En el escenario actual los temas relativos a la seguridad y soberanía alimentaria son parte de una competencia entre dos protagonistas mundiales clave. Uno de ellos goza los poderes que le otorga el dominio del modelo económico con todas sus dinámicas. El otro tiene un poder que no ejerce, que es el de la sabiduría suficiente para brindar alimentación natural y económicamente accesible a toda la humanidad. El primero va deglutiendo al otro en los términos más básicos de la colonización, a través de dos brazos estratégicos: la biotecnología y el desarrollo entendido como crecimiento individualizado.
En esa disputa el primer actor tiene una composición diversa que incluye
al empresariado privado transnacional, al sistema financiero mundial y a
los gobiernos que asumen entre sus políticas públicas alimentarias los
lineamientos de la libre oferta y demanda del mercado. Por su parte, el
segundo actor está conformado por una fracción de la sociedad que tiene
relación corporal directa con la tierra y la naturaleza, capaz de
asegurar los elementos suficientes para vivir en un esquema de
intercambio armónico con todos los elementos de su entorno vital, que
es, a la vez, distinto y opuesto al dominio de ser humano.
Este panorama bipolar ha ubicado en una especie de intersección al
grueso de la población, convertido prioritariamente en consumidor.
Consumidores de alimentos, vestimenta, vivienda, tierra, placeres,
sentimientos y hasta de seres humanos. .
Nunca como ahora un modelo económico ha sido capaz de agotar la biología
del planeta con la fórmula de estímulo al consumo como canal que
encauza el destino del dinero en la misma dirección, que tiene como
consecuencia su concentración en una zona del mundo. La producción
industrial de alimentos procesa cantidades enormes de insumos
transformados en comida destinada a la venta, pero, si no se vende en un
tiempo limitado, se bota. Se desechan miles de toneladas de alimentos
que quedan fuera del alcance de la humanidad que no las puede pagar y,
de esta manera, se consolida el poder del productor quien, además,
acapara los insumos para su elaboración e influye en los precios de toda
la cadena productiva. Esto desequilibra la producción campesina
indígena, ya que las y los productores no pueden vender ni intercambiar
el resultado de su trabajo porque el sistema no le permite utilizar sus
propias dinámicas económicas, incluso las primarias, como el trueque.
En síntesis, quien tiene el dominio de la fórmula económica y sus
cambios, tiene el poder, y generalmente no son los gobiernos, sino los
capitales privados, que toman distintas máscaras accionarias en todos
los países y tienen al sistema financiero internacional (banca, ONG,
etc.) como su instrumento ecopolítico.
La alimentación, entendida como complejo productivo y no solamente como
cadena, está sufriendo la introducción de una serie de mecanismos para
asegurar el dominio desde las semillas, para enfrentar la crisis de
materia prima ocasionada por el cambio climático y para mantener el
poder de la producción y el comercio. Estos mecanismos son, por ejemplo
la tecnología transgénica, los biocombustibles, el comercio de bonos del
carbono, la introducción de la cultura crediticia en los agricultores,
el entorno de la economía verde y la manipulación de la información para
justificar la concentración de la producción alimentaria en la
industria como si fuera la única opción para abastecer de alimentos al
mundo.
Alternativas en debate internacional
En la competencia entre dos poderes bipolares surgen alternativas que se
van combinando, entre la recuperación de saberes y prácticas antiguas y
la ciencia y pensamientos que responden a los problemas generados por
la economía capitalista de concentración, que termina creando el
problema de la falta de alimentos para la humanidad y también planteando
supuestas soluciones.
El sistema de las Naciones Unidas, conformado por los gobiernos del
mundo es uno de los escenarios de discusión de alternativas ante la
llamada crisis alimentaria que, en realidad, es una crisis de
distribución y disponibilidad de alimentos. En las numerosas
Convenciones y Cumbres surgieron acuerdos y protocolos, que se van
quedando en niveles simbólicos, porque no se aplican a la realidad.
Mientras ésta es diversa, concreta y compleja, las propuestas manejadas
por las transnacionales determinan las políticas, normas y decisiones de
los Estados primermundistas que dan línea al resto del mundo.
Sin embargo, han ido surgiendo movilizaciones sociales y debates
paralelos, básicamente indígenas y campesinos, con el desafío del cambio
climático, que está acelerando la necesidad de medidas de acción
directa con propuestas ajenas al modelo económico hegemónico. A
continuación se enuncian algunas.
Madre tierra versus medio ambiente
La definición de Madre Tierra se recuperó del pensamiento andino para
entender que, en el complejo vital, la tierra es origen y el fin de la
vida, en una transformación biológica permanente, que establece una
relación circular donde los seres vivos están interrelacionados entre
sí, mundo animal, vegetal, tierra, agua y aire en una relación
permanente de intercambios que hacen funcionar la vida en el planeta,
con un componente fundamental: el de los sentimientos y los afectos
entre los seres y la tierra. De esta manera, la tierra no es un objeto,
sino un ser vivo, superior al ser humano.
Con ese principio, la definición clásica de recursos naturales también
va quedando obsoleta, y pasa de la concepción de materia aprovechable a
la de fuente de vida. En este sentido, el pensamiento sobre la Madre
Tierra supera el concepto de medio ambiente, que se quedó en el nivel
racional, frío y material con que el modelo capitalista acostumbra a
explicar la realidad, para referirlo al entorno vital.
Armonía frente a sustentabilidad
Uno de los principios de vida del pensamiento indígena campesino es
mantener una relación armónica con la naturaleza, recibir de ella la
alimentación necesaria para vivir y propiciar que pueda recuperarse de
manera natural para seguir siendo fértil. Esto implica que no se la
sobre explote para responder a una demanda creciente, sino que, por
ejemplo en la agricultura, la práctica de la rotación implica que se
cultive una parte de la tierra por un lapso y luego se la deje descansar
un tiempo prudente para recuperar su fertilidad. Otro ejemplo de la
selva, se caza un animal para comer bajo la idea de que cuando el
cazador muera, su cuerpo abonará la tierra de la cual los hijos del
animal se alimentarán. Así estas relaciones se inscriben en el esquema
circular de interdependencia vital.
Por esta razón el principio de armonía supera el de sustentabilidad, que
es un concepto surgido en el momento en que la industria necesitaba
mantener o recuperar espacios para asegurar la producción de materias
primas, una vez que la tierra había agotado su capacidad y entró en
etapas erosivas. La sustentabilidad se maneja actualmente como una
noción relacionada a la aplicación de transgénicos; ligada al
monocultivo o la necesidad de patentar descubrimientos y procedimientos
productivos para monopolizar su manejo.
Sin embargo, la naturaleza no necesita de acciones humanas que la
conviertan en sustentable, porque ella misma asegura en sus propios
procesos vitales el abastecimiento de fuentes de existencia para todos
los seres vivos.
Vivir bien y desarrollo sostenible
En términos generales los conceptos sustentable y sostenible se manejan
como sinónimos. El desarrollo sostenible es justamente un producto
conceptual de la industria. Su alternativa es el pensamiento de Vivir
Bien, entendido como una forma de vida que supera al individualismo y
concibe a la satisfacción de las necesidades básicas de una persona y el
goce de la vida como un fin colectivo, es decir que nadie puede
considerar que ha alcanzado calidad de vida si el otro que comparte su
entorno vive mal. Lo mismo se aplica a la relación del ser humano con la
naturaleza, si se la daña para satisfacción propia, tampoco puede
concebirse que la persona viva bien.
La interrelación de dependencia entre el Vivir Bien de las personas
entre si y de éstas con la naturaleza debe ser equilibrada y recíproca,
por lo tanto, el concepto rompe con la definición convencional de
desarrollo sostenible porque éste utiliza la naturaleza como objeto a
favor del ser humano asumiendo que, simplemente, se le puede compensar
cualquier daño que se le haya ocasionado.
Interculturalidad y globalización
La globalización surgió como un fenómeno de uniformización de la
humanidad en una misma cultura y una sola identidad. Aunque todavía es
un concepto discutido, en un determinado momento se intentaba consolidar
la condición de consumidores de las personas, para asegurar el
funcionamiento de la industria como única fuente proveedora de objetos y
medios de vida. Sin embargo, esa concepción trajo conflictos en las
sociedades, cuando hizo crisis por planteamientos de recuperación de
identidades específicas.
El concepto de interculturalidad surgió desde los pueblos que se
encuentran fuera del primer mundo, para establecer las diferencias que
existen entre una persona y otra y entre sus colectivos culturales,
distinguiendo la diversidad de pensamientos, prácticas, creencias,
costumbres y, sobre todo, de alimentos; las formas de producirlos y de
asimilarlos. Diversidad que expresa también la riqueza de opciones que
posibilitan la vida, y que enfrenta el peligro de extinción frente a la
globalización.
La globalización plantea una relación desigual porque solamente una
parte del mundo pauta la "manera de vivir" mientras el resto se adscribe
a ella. En cambio, la interculturalidad plantea el respeto a los
orígenes de las formas y el intercambio equitativo entre las personas
sobre opciones, formas, metodologías y prácticas de relacionamiento,
comportamiento, economía, organización, creencias y, sobre todo, la
libre elección.
Soberanía alimentaria en el sistema mercantil
En el panorama de cosmovisiones contradictorias la soberanía alimentaria
surge y lucha por abrirse paso, con el objetivo del pleno ejercicio del
derecho humano a la alimentación, Esto supone lograr el acceso libre de
los seres humanos a los alimentos, cuyos precios reflejen el esfuerzo
que significa producirlos y estén sujetos a mecanismos de intercambio
equitativo.
El origen de la demanda de soberanía alimentaria viene, justamente, del
campesinado internacional, que plantea que el planeta tiene las
condiciones físicas para dar a la humanidad alimentos producidos de
manera tradicional, sin elementos ajenos al ciclo reproductivo natural
de la tierra, en el que intervienen las variaciones climáticas
estacionales, el ciclo hídrico y la mano del hombre en relatividad. El
factor determinante para que este acceso sea posible es que se elimine
el manejo industrial de los alimentos y que sus distintas
transformaciones también sean manejadas en un nivel de provisión
necesaria, de acuerdo a la cantidad que un cuerpo necesita para vivir,
no de acuerdo a la cantidad que la industria necesita vender para
concentrar el poder económico.
La tendencia actual del debate sobre soberanía alimentaria es que su
aplicación significaría un desequilibrio en las economías nacionales
pero, en términos generales, las políticas de autoabastecimiento
cambiarían los índices de desnutrición y mortalidad que ocurren por
falta de alimento, lo cual, finalmente, es el fin sustancial de
cualquier Estado.
En su definición básica la soberanía alimentaria es la posibilidad de
que la población decida sobre su alimentación desde la producción u
obtención por recolección; la transformación y la circulación, hasta la
elección del tipo de alimentos que necesita y desea. A este proceso se
añaden dos elementos fundamentales: Primero, la posibilidad de confiar
en que los alimentos sean sanos y saludables, con una estructura
normativa legal que asegure que no se vulnere el derecho humano a la
alimentación de calidad. Y segundo, que haya información suficiente para
que las personas sean capaces de elegir alimentos sanos y saludables.
Hoy por hoy, una población que es solo consumidora puede decidir
convertirse otra vez en un conjunto de personas que elijan libremente,
con información suficiente a través de canales educativos y mediáticos.
Aunque parezca imposible, este complicado proceso se inició ya con
conceptos como el consumo responsable, y acciones concretas, como las
movilizaciones indígenas y campesinas en distintas partes del mundo,
demandando el respeto a sus derechos agrarios y territoriales, y
denunciando el abuso de la industria a través de la difusión de
documentales, investigaciones científicas independientes e informes
técnicos a través de redes sociales.
Otro rasgo del proceso es que el primer mundo paga cada vez mejores
precios por importación de alimentos orgánicamente producidos y
transformados y el grado de demanda de las certificaciones posibilita
que éstas sean menos burocráticas. También se puede destacar la
elaboración de leyes y normas nacionales, como en los casos de Bolivia y
Ecuador, que elaboraron nuevas Constituciones, incorporando principios y
valores como el Vivir Bien, el derecho humano al agua, a la
alimentación o los derechos de la Madre Tierra. Aunque en la práctica
gubernamental estos principios no se estén aplicando todavía, marcan una
diferencia en el pensamiento y la concepción del tipo de país que
desean ser, y está planteada legalmente la posibilidad de construir
políticas públicas en esos marcos.
Estas Constituciones se convirtieron en referentes para otros países y
forman parte de los debates internacionales, lo cual plantea la apertura
a la posibilidad de un camino todavía costoso, frente a una industria
que invierte ingentes recursos en publicidad para convencer a la gente
de que sus productos no solo son buenos, sino que son imprescindibles
para vivir.
Finalmente, el poder tradicional y la sociedad consumidora, tienen la
posibilidad de enfrentarse al poder industrial para recuperarse y
demostrar que se puede vivir con dignidad, soberanía, goce y
transformación de la economía dependiente en una nueva alternativa que
ahora el planeta necesita para contrarrestar el cambio climático.
*Publicado en Ecoportal
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