La
ingenuidad, la inocencia en la percepción de las posibles malicias
que se puedan esconder en los actos de las personas cuyas
personalidades y relaciones de poder sugieren que se pudiera
sospechar la posibilidad de la existencia de segundas intenciones en
sus dichos o acciones, suele formar parte de las características
(aparentes o reales) manifestadas por quienes realizan análisis de
la realidad, ya sean periodistas o analistas en general.
La
comunicación de las noticias, el desmenuzamiento de ellas para
encontrar las razones de los hechos, están siempre atravesadas por
las subjetividades de cada comunicador, sostenidas por el andamiaje
ideológico que los define. Sus relaciones con el Poder, la falta de
ellas o la contradicción con él, ya genera toda una delimitación
de la sinceridad de sus dichos y elaboraciones periodísticas.
Relaciones que no suelen estar claramente expuestas ante el público
receptor y, a veces muy por el contrario, específicamente ocultas
para sostener una aparente equidistancia ideológica de todos los
sectores sociales, económicos y políticos involucrados en sus notas
o análisis.
No
existen solo “los buenos y los malos” en la actividad
comunicacional. Hay quienes manifiestan determinados criterios y
elaboran sus explicaciones de la realidad de manera que dejan ver sus
posiciones favorables a las mayorías populares y sus representantes
legítimos. Sin embargo, suelen dejar un costado por donde parecieran
asegurarse una salvaguarda de sus actividades, como salida ante los
eventuales cambios de “aires políticos”. Es allí cuando la
aparente ingenuidad aparece para distraer al público, con
reflexiones que dejan de lado parte de la realidad para no
manifestarla por completo y evitar colocar en posiciones complejas a
determinadas figuras o poderes involucrados en los casos que estén
comunicando.
La
“inocencia” en la conceptualización de los hechos que se
transmiten no pueden considerarse con facilidad como real, porque
estaríamos frente a un individuo que ejercería semejante profesión
sin el conocimiento completo de la sociedad y el Mundo donde vive y
trabaja. Sin descartar del todo esa posible característica candorosa
frente a los hechos reales, resulta muy poco probable que tal cosa
sea posible, a estar por la seguridad que siempre manifiestan estos
comunicadores al elaborar sus cotidianas opiniones.
Aparecen
por allí, lo quieran o nó sus autores, algunas pistas que hacen
visible, para quienes buscan un poquito más adentro de cada noticia
para conocer “la verdad” más auténtica posible, las genuinas
formas de pensar del opinador en cuestión, que se dejan ver cuando
ejercen determinadas defensas de específicos personajes políticos
que no responden a las que, hasta ese momento, parecían ser sus
ideas más manifiestas. La insistencia en el ejercicio permanente de
la exaltación de virtudes de esas particulares figuras, revelan que
algo hay por detrás de semejante andamiaje elogioso de quienes no
son otra cosa que claros representantes de los intereses del Poder
Real.
Puede
que esas actitudes formen parte de una estrategia comunicacional que
intente generar mayor adhesión de un más amplio espectro social a
sus programas. Lo cual no resulta muy halagüeño de sus supuestas
virtudes ciudadanas, al basar sus actos en especulaciones donde la
dignidad periodística es dejada de lado y las razones para ello
resulten derivadas de probables “favores” de los involucrados en
sus mensajes periodísticos.
Nada
importaría de todo esto si solo los involucrara a ellos, los
periodistas en cuestión. Pero sus actos, además de estar reñidos
con la ética profesional, producen sentidos en sus seguidores,
generan credibilidades que se frustrarán luego, cuando la verdad
estalle con el triunfo de los mentados personajes que tanto hubieran
halagado estos comunicadores, produciendo daños irreparables en el
desarrollo histórico virtuoso de nuestra sociedad.
Esa
deformación de la realidad para ocultar determinadas características
de sus “defendidos” y exaltar virtudes de escasa probabilidad en
ellos, convierten a toda la trayectoria de quienes lo hacen, en
polvo, destruyendo la credibilidad y el respeto que pudieran haberse
ganado hasta entonces. Imposible conocer si sus verdaderas
intenciones son unas u otras, en vista de sus permanentes equilibrios
en la cuerda floja de la interpretación de la verdad. Difícil
saber, aunque si intuir, cuales pudieran ser sus futuras posiciones
ideológicas ante las cambios que las eventualidades sociales y
políticas generen. Pero seguro que los encontraremos en algún
programa televisivo o radial, haciendo análisis con sus habituales
posturas pretendidamente equidistantes, para tratar de convencernos
de realidades tergiversadas por aquellos que terminan siendo (o lo
han sido siempre), lo digan o nó, sus “mecenas”, los auténticos
patrones ideológicos que apañan sus “ingenuidades”.
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