas (programas, propuestas, acciones, etc), pero sí observar que muchas
de las críticas suelen hablar más de los críticos que de los criticados. O
producir un efecto opuesto. Tal el caso del artículo del diario La Nación: “Unidos y Organizados: el brazo ejecutor del
Estado”, de Gabriel Sued: termina resultado un hermoso panegírico a las
actividades de estos jóvenes y nos hacen sentir orgullosos de ellos. (http://www.lanacion.com.ar/1570381-unidos-y-organizados-el-brazo-ejecutor-del-estado)
Onganía prohibió
la política, los partidos políticos y la participación en actividades
políticas. No le fue muy bien, aunque hizo mucho daño en el camino. La gente
buscó otras formas de participación política a las tradicionales, y como
resultado tuvimos las luchas estudiantiles por temas no estudiantiles, la
politización de agrupaciones gremiales y sindicatos, de la cultura, de la
música; los cordobazos, los rosariazos. La política, es decir, la gente
tratando de intervenir en los asuntos de la polis, buscó distintas formas de
participar, de luchar por lo que consideraba justo. Y tal vez fue el período
que mayor valor le terminó dando la gente a lo político. También fue uno de los
períodos que se lograron superar o desbordar los corsé puestos por las formas
tradicionales de la democracia liberal, entre otras: partidos muy
burocratizados y la idea que la política se reduce a conseguir votos y la
participación ciudadana el ir a las urnas cada tanto.
Hay sectores del
poder real, de ciertas políticas, que buscan lo mismo que con Onganía. Pero la
estrategia es distinta: en vez de prohibirla, que no dio resultado, hay que desprestigiarla,
equipararlo a lo sucio, a lo mentiroso. Así como para muchas religiones la
mujer era impura porque tenía menstruaciones (y por ende inferior), quienes se
involucran con la política son impuros y sus fines inconfesables. Como decía
-creo que un español- “atribuir hoy en
día un sentido político a la acción de determinado actor, implica
invariablemente cuestionar su integridad y honestidad”
El pecado de
cierta militancia, además de La Cámpora, el Movimiento Evita, Nuevo Encuentro,
Martín Fierro, Movimiento de Unidad Popular (MUP), Descamisados, Peronismo
Militante y otros espacios del oficialismo, es referenciarse políticamente,
decir “yo estoy aquí no sólo por sentimientos humanitarios, también por
convicciones políticas”, lo que en el discurso macartista equivale a decir
estar por plata o para engañar a la gente.
Los más sutiles
los cuestionarán por no ser verdaderamente altruistas o desinteresados pues los
guía un interés político. Como si en la historia de la humanidad no hubieran
existido cientos de miles, probablemente millones de personas, que dedicaron
parte de su vida, e incluso su propia vida, luchando políticamente por mejorar
sus comunidades, sus sociedades.
Obviamente que quien defiende o propicia políticas miserables, va a ver a
los demás con el espejo de sus propias miserias...
Y frente a eso
no vale el simple cuestionamiento a la “antipolítica”. Así como frente a los
planteos de achicar al Estado la mejor manera de confrontarlo es llenar al
Estado de políticas y acciones que refuercen mayor equidad en el reparto de la
riqueza, mayor justicia, igualdad y libertad, frente a los cuestionamientos a
la política, no alcanza por su reivindicación general. Pasa por promover las
acciones políticas distintas a las que reforzaron las injusticias sociales.
Pasa por construir y defender políticas de poder que se enfrenten a las fuentes
de las injusticias, desigualdades e iniquidades, aparte de promover las otras
múltiples vertientes que pueden existir para lograr la participación real en
distintas esferas de la vida social: el barrio, la salud, la educación, el
medio ambiente, la comuna, el municipio, etc, etc. Pasa por estar allí, donde
hace falta.
Cuando
Onganía da el golpe la mayoría de la población acepta que “La Universidad está
para estudiar, no para hacer política”. Y a los pocos activistas que salían a
la calle a protestar, no sólo el gobierno, sino parte de la sociedad civil, los
acusaba de vagos, de apátridas, de destructores de “nuestro modo de vivir
occidental y cristiano”. Y el sentido siempre era el mismo: que no participaran, que no pensaran
que otro mundo era posible y que estaba también en sus manos lograrlo.
Naturalmente esto producía sentimientos de culpa en muchos estudiantes que
participaban en las luchas, pues a muchos padres les costaba mandarlos a la
Universidad y obviamente la militancia podía hacerles descuidar alguna materia.
Y a veces se esmeraban aún más para evitar darles argumentos a las campañas
macartistas.
Años después,
cuando aparece la guerrilla y el proceso de represión se agudiza, aparecía una
propaganda que entre otras decía: “si en la cuadra de su casa viven unos
jóvenes muy educados, amables, limpios, denúncielos, son subversivos.”
Hoy eso se
traduce: “si van a ayudarlos unos jóvenes muy amables, comedidos, muy
organizados, desconfíe de ellos, o mejor aún rechácelos: están haciendo
política.”
*www.notasyantidotos.com.ar
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