Siempre
es un buen momento para buscar la paz. Esta semana el presidente
colombiano Juan Manuel Santos (foto) anunció que su gobierno había
empezado conversaciones exploratorias con la guerrilla de las FARC, que
ya lleva medio siglo de lucha armada. La noticia fue muy bien recibida
en Colombia, donde desde la Iglesia hasta las cámaras empresariales,
pasando por el Congreso y el Poder Judicial, surgieron manifestaciones
de apoyo para el proceso que acaba de empezar.
En el mundo también se
anotaron casi todos para aplaudir, desde Estados Unidos y la Unión
Europea hasta Cuba y Venezuela, pasando por las Naciones Unidas y los
países de la región. Las declaraciones, los comunicados se sucedieron
toda la semana. En tono cauto pero optimista celebraban la decisión del
presidente y de los guerrilleros de iniciar un diálogo.
La nota discordante la dieron el ex presidente Alvaro Uribe y sus
seguidores. Insisten con la idea de solucionar el problema que plantea
la guerrilla a través del aniquilamiento militar. Sienten que estaban
más cerca de hacerlo cuando gobernaba Uribe y que en estos últimos dos
años han retrocedido, porque bajo Santos los militares se han ablandado.
Es difícil medir eso. Algunos expertos señalan que en los últimos
años las FARC se han reducido en tamaño y alcance, pero otros dicen que
hay un resurgimiento. Sin ir más lejos esta semana, horas antes del
anuncio del inicio de las negociaciones, una serie de atentados con
bombas atribuidos a las FARC causaron seis muertes en Meta. Horas
después, el ejército anunciaba que había abatido a cinco guerrilleros y
capturado a un jefe en combates en Cauca.
La violencia continúa y ese es un tema crucial. La ex senadora
Piedad Córdoba, que viene mediando desde hace años, lo dijo con crudeza:
“Sería bueno que ahora dejen de dispararse aunque sea por un día”. El
cese del fuego debería ser el próximo paso lógico de este proceso.
Para los uribistas fue un error haber empezado a negociar sin que
los rebeldes depongan sus armas, pero también deberían reconocer que los
guerrilleros hicieron otro tipo de concesiones, igualmente valiosas,
para que pueda empezar un proceso que todos saben que no va a ser fácil.
Por primera vez desde que fracasaron las negociaciones en San Vicente
del Caguán, en 1999, las FARC aceptaron negociar sin que se les
garantice una zona de despeje, un santuario libre de militares
colombianos. Y el despeje no era ningún capricho sino la consecuencia
natural del fracasado diálogo de los ochenta, cuando las FARC depusieron
las armas y formaron un partido político, la Unión Patriótica, sólo
para ver a sus líderes masacrados por grupos paramilitares.
Ahora empieza de nuevo. Sin despeje, sin cese de fuego, sin grandes
anuncios ni gestos exagerados, con la ayuda de Noruega y Cuba, que son
los países garantes, más Venezuela y Chile, que fueron nombrados países
“acompañantes” del proceso.
En esto hay que reconocerle algunos méritos al presidente
colombiano. Santos llegó al gobierno después de haber sido ministro de
Defensa de Uribe. En esa época Santos era visto como el más duro dentro
de un gobierno duro, renuente hasta para negociar la suerte de rehenes
famosos con años de cautiverio, apostando todo a la solución militar.
Uribe gobernaba bajo la doctrina que él llamaba “seguridad democrática”,
y consistía en una guerra frontal financiada con los millones del Plan
Colombia, un programa que hizo de aquel país el tercer receptor de ayuda
directa militar de Estados Unidos en los últimos años, sólo detrás de
Israel y Paquistán.
Cuando la fuerza aérea colombiana cruzó la frontera ecuatoriana para
bombardear en campamento de Raúl Reyes en el 2008, Santos fue
querellado en la Justicia ecuatoriana como presunto responsable de
aquella invasión. Por eso sorprendió que, dos años más tarde, lo primero
que hizo al asumir fue recomponer las relaciones con los vecinos,
tensadas peligrosamente durante el régimen uribista. Primero arregló con
Chávez, a horas de asumir, después llamó a Quito y recompuso con
Correa, y después con Brasil y Cuba. Precisamente en Cuba, que es el
país más cercano de las FARC, sin llegar a ser aliado, es donde
empezaron las conversaciones entre el gobierno de Santos y la guerrilla.
El acuerdo preliminar entre el gobierno y la guerrilla difundido esta
semana precisa la fecha: 23 de febrero.
Según lo firmado el anuncio formal del comienzo de las negociaciones
se hará en Oslo en una fecha que no fue precisada, y continuará en La
Habana hasta su culminación. No se pone plazos, pero se compromete a
publicar informes periódicos para evaluar el progreso. Propone cinco o
seis temas puntuales que se deben acordar: los temas agrarios y de
participación política que le interesa instalar a la guerrilla y los
temas de alto el fuego, entrega de armas y reinserción en la sociedad
que le interesa resolver al gobierno. El acuerdo incluye además algunas
reglas de juego: cinco voceros-representantes por lado, no más de
treinta personas por delegación, el proceso arranca con la discusión de
los temas agrarios.
Parece bastante, suficiente al menos para sentar las bases de un
buen acuerdo, o sea un acuerdo duradero. Se ve que en Colombia sobran
negociadores con experiencia. Pero cuando se viene de la guerra, la paz
es algo muy frágil, muy difícil de sostener, porque cualquier chispa
puede encender un enfrentamiento que ya lleva tres generaciones.
Conflicto armado que se despliega entre indígenas y campesinos en
territorios vacíos de la presencia del Estado colombiano, y cuyo
combustible es el negocio multimillonario de la producción, transporte y
comercialización de la cocaína. Es así: la falopa alimenta y abastece
las FARC para sobrevivir a los cañones del Plan Colombia, en una especie
de empate catastrófico que frena el desarrollo y desangra al país.
Por eso va a ser difícil, porque el problema de la falopa sigue
estando, porque hay integrantes de las FARC que no están convencidos,
porque los uribistas están al acecho para decir, en cuanto puedan, “yo
te avisé”.
Pero se trata de una oportunidad única, no sólo para el gobierno
colombiano, sino también para las FARC. Durante cuarenta años las FARC
tuvieron como único líder al legendario Tirofijo Marulanda. Su muerte
por causas naturales a los 78 años marcó el fin de una era. Desde
entonces las FARC perdieron en combate a dos sucesores de Tirofijo, Mono
Jojoy y Alfonso Cano. El nuevo líder, Timochenko, asumió en noviembre
del año pasado. A los 53 años es el primero de la nueva generación que
alcanza el puesto máximo en la guerrilla. Formado militarmente en la
Unión Soviética, doctor en Medicina, pertenece al sector militarista de
la organización, el más intransigente. Pero otros jefes con perfil más
político, como Iván Márquez y Rodrigo Granda, llevarán adelante la
negociación, según informó la propia guerrilla. Imposible saber sin
actúan de buena fe, pero al no haber despeje, ni tregua, ni cese del
fuego, es más difícil sospechar que pusieron en práctica la vieja
táctica guerrillera de negociar para ganar tiempo y reagruparse.
Por otro lado, Uribe acusa a Santos de especular políticamente y
abrir el diálogo de paz para reasegurarse la reelección. También puede
ser. Pero esta semana el presidente renovó su gabinete, entre otras
razones para hacerle lugar en su gobierno a figuras extrapartidarias
comprometidas en ayudarlo con el proceso de paz. Más allá de sus
motivaciones, Santos demostró estar dispuesto a apostar todo su capital
político en esta jugada.
El diálogo con las FARC no significa el fin de la violencia en
Colombia, aunque sea un paso necesario y fundamental. También está el
ELN, una guerrilla más chica que fue invitada a sumarse. Pero sobre todo
persiste y evoluciona el fenómeno narco-paramilitar, con bandas de ex
desmovilizados que vuelven a reciclarse en nuevas bandas de terroristas
delincuentes con modalidades parecidas a las anteriores, pero cada vez
más al margen de la política y más cerca del crimen organizado.
También hay lugar para el optimismo. “Con Juan Manuel es otra cosa.
Con él se puede hablar”, me dijo Correa en marzo del 2010, pocas semanas
después del cambio de gobierno en Colombia. Anteayer Correa saludó el
proceso de paz en el país vecino. “Es ahora o nunca que se puede
alcanzar la paz en Colombia”, alentó. “Adelante y mucha suerte.”
*Publicado en Página12
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