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Por
Roberto Marra
Cuando
se habla de “la verdad”, se suele advertir sobre lo relativo de
ella, dependiendo del origen de su formulación. Y esto es cierto.
Pero la verdad absoluta existe. Es irrefutable que la Tierra gira
alrededor del Sol (aunque algunos homínidos todavía pretendan
contradecirlo). Es absolutamente cierto que a la noche sigue el día
y que amanece por el Este. Es incontrastable que se necesita oxígeno
para respirar y alimentos para sostenernos con vida. Y nadie puede
negar que todos, sin excepción, moriremos algún día.
Las
comunicaciones se fueron convirtiendo, con la experiencia acumulada
por los poderosos ejerciendo sus poderes, en la mejor herramienta
para darle sostenibilidad a sus hegemonías. El paroxismo de esta
realidad se está viviendo ahora mismo, con el manejo discrecional de
la información en manos de ese grupo pequeñísimo de dominadores
planetarios, cosa que se reproduce en idéntica proporción en la
mayoría de las naciones. Basta con observar con atención un simple
noticiero televisivo, para advertir la capacidad de transformar los
hechos reales en una masa deforme que penetra las conciencias, hasta
hacer trastabillar cada uno de los paradigmas que pudieran sostener
los criterios personales de cada individuo.
Esta
ha sido y sigue siendo el arma fundamental para hacer añicos cada
proceso político-social virtuoso para las mayorías. Este, y no
otro, es el cuchillo trapero que hunden cada segundo en nuestras
neuronas, haciendo estallar convicciones y certezas, promoviendo
odios y rencores inauditos y monstruosos, transformando la vida en un
suplicio permanente para la mayor parte de la población.
Al
frente de esta auténtica “guerra” antisocial y,
fundamentalmente, antipopular, se encuentran personajes que forman
parte del denominado “establishment”, ese conjunto de engreídos
“capangas” de inmensurables cuentas bancarias y casi nulos
sentimientos humanos, excepto la maldad. Formando parte de este grupo
de seres repugnantes y aviesos, están ya como parte de la “mesa
chica” de las decisiones mortales para nuestras humanidades, los
dueños de los llamados “medios hegemónicos”, esos pasquines con
aires de tradiciones periodísticas que solo responden a la necesidad
de cubrir el flanco de la verdad, para retorcerla y fabricar la suya
propia, la que posibilite darle continuidad y profundizar sus
obscenos poderíos.
Magneto,
Mitre o Saguier, se han convertido en sinónimos de la mentira
organizada. Son los primordiales apellidos (aunque no los únicos)
que comandan la insolencia cotidiana hacia nuestras convicciones, que
pervierten la palabra escrita, las ondas herzianas y las imágenes de
millones de pantallas encendidas para observar el festín de las
diarias falsías con las cuales logran obturar el futuro y retrasar
la historia.
La
guerra sin cuartel contra los gobiernos populares no se detiene ante
ninguna circunstancia, por compleja que sea. Piensan
estratégicamente, saben elaborar planes que les aseguren sus
dominios y aplasten cada logro popular que es, para ellos, una
puñalada en sus bolsillos, los únicos órganos que los sostienen
con vida. Cada paso positivo para el Pueblo, será respondido con una
“balacera” de impostadas “indignaciones” de los poderosos y
sus maniqueos “economistas”, esos inútiles con fama de graduados
en Harvard, que intentan apabullarnos con cifras ridiculas y
pronósticos insostenibles con la razón.
Forman
parte del sistema mundializado de dominación, tiran del mismo carro
de las invenciones periodísticas que malversan la realidad a cada
minuto en cada rincón del Planeta. Hacen de la verdad una papilla
digerible de falsedades que tragamos cada día, convirtiéndonos en
sus voceros, replicando cada sandez de sus dichos en las redes que
dan continuidad a la organización de la falacia.
Es
imprescindible acabar con semejante engendro diabólico antes que
ellos terminen con la vida misma. Es necesario encontrar el antídoto
al envenenamiento masivo provocado por sus elucubraciones
maquiavélicas, rebanar cada pedazo de sus poderes, quitarles el
dominio de la información y terminar con la ignominia de sus
“palabras santas”. Ese debiera ser el objetivo principal de
cualquier movimiento popular que pretenda construir otra Argentina,
otro Continente y otro Mundo. Imposible cambiar la vida de millones
de inermes cautivos de sus oscuras redes informativas, sin destruir
sus falsas verdades con las nuestras, las de las mayorías, las que
se tamizan por el único sedazo que autentifica, aun en su
relatividad, lo absoluto de sus conceptos: la Justicia Social.
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