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Por Sandra Russo*
“Es
una frase para pensarla”, dijo la Presidenta el martes al mediodía en
Puerto Madryn, en el homenaje a los ex combatientes de Malvinas, en el
tramo en el que homenajeó a Matías Gensana, un militante de La Cámpora
que se ahogó en enero, cuando se metió en el mar para salvar a tres
nenes. “La patria son los otros”, dijo. Las frases como ésa a veces
rebotan en otras que uno ha escuchado antes. En mi caso, me mandó
inmediatamente a la frase de Sartre, “El infierno son los otros”,
escrita con su melancolía existencial, penándola. Una frase releída y
resignificada en las últimas décadas, cuando “los otros” fueron los
inmigrantes, los indocumentados o los diferentes, y en los últimos días,
cuando al caer la noche sobre los barrios devastados por la inundación,
volvía el fantasma de esos “otros” que acechaban en las sombras, la
causa por la que muchos vecinos se negaban a abandonar sus casas, porque
allí estaba lo poco que les quedaba, y también les quedaba lo que
acababan de perder.
Pero ese mismo día, en la contratapa de este diario, encontré en el
acápite de la excelente nota que firmó Bernardo Kliksberg la otra frase
que, en mi recorrido y opinión, es la base de la gran pregunta sobre el
otro, la gran escena filosófica cristiana que excede a lo religioso y se
hunde en la ética. Es el pasaje del Génesis que dice: “Cuando
estuvieron en el campo, Caín se levantó contra su hermano y lo mató. La
Divinidad le preguntó: ‘¿Dónde está Abel?’. Y él respondió: ‘No sé.
¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?’”.
No sólo no era la primera vez que la leía. Había escrito sobre esa
respuesta de Caín a su padre. No recordaba exactamente asociada a qué
contexto la había usado, así que busqué en el archivo. Esa frase era el
eje de una contratapa sobre el Subte D, en 2004. La releí. Lo del Subte D
era una escena en la que tres nenas que pedían monedas en el subte, muy
bien peinadas las tres con trenzas, después acercaban las caritas a los
que les daban sus centavos y les daban un beso. La escena era mirada
por un grupo de turistas norteamericanos que estaban muy asombrados
porque la gente no rehuía el contacto físico con las nenas. Enlazaba en
la nota esa escena con una reflexión sobre el pasaje del Génesis del
filósofo Emmanuel Lévinas.
“No hemos de interpretar la respuesta de Caín como si él se burlase
de Dios –decía Lévinas–, o como si respondiese como un niño: ‘No he sido
yo, ha sido otro’. La respuesta de Caín es sincera. En su respuesta
falta únicamente lo ético; sólo hay ontología: yo soy yo y él es él.
Somos seres ontológicamante separados.” Desde la perspectiva de Caín, lo
que le pase al otro es cuestión suya, de modo que cada uno debe
ocuparse de sí mismo, porque “si no te ayudás vos, no te ayuda nadie” y
otras versiones por el estilo que han sido incrustadas en las personas a
lo largo del tiempo. No es casual que la derecha, que en estos tiempos
se agazapa en la antipolítica porque la confusión y el descrédito de la
política son su única chance de ventaja, así como esconde que es
derecha, también esconda su noción del otro, su verdadera y monstruosa
acepción del otro, que es la que tantas veces, en tantas latitudes, en
tantos idiomas, fue la de Caín. A la pregunta “¿Acaso soy yo el guardián
de mi hermano?”, la derecha responde una y otra vez que no, que no lo
es. A lo largo de la historia, claro que no sólo de la argentina, la
derecha se ha encogido de hombros ante el otro, y lo ha negado como
hermano. Y lo ha hecho con política. ¿De dónde sale la pobreza
estructural de América latina si no es de las políticas que aplicó
década tras década la derecha para favorecer a la punta de la pirámide y
ensanchar las ignominias de la base?
El discurso canalla de la derecha mediática, de un oportunismo
infame en la desgracia, salió al cruce de la falta de respuestas que
hubo en las primeras horas. Pero caramba: en un distrito el responsable
político era Macri y en el otro era Scioli. De modo que el discurso se
montó sobre la responsabilidad de “la política” en general. Más que de
un posible candidato, esa derecha falsea la congoja y se congratula de
cualquier caldo de cultivo.
“La política en general” donde no existe ahora es en Europa, que
vota a cómicos, empresarios, socialistas o conservadores con resultados
idénticos, porque gobierna la troika. ¿Cómo andamos de guardianes de
hermanos en Europa? El Banco Mundial, el Banco Europeo o el Fondo
Monetario Internacional bien podrían contestar: “No, no soy el guardián
de nadie. Cuido las cuentas”, con la misma actitud de Caín. Concibe
generaciones sacrificables.
Más allá de las responsabilidades puntuales y eventuales de uno u
otro funcionario en el origen y en la desmesura de la catástrofe, lo que
dejaron en evidencia estos días de escenas desgarradoras fue que, ante
este tipo de emergencias, lo primero que aflora, que sostiene y contiene
es la solidaridad de la cuadra, el bancar al vecino, esos vínculos
añosos y cotidianos. Gente que arriesgó su vida para salvar al anciano
de al lado o que cedió su único colchón seco para los nenes de enfrente.
Y afloró también, en un segundo y largo momento, el deseo colectivo de
dar, de hacer, de consolar. A ese deseo colectivo lo que hubo que darle,
y lo tuvo, lo está teniendo, es organización.
No sé qué ideas políticas tiene toda la gente que se movilizó estos
días, ni viene al caso. Pero en cualquier forma de solidaridad, de
entrega al otro, de propia satisfacción por ser útil en aliviar dolor
ajeno, hay una idea del otro que es la opuesta a la de Caín. En estos
días hubo miles de anónimos guardianes de sus hermanos, gente común,
ciudadanos, que sí se sintieron responsables por el dolor del otro. No
será la antipolítica la que los represente, cuando lo que tiene que
decir la antipolítica, siempre y en cualquier caso, es que se salve el
que pueda.
*Publicado en Pagina12
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