Imagen de "La palabra desnuda" |
Por
Roberto Marra
Hace
once años, estalló en nuestro País una “revuelta” muy
particular, encabezada por un grupo de conductores de entidades
representativas de empresarios de actividades agrarias. Un claro
intento de golpe de estado escondido detrás de supuestos enojos por
la aplicación de una medida específica, las retenciones o derechos
de exportación. Con la soberbia que siempre ha caracterizado a los
terratenientes, herederos de aquellos que supieron apoderarse de
millones de hectáreas a costa de la sangre de los habitantes de un
desierto que no era tal, asumieron una postura de dirigentes de la
sociedad que, paradójicamente, los acompañó en gran parte,
defendiéndolos con la recordada y ridícula frase de “todos somos
el campo”.
Hoy,
aquellos que condujeron ese movimiento que despertó la adhesión de
millones de sojeros de macetas de balcones, siguen ganando fortunas,
acumulando dólares que ya no les retacean, libres de huirlos al
exterior, obvios defensores a ultranza del gobierno del que son
parte. Mientras, los subalternos de entonces, esos pequeños
productores que eligieron el camino del desprecio a la realidad de
sus orígenes, que decidieron olvidar el significado y la razón del
Grito de Alcorta, están padeciendo los resultados de una política
decididamente contraria a sus intereses, que comprime el consumo de
los naturales compradores de sus productos.
El
origen de nuestra estructura agraria ha generado esa historia de
concentración en pocas manos de las tierras, ha promovido la
extranjerización y el sometimiento a las decisiones imperiales para
elegir los caminos productivos, alejados de las necesidades
nacionales. Mientras, aquellos primigenios sacrificados colonos
derivaron, décadas después, en pretensiosos pichones de
terratenientes, hijos putativos de quienes les arrendaban las tierras
a sus abuelos, a quienes esclavizaban esos ascendientes de los
actuales dueños de la mayoría de las tierras.
El
“campo”, esa entelequia que pretendió convertirse en paradigma
nacional, no es más que una sumatoria de inmensas cantidades de
hectáreas sembradas con y como lo desean los dueños del sistema
alimentario mundial. Las consciencias de los productores, sometidas a
la inacabable balacera mediática, bajan sus defensas y asumen
pertenencias imposibles, defendiendo lo que profundiza sus debacles
económicas y financieras.
No,
no todos fuimos el campo, al menos con el concepto elitista de los
creadores de semejante consigna. Pero sí todos necesitamos, podemos
y debemos transformar esa realidad agraria, asumiendo la historia que
nos robaron como la base para la conformación de otro sistema
productivo, re-convirtiendo esa estructura anquilosada, feudal,
opresiva, concentrada y socialmente improductiva, en la
imprescindible y natural productora de soberanía alimentaria, en el
final de la tragedia del hambre. Y en la victoria de un Pueblo,
convertido por fin, en soberano de todo el territorio nacional.
Entonces sí, seremos el campo.
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