Por Roberto O. Marra*
Atahualpa Yupanqui sostenía que
las piedras hablaban y nos escuchaban. Esa hermosa visión poética y filosófica
de la realidad que nos contiene nos obliga a considerar a quienes hoy día
forman parte de la autodenominada “oposición” al Gobierno Nacional, como algo menos que minerales agrupados. No
escuchan. Peor aún, no quieren hacerlo. Sólo oyen. Actúan como grabadores de
sonidos que inevitablemente rechazan, repulsan, desestiman, ignoran, incluso lo
que ven, lo que palpan.
No pretende esto ser un insulto a quienes así actúan,
sino un intento de análisis de las razones que se puedan descubrir de semejante
actitud degradante de la capacidad humana de discernir sobre lo más elemental,
lo obvio, lo evidente. ¿Qué puede llevar a una persona a actuar de esa manera?
¿Qué hace que busquen denodadamente en cada palabra que pronuncia algún miembro
del Gobierno algo negativo, falso, destructivo, involucrándose como víctimas
permanentes hacia quienes siempre dirigiría su discurso la Presidenta? ¿Qué es
lo que los impulsa a odiar tanto a todos y todo lo que se asemeje siquiera a
los sostenedores de la ideología que por voluntad popular mayoritaria fue
elegida para gobernar?
Intentar una respuesta sencilla a
semejante dilema estructural de la sociedad argentina sería demasiado
pretencioso y, seguramente, imposible. Hay que buscar e indagar en nuestra
historia y sus protagonistas para encontrar los hilos conductores de actitudes
que rozan ya lo inverosímil, sino fuera que lo escuchamos a diario, como una
retahíla que pretende establecer una base de “pensamiento” que le de sustento
ideológico a tanta estupidez semántica. Sin embargo, de tanto repetirla, esta
falsa forma de ver la realidad, que paradójicamente consiste en no verla, va
lentamente penetrando las conciencias (y las inconciencias) de algunos sectores
que por formación, por idiosincrasia, por una subjetividad construida alrededor
de prejuicios históricos permanentes, terminan por tomar parte o todo de ese
discurso de odio y rencor infinito, infranqueable, de negatividad absoluta,
donde la duda sobre los propios pensamientos son imposibles.
En estos días se están
produciendo pretendidos “llamamientos” a movilizaciones de la “gente” que está
en contra del Gobierno Nacional. Los entrecomillados son una evidencia de la
consideración que puedan tener tales hechos, pero no de su subestimación. Estos
movimientos de quienes pomposamente se autodenominan como integrantes del “46%
que no los votó”, son poderosos, no por su profundidad ideológica, no por su
sostén consciente, no por su capacidad movilizadora, incluso, sino por el
respaldo y el impulso que los verdaderos dueños del poder en Argentina les
otorgan. Los cacerolazos de un grupúsculo de “señoras bien” de algún barrio
“refinado” de las grandes ciudades no son de temer, pero el convencimiento que
los mensajes sesgados y degradantes de las acciones del Gobierno Nacional que
producen y reproducen a cada minuto los medios de comunicación masivos, sí
logran establecer dudas y seguridades antinómicas hacia ese Gobierno que les ha
dado tantos beneficios como ninguno en la historia. ¿Cómo desarmar esas
actitudes? ¿Cómo desarticular esas maniobras desesperadas del Poder Real que
con tanta fruición toman como propias esos sectores sociales que sólo ven como
enemigos a los que justamente, les otorgan más beneficios y mejor futuro?
Difícil enigma si tenemos que
resolver un dilema que parte del concepto que de sí mismos tiene los
integrantes de la clase media, quienes se consideran distintos, distinguidos
del resto de la sociedad en la que viven. Es el mismo concepto de la realeza,
adaptado a sus pretendidas capacidades económicas superiores. No desean
pertenecer al mismo Pueblo con quienes tienen que convivir, en lo posible
alejados físicamente. No son conceptos que se adquieran por análisis profundo
de la realidad que los puso en ese lugar social. Son paradigmas que se fueron
gestando a lo largo de la historia social, que hoy día termina por generar
incluso que integrantes de algunos sectores sociales que están al límite de la supervivencia,
tengan actitudes de solidaridad con esos grupos de odiadores que denostan a sus
propios beneficiarios.
Tal vez el camino hacia el
desarme de estas actitudes sectarias, antisociales y degradantes de la
condición pensante sea justamente generar más y más políticas inclusivas, con
cada vez mejores condiciones de vida para las mayorías largamente postergadas
de nuestra sociedad. Sociedad que no cambiará porque se lo disponga por algún
decreto o Ley. Clases que no aceptarán jamás perder privilegios que siempre
tuvieron. Pero a quienes no deberemos jamás responderles, quienes sí pensamos,
como están esperando que lo hagamos. No son inocentes los llamados a estos
movimientos cuasi destituyentes. No son pacíficos “ciudadanos” los que hacen
estos llamados a la sublevación antidemocrática. Son los dueños del Poder Real.
No nos cansemos de decirlo. Sus seguidores, ganado siempre fiel a seguir a
cuanto pastor enemigo de lo popular exista, son también, o lo serían en el
futuro, víctimas de estos verdugos que hace sólo pocas décadas sembraron el
País de cadáveres en nombre de una libertad que sólo fue la de ellos, los
poderosos de siempre, para destruir la Nación.
*Arquitecto
Miembro de la Asociación Desarrollo&Equidad
Administrador de El Pensador Popular
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