Por Gustavo Daniel Barrios*
Vieja costumbre es suponer todo lo añejo como mejor o más deseable. Y se
ubican algunos en la habitación de los trastos viejos, donde cada cosa que se
toma devuelve al individuo sentires ocultos en lo interior, y que recobran vida
ahí al evocar instantes sepultados, en el silencio de los trastos.
El minimalismo como consigna y
método del arte o de las letras en general, aconseja tomar el surco más corto
para recuperar la expresión poderosa que suelen poseer las formas
simplificadas. En épocas lejanas, indeterminables, se creía que lo esencial de
las materias que aprecia el folklore como ciencia del pueblo, y de todas
sus tradiciones y rituales y cosas, estaba a pocos pasos de uno, más cerca de
lo que hoy se acostumbra a creer, tiempo en que lo exacerbado de las ambiciones
ajenas a lo natural, y guiadas por los amigos de la uniformidad y el
antifolklorismo a nivel mundial, nos sublevaron.
Viene para arrojar significado a esta cuestión, una ficción muy breve,
que el afán de reestablecer cierta vocación minimalista de un día, nos
permitirá constatar que es menos traumático y extravagante, dar con lo
esencial. Esta vocación minimalista debe haber contribuido un día, para
consensuar sin traumas una celebración interesante del oriente próximo. Eliseo
había fundado una escuela de profecía en la antigüedad, en el monte Carmelo.
Y hace unos cincuenta años se visitaba con carácter turístico ese lugar, en la
llamada Gruta de Elías; esto por el antecesor y protector de Eliseo.
Hubo otras escuelas de profecía hace bastante más de dos milenios por allí.
Pero aquí lo mejor está en que en épocas difíciles en esa zona, días cercanos
al centenario del istmo de Suez, los 20 de Julio asistían a esa gruta,
mahometanos, hebreos y cristianos, a celebrar a Elías y al unísono,
dentro de la misma festividad. Es evidente que parte de las religiones y de los
que las practican, creen en la simplificación minimalista que aconseja el
camino más corto; ante lo enmarañado de las cosas, actuar y ya.
Una breve ficción nacional que haga asequible esta idea en nuestro
ambiente, y con licencias tomadas por mí del orden de lo indefinible de no dar
con el asunto fácilmente, anda por el siguiente bosquejo:
......con el buen clima de Febrero a finales, y la satisfacción de ver
brotado y muy frondoso el terreno al fondo de su casa, parecía que Carlos y
Antonella, su mujer, decidían ampliar su vida a mucho más que el equivalente a
vivir con la vigésima parte de lo que se es. Ese Sábado a la mañana agradable,
apenas fresco, y parados a la sombra del limonero, Antonella le preguntó a
Carlos, en vías de resolver algo concreto, y en provecho del buen estado de
ánimo que los envolvía, si todavía mantenía vigente su plan de recorrer esa
ruta de los lagos, que él había empezado a diagramar hacía un tiempo. Ella
dispondría de licencias adeudadas, y Sanford se le antojaba demasiado
pequeño para expandirse, nutrida de endorfinas incalculables que le presagiaban
sus vacaciones. Lo cierto es que Carlos dejó llegado el receso para ambos,
leños y escopladoras, morsas mechas y sierra sinfín, a manos de sus hijos, y
piantaron a bordo del Dodge.
La ruta de los lagos diagramada por él, enlazaba su punto de partida en Sanford,
casi rociado del aire de la cabecera departamental de Caseros, la
popular Casilda, en dirección a Melincué y su vecina memorable,
la laguna que le es propia. Al sur y no demasiado lejos la encontrarían. Luego
del primer acampe en ese lugar, se dirigieron al encuentro con la de Gómez,
ubicada a diez kilómetros de Junín, ya traspuesta por el Dodge amarillo
una de las líneas provinciales que nos conectan a la mayor de las provincias;
fue por el asfalto que de inmediato se topa con Colón. Y acamparon en
terrenos lindantes a la Gómez sur, unida por un estrecho con la laguna Gómez
norte. El trazado de Carlos los condujo luego, a un cinturón asfáltico que
va a dar con la laguna de Monte, junto a San Miguel del Monte, y
a dar más tarde con Chascomús y la suya también.
Entonces viajaban. Completaron así el segundo acampe, pero haciendo una
fugaz retrospección, antes de volver a conducirnos hacia Monte, destaco
que Antonella comprendió a medida de ir atravesando etapas, testigo de imágenes
buenas para el ojo avizor, y desde su asiento cónyuge en el Dodge, que los
aspectos agrestes sufrían cambios abruptos. Gozó en la primera etapa claro, de
la pradera de la Santa Fe húmeda, venerada por ambos, en relación a lo
que es bien sabido por todos aquí en donde me ubico y es en la provincia de la
canción Merceditas, de que la pradera húmeda de Santa Fe es de
una sublimidad que nadie disputa ni rebate, porque es fama que la llanura del
sur provincial, y alguna latitud más arriba también, tiene de preciosa aquello
sólo narrable en singulares versos bucólicos que no han bajado del éter aun.
Viajaban, y pasan en un momento, y luego de identificar Antonella que
las áreas pre y post laguna de Gómez componen otra pradera claramente
distinta a la anterior, la de su propio terruño, en el quinto o sexto día de
viaje, a comprobar que habían ingresado a una tercer pradera. Fue surcando el Buenos
Aires pampeano, en las pampas de Cañuelas y de Brandsen, yendo
de camino hacia San Miguel del Monte. Esta tercera pradera la deslumbró.
Tienen las pampas de Cañuelas y de Brandsen, todo lo admirable de
las pampas que divisó y recreó Molina Campos. Lo captado por él, fue una
llanura de encantamiento, do sus paisanos se complacían en llevar una vida
abundante en contento, en colorido. Son esas cosas el néctar extraído también
por Antonella en esa región.
Descansaron mucho en el tercer acampe anexo a San Miguel del Monte.
Estando en la segunda noche en ese lugar, sentados en el pasto junto al
recordado farol de camisa en lumbre -según atino a citarme a mí mismo de líneas
viejas perdidas por ahí-, y mientras se preparaba sobre el rocío la etapa post Chascomús
que evitaría la variedad de espejos de agua que están más al sur bonaerense,
para virar hacia el Nahuel Huapí, les surge a ellos un dilema, que
aparece en palabras de Carlos con espontaneidad. Con la inspiración que emerge
del relax de un estirado divague, Carlos Alonso se sacudió el polvillo de años,
y trepó hasta el círculo áulico de ser por un buen rato, o lo que durase la
noche al aire libre, filósofo de la tierra. Entonces le pregunta a Antonella
sobre el por qué se le revela ahora el país, o un país tan lleno de
alternativas para diversos tipos de proyectos de vida, y tantos espacios para
él nuevos. El diálogo se enriqueció ostensiblemente, pues Antonella Ramírez era
la mejor partener que podía él tener en ese momento, porque además de trabajar
ella en una modesta oficina pública o cooperativa de pueblo chico, posee cierta
erudición. Y ella le responde que la solución está en la palabra empleada por
él: revelar. Que la palabra revelar –siguió diciendo Antonella-, de uso
muy antiguo, a veces sugestivo uso, debe inducirnos a creer en una clave
protectiva. Revelar es poner un doble velo, y doble cerrojo, que deja
sólo para los más despiertos, la posible incursión detrás de esos velos.
Antonella siguió y le explicó a Carlos, que la apariencia de su uso según como
viene la sintaxis, hace suponer generalmente y desde antiguo, la idea de
esclarecer, o quitar el velo. Pero ocurre que el vocablo único para esta idea
–la noción de quitar el velo-, es develar (de-velar), siempre y sólo develar.
De modo que el llamativo uso de revelar en una sintaxis que camina por
otro lado, por los rumbos del esclarecimiento, hace pensar en una combinación
infranqueable para determinado tipo de información, justo cuando se aparenta darla.
Pero Antonella se extendió: -...puede esto significar el oculto aspecto
o dimensión, de un país. El mismo puede haber estado bajo combinaciones
extrañas que demoran sus ciclos, el reverdecer de ellos.... Ahora viajamos
nosotros hacia Los Andes, a finalizar el periplo este en el Nahuel
Huapi, y nos decimos para adentro en una reflexión casi inaudible, se me
revela este fantástico paraje provincial, se me revela lo otro, lo otro, tal
vez presintiendo que no alcanzamos a divisar algo, superior a lo visto, que
necesariamente debe estar en lo profundo de esas llanuras y bosques, pero no
damos jamás con ello....
Carlos la interrumpe para preguntarle:-¿Qué buscás en este viaje?
-.......lo mismo que nos planteamos en Sanford –responde ella-,
al comunicarnos con miradas, silencios y entrelíneas más que con afirmaciones
concretas...... –Ella trata y no puede sintetizar la idea que flota, que
subyace-.
-......yo, al impulsarte a viajar –continúa al fin “Anto Ramirez”-,
interesándome por los lagos y a caballo de este proyecto tuyo, quise que nos
elevásemos un poco, porque los lagos son los sueños, a la categoría de ex
profanos. Tal vez lo hayamos logrado Carlos. Al menos en este ratito siento que
pasamos a ex profanos, a más puros.
Creo que este personaje llamado Antonella, pone en consideración de
todos, que aceptar el prodigio de un sustrato dimensional, o vida de perfección
existente a escasos movimientos de la vida común, y existente en los innúmeros
tesoros del folklore, que es ciencia del pueblo y de las tradiciones de
la propia tierra, es lo superior que pueda pergeñar nuestra especie. Esa
dimensión reposada, se alcanza si se la aborda con el más somero, despojado de
prejuicios, ingenuo, e idéntico carácter al que manifestara Van Gogh con
su sombrero poblado de velas encendidas para atravesar la noche o pintar. La
vocación minimalista de orden cultural equivale a arrojar por la borda el
lastre cuantioso, y apesadumbrado, al igual que el lanzado al vacío para elevar
un globo aerostático hasta navegar por encima de las lluvias. Se me ocurre
incontrovertible una idea: que es un disfrute divino el llegar livianos, allá
arriba, a lo que pudiera ser el otro punto de partida.
*Escritor
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