Imagen de "Nac&Pop" |
Por
Roberto Marra
Hay
una “especie”, que casi podría denominarse “sub-humana”, por
su particular desprecio por sus congéneres más débiles, que anda
por la vida sembrando maldad y desánimo, agresividad y abandono,
pesimismo y angustia, bases primordiales de sus compartamientos
(anti)sociales, sostenes de sus cólicos mentales, derrame de sus
perversidades siempre ocultas con resbalosas pátinas de
culpabilidades ajenas, aceitosas maneras de referenciar a sus
enemigos de clase, que a veces, inclusive, puede ser la suya propia.
Acostumbrados
a conducirse con tales prerrogativas, derivadas de sus necesarias
complicidades con el Poder que los apaña para servirse de sus
engreimientos insustanciales, son el caldo de cultivo para
desarrollar cuanta actividad irracional se les proponga desde esos
viciosos sitios de las redes enredadas en la madeja del latrocinio
neuronal, sumados a los ridículos pero efectivos “análisis” de
los peores periodistas que fungen de sabiondos intelectuales
televisivos.
A
veces ocultos detrás de disculpas economicistas, otras tantas
escondidos en las madrigueras de “conocimientos” que no resisten
análisis concienzudos, atacan a sus odiados con el fervor de los
inútiles que avisan de sus cobardías con los gritos y los ruidos de
las mismas cacerolas puestas “de moda” desde los oscuros días
previos al asesinato de Allende en Chile. A partir de allí, esos
adminículos de cocina dejaron de ser lo que eran, para convertirse
en símbolos de lo antipopular, justo lo contrario de sus orígenes
alimenticios del pobrerío.
Nunca
les faltarán disculpas para hacer sus ruidos incoherentes con la
realidad. Les sobran motivos cuando gobiernan representantes
parecidos al Pueblo que tanto odian. Les produce tirria escuchar las
verdades y gozan con las mendacidades que reproducen hasta el
paroxismo sus ídolos del barro mediático que sostienen sus pobres
pensamientos. Se satisfacen observando las riquezas envidiadas a los
opulentos ricachones, soñando con alcanzar tales fortunas adhiriendo
a sus monsergas repelentes de pobres y miserables.
Son
muchos, demasiados, para una sociedad que supo algunas veces generar
auténticos líderes que conjugaron el espíritu libertario de esta
Patria desvencijada por la infamia de los ganadores de la primigenia
contienda que la originara y sus continuadores de nuestros tiempos.
Mantienen su herencia maldita de odios, insensibilidades y
desprecios, atentos a cuanta fantasía clasista se les proponga,
regocijados con las maldades de los poderosos, que creen que no les
alcanzarán hasta el segundo antes de sus abandonos.
Son
contagiosos como los peores virus, desatan la enfermedad que impide
alcanzar la más mínima dignidad a sus compatriotas (¿o solo son
“vecinos”?). Empujan la realidad hacia el abismo que los
entusiasma, agarrados de los ropajes fastuosos de sus patrones
ideológicos, quienes se asegurarán de sacudírselos cuando llegan a
la orilla del que siempre suponen el fin de la historia. Aún allí,
serán obsecuentes hasta su propia muerte, tan cobardes y brutos como
sus “maestros” del odio xenófobo y racial.
Renacen
ante cada adversidad popular, se valen de la bestial capacidad
mediática del Poder Real, se alimentan de sus perversiones, sirven
de eco a las campañas maliciosas que se promueven a sabiendas de sus
alineaciones instantáneas. Aprovechan las debilidades de un Pueblo
que parece estar siempre a la defensiva, abroquelado detrás de sus
ideas nobles y justas, pero aplastadas por la pesada maquinaria
comunicacional que las destrozan cada día.
Va
siendo hora de la reacción en cadena (nacional), llegó el tiempo
del ataque frontal y la estrategia mediática propia. Es ahora cuando
la capacidad intelectual y la base moral de los conductores políticos
y sociales se debe hacer notar, promoviendo acciones que vayan más
allá de las simples declaraciones en los medios, que luego las
destrozan durante las veinticuatro horas en millones de pantallas
encendidas en sus sucios medios.
Casi
no queda ya márgen para escribir la otra historia, la mil veces
tergiversada, la bicentenaria promesa de nuestros ancestros, la
necesaria, dolorosa pero imprescindible hazaña de convertir este
territorio plagado de traidores, en la Patria que sepa conjugar los
sueños escondidos en una mayoría que, hasta ahora, solo supo
esperar. Ahora deberá ser capaz de levantarse ante el enemigo más
feroz, para acabar con sus poderes y licuar las falacias de los
idiotas que se creen más de los que nunca serán. Deberá hacerse
con la palabra distinta, la observación sagaz, el análisis honesto
de los mejores hombres y mujeres que entiendan la comunicación como
el servicio esencial para derrotar la mentira programada, el arma del
terror mediático que, a partir de allí, nunca más podrá
dominarnos.
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