Imgane de "Página12" |
Por
Roberto Marra
La
búsqueda de una sociedad mejor, más justa y solidaria, donde seamos
mayoría absoluta los proclives a la entrega de nuestras capacidades
para ponerlas al servicio de toda la población, es hasta ahora más
una utopía que una proyección de la realidad que nos contiene.
Pero, sin embargo, hay muchas personas que sí dedican sus vidas o
gran parte de ellas al desarrollo de esa otra sociedad que tienda
hacia la igualdad de sus integrantes, al desafío de luchar por lo
que el imaginario popular a colocado históricamente en el cenit de
sus ideales, aún a pesar de no hacer demasiado para que ello suceda.
En
el mundo de la política, el de las batallas permanentes por
conquistar las conciencias de las mayorías para impulsar la
construcción de esa nueva oportunidad social, se dan una serie de
complejas relaciones entre quienes van ganando terreno dirigenciales
y quienes caminan por el llano de la militancia permanente. Hay las
que generan empatías mutuas y promueven los conocimientos (y a sus
autores) al rango de lo imprescindible, como método para incubar
adhesiones concientes de las mayorías. Pero han ido ganando aquellas
que solo se manifiestan como disputas jerárquicas, aún a pesar de
verbalizar otra cosa, dejando a un lado la capacidad real de los
militantes del saber, para envolverse con una “manta” de
obsecuencias donde prevalecen las miserias de un pequeño grupo de
dóciles guardianes de la preponderancia de sus directos líderes,
por sobre la importancia de las capacidades de quienes se las ofrecen
con el único cargo de la satisfacción de contribuir en la búsqueda
de la esquiva justicia social.
Centenares
de desconocidos miembros de esos “batallones” del conocimiento,
pasan por la vida militante sin ser reconocidos siquiera por sus
dirigentes. Intentan colaborar con la anónima manera de los
pertinaces luchadores por sueños de difíciles concreciones, para
los que nutren de caminos posibles a la sociedad y empujan la
historia con sus descubrimientos y elaboraciones intelectuales y
prácticas, que ponen al servicio de los objetivos supremos de la
vida de su Pueblo, sin especulación alguna. Nada de eso pareciera
importar demasiado para algunos conductores de espacios políticos
donde, se supone, comparten ideales y batallas por lograrlos
convertir en realidad. Al punto de dejar pasar, por ignorar sus
existencias, decenas de conceptos y proyectos que solo verán la luz
para sus creadores, hasta morir lentamente en alguna carpeta olvidada
de algún estante burocrático.
Mientras
tanto, los menos preparados, muchos de esos funcionarios establecidos
como tales más por necesidades de “ecuánimes” repartos de
cargos para satisfacer a todos los sectores que conformen los frentes
electorales, que por capacidades reales, impiden el arribo de los más
capaces, frenan los impulsos renovadores de verdad y aplastan la
posibilidad de dar los saltos cualitativos necesarios para alcanzar
metas más ambiciosas en la larga ruta hacia el propósito justiciero
de la sociedad.
Hace
demasiado tiempo que se pierde tiempo, abandonando a los entendidos a
sus suertes, dejando de lado sus notables concepciones,
desperdiciando alternativas superiores o desintegrando elucubraciones
de alto nivel, solo para continuar con los mismos modos de manejos
cerrados de los actos políticos, alejados para las mayorías, eficaz
método de desculturización de la ciudadanía, silenciosa manera de
evitar la participación y el protagonismo del Pueblo y sus más
aptos integrantes.
Confiar
en los conductores de los espacios políticos es una regla que tiene
un carácter ordenador positivo, en tanto no se desvíen de los
preceptos que los ungió como tales. La confianza, lo sabemos, juega
un rol preponderante en la política, que permite el desarrollo de la
acción con prevalencia de los objetivos acordados de antemano por el
conjunto de los que decidieron colocarlos en esos cargos. Pero el
alejamiento de la consulta permanente a los más capaces, el
desperdicio de los procesos encaminados al logro de una mejor
sociedad por olvidarlos en el rincón de los menosprecios, puede
convertir las luchas en meros actos continuados donde las metas se
diluyan en el mar de incongruencias promovidos por la pléyade de
ignorantes que se cuelan en el funcionariato cercano a quien decide.
Estas
son esas épocas donde lo imprescindible del saber debiera ser parte
de una actitud ineludible de los gobiernos que se precien de
responder a la voluntad popular. Este es un tiempo para revalorizar a
los que saben, pero no solo a los famosos (y valiosos) académicos
que nutren las revistas científicas internacionales, sino a los
centenares de entendidos desconocidos que han intentado decenas de
veces cada uno, acercar sus ideas a un poder político que los
neutraliza y los espanta con sus burocracias especulativas.
Sin
protección social alguna, abandonados a la caridad familiar o, en el
peor de los casos, a la voluntad de un Dios que, al parecer, no
atendió tampoco sus ruegos de ser escuchados a tiempo, la mayoría
de estos nobles “militantes de la espertiz”, terminan como parias
en la tierra para la que dieron sus tiempos, intentando (las más de
las veces, inútilmente) abrir consciencias mal formadas y
desculturizadas por efecto de tantos cómplices del Poder enquistados
en las estructuras estatales, cuyos miserables egoísmos les impide
ver que tienen frente a ellos al más importante de los tesoros de
una sociedad: el conocimiento.
ENTONCES, ¿DONDE
VAMOS LOS QUE NO VAMOS?
“Donde
va la gente cuando llueve...” nos preguntaba Miguel Cantilo hace
mucho tiempo en uno de su bellos poemas rockeros. La pregunta se
adecúa a muchas circunstancias, habilita pensar en otras dudas sobre
los destinos de la gente, empuja a especular con las probabilidades
de cada quien. Invita a soñar con otros futuros muy distintos a
estos presentes oscuros y complejos, donde la vida transcurre
hilvanando acontecimientos apocalípticos para la mayoría y
eternamente felices para muy pocos.
Destinos
de fracasos o de éxitos en la disputa permanente por la sobrevida,
hacen del tiempo una rápida y frugal comida, perdido entre
ansiedades y desvelos por obtener el ascenso al deseo soñado con
tanto fervor, tal vez desde el mismo momento en que se toma
conciencia de la vida. Utopías que van mutando en busca de alcanzar
la felicidad de ser, solo ser, para después terminar aplastadas por
la realidad de un Poder que parece decidirlo todo, sin dejarnos
márgen para demostrar nuestras capacidades, sin permitirse siquiera
una lectura de nuestros dichos y hechos, aunque solo sea para
aprender de los que, más que probablemente, seguirán siendo sus
sojuzgados.
Así
se camina también dentro de esa “rosca” politiquera que erosiona
la nobleza de semejante ciencia social como la política. Así se
valen de ella los especuladores que acceden al manejo de algunos
resortes de los Estados, promoviéndose solo entre quienes conforman
esa casta de defraudadores, levantando muros de contención a la
sabiduría de tantos luchadores, destruyendo proyectos de valores
mensurables solo por los más capaces, esos que no abundan en las
filas de los gobiernos, no porque falten, sino por la imbécil
decisión de los ineptos que solo mandan, porque no saben conducir.
Vienen
después, cuando los resultados de las gestiones muestran con
prístina crueldad los errores cometidos por la presencia de los
ignorantes subidos al caballo del mando, los llantos tardíos por lo
perdido y la pérdida del poder político, sabiamente re-ocupado por
el enemigo del Pueblo, siempre al acecho como parte o como quinta
columna de cualquier proceso que manifieste intenciones de construir
una sociedad más justa.
Aún
en esa circunstancia, las advertencias de quienes explicaban el
futuro convertido en lastimoso presente, sonarán igual como letra
muerta para estos insoportables engreídos de superioridades
imposibles. Es que sus neuronas conectan solo con el combustible del
ego, que a su vez pasa por el goce del efímero “podercito” que
los dueños de sus consciencias les permiten. Son solo pasajeros
(privilegiados, pero pasajeros al fin) de este “viaje quieto” en
el que nos proponen transcurrir la existencia a las mayorías, para
permitirles a ellos (solo a ellos), la impúdica alegría de los
soberbios.
La
cuestión ya no es “donde va la gente cuando llueve”, sino donde
vamos cada uno de quienes cargamos sobre nuestros hombros militantes
la carga durísima de años de oprobio, ganando enemigos y perdiendo
casi todo, incluso nuestros medios de subsistencia. Todo por defender
la causa que nos sostiene con dignidad ante el eterno enemigo del
Pueblo. Todo por hacer de la lucha nuestra forma de vida, para
derrotar la perversión de los hambreadores y sus compinches de
mediopelo.
La
pregunta es donde vamos los que no tenemos lugar en el pequeño
privilegio de ser escuchados, donde iremos quienes nutrimos de
conocimiento a los que ahora se pretenden capateces de un poder que
no poseen, pero ejercen despiadadamente desde sus poltronas mal
ganadas. Cantilo decía entonces: “ves que todos corren pero no
todos van”. Predicción impecable de este presente que necesita
como nunca de mano de obra capacitada, de intelectos sanos y de
conciencias limpias para trasponer, al fin, la meta de la solidaridad
y la justicia social.
Tal
vez el error de los que sueñan sea eso mismo: soñar. ¿Debiera
pensarse que la equivocación esté justo en haber privilegiado la
honestidad y el desprendimiento, por sobre la vanidad de los
superfluos triunfos pírricos? Como sea, la vida de muchos de
nosotros se acabará sin poder demostrar de lo que somos capaces,
debido a la vana gloria de los ineptos empoderados de lo que no
conocen ni siquiera la razón de su existencia. Tal vez nos quede
navegar hacia las aguas oscuras del ostracismo político, sin otro
logro que el saberse capaz de ser y hacer lo que nunca seremos ni
haremos. Mientras tanto, los autoasumidos dirigentes de nadie, los
permanentes protagonistas de esas obscenas “selfies” repletas de
sonrisas vacías y falsos aduladores, seguirán derrotando las
utopías, sin siquiera saber donde ir cuando llueven las esperanzas
populares.
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