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Por
Roberto Marra
En
general, la mayoría de las personas asumen una posición cercana al
“espíritu” deportivo en las contiendas electorales. Toman la
disputa con las características propias de un “clásico”
futbolístico, un choque entre rivales irreconciliables, donde las
“chicanas” previas son el jugoso aperitivo al momento donde el
enfrentamiento culmina con la victoria de solo uno de ellos,
provocando reacciones donde se mezcla la tristeza con la inmediata
búsqueda de revancha en unos, y la arrogancia de los vencedores en
los otros.
El
problema de ver los comicios como un River-Boca, es que una vez
culminado el clásico, todos se distienden y asumen que lo que viene
es esperar el próximo, sin hacer otra cosa que observar desde
afuera, dejando hacer a los que “mandan”, solo elevando el tono
de las disputas callejeras por demostrar las razones que culminarán
en el próximo encuentro. Mientras tanto, los “jugadores” harán
lo que consideren mejor, sin que nadie los contradiga, aún a
sabiendas de sus errores o, lo que es peor, de sus traiciones.
En
estos “partidos” que duran cuatro años, las miradas laxas del
Pueblo sobre sus participantes propenden casi siempre al desvío de
lo que se haya propuesto antes de aquellas elecciones que tanto
apasionaron en su momento. El abandono de la vigilancia atenta sobre
cada uno de los “jugadores”, terminan generando actitudes reñidas
con los valores que hicieron que se les eligiera, suponiendo
sinceridades que no es común encontrar entre estos particulares
“competidores”.
Existe,
además, un elemento fundamental que hace al conocimiento de la
“hinchada” sobre lo que representan y efectivamente concretan los
elegidos. Es la transmisión de los hechos que realizan los
“relatores”, los periodistas que asumen las veces de guías de
las conciencias populares, eligiendo que y como mostrar lo que
sucede, acomodándolo a los intereses que represente cada uno de
ellos, generalmente asociados a quienes mayores poderes tienen.
Esas
actitudes prebendarias conforman el caldo de cultivo de una
ignorancia generalizada, desvirtuando las funciones que les toca e
inclinando la “cancha” hacia el lado oscuro de la mentira, sin
que ni siquiera se cuente con un “VAR” que pueda desmentir sus
tropelías. Simples maniobras distractivas o complejas acciones
basadas en el uso indiscriminado de una “justicia” amañada,
logran que muchos habitantes de las tribunas terminen creyendo que
las “expulsiones” son correctas y los “penales” la lógica
consecuencia de las faltas que, aunque nunca las vieron, las aceptan
como reales.
Pero
un verdadero “hincha” nunca acepta del todo lo que se le dice. Un
auténtico buscador de glorias jamás puede ser corrido de la
contienda sin buscar la verdad hasta debajo de la gramilla. Un Pueblo
que rebusca en su pasado las razones de los triunfos que se
convirtieron en felicidades concretas y reales, no aceptará bajar su
cabeza ante los falsos profetas del odio y la sinrazón, los
“engañeros” de televisión, los obscenos traficantes de humos,
esos asesinos seriales que matan con las balas de la miseria
consumada bajo los puentes.
Y
sabrá juntarse con otros iguales, para reconstruir el equipo, para
colocar en cada puesto a los mejores de los suyos, capitaneado por
ese “barrilete cósmico” que nos habían expulsado, auténtico
representante de los sueños robados, único capacitado para
convertir los “goles” que nos den, por fin, el “campeonato”
que importa de verdad: el de la justicia social.
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